La Chacana Raymi o La Festividad de la Cruz del Sur forma parte de la cultura andina. Aun hoy hay comunidades que conservan estas tradiciones en una especie de simbiosis y amalgama con las costumbres del catolicismo traídas a América. La chacana o cruz andina consta de ocho ápices o escalones que representan la transición. Dentro del calendario gregoriano la fecha de la festividad suele caer en la primera quincena de Mayo.

A esta festividad fue invitada mi madre a participar, yo me sumé en última instancia, como un polizón pero a la puna. Quería participar y conocer gente, pero más que nada fotografiar y documentar la experiencia. No fue sencillo sacar la cámara y usarla a pleno.

Partimos desde nuestra ciudad: San Salvador de Jujuy, en el noroeste de Argentina, hacia la ciudad fronteriza de La Quiaca a 295 km de distancia. Viajando por la Nacional Nº9 de este a noroeste se atraviesa un territorio con cambios de climas y de altura, cruzando desde los valles de altura, pasando luego por la Quebrada de Humahuaca, se llega finalmente a la puna jujeña. Se trata de una región árida e inhóspita, de altiplanicie, donde la amplitud térmica es muy grande y la exposición al sol es nociva si no se cuida. Cruzamos por pueblos como Tumbaya, Tilcara, Huacalera (por donde cruza el trópico de capricornio) y Humahuaca, donde la altura se hace sentir con 3012 msnm. A partir de allí la subida es notable, sobre todo al llegar a Abra Pampa, un pueblo minero en medio de la puna fundado en los años 1880 y posterior como paso ferroviario. Después de cinco horas de viaje interminable llegamos La Quiaca. Estábamos en la puna y se hacía sentir.

El día allí estaba fresco a esa hora pero muy ventoso, un viento seco, caliente y bastante fuerte. Nos recibieron cálida y hospitalariamente miembros de la comunidad originaria de Sansana justo a la hora indicada para dar lugar a la ceremonia de inicio, que constaba en una acorpachada (ceremonia en que se cava un agujero dentro de la tierra para dejar ofrendas) para ofrendar a la Pachamama. Había comida, hortalizas, tabaco, hojas de coca, bebidas espirituosas, todo para ofrendar. Después de unas palabras y letanía, individualmente y en fila se ofrecían primero a la madre tierra y después uno mismo cada uno de los elementos al saludo de Jallalla.

Luego de la liturgia obligada y de las presentaciones entre los presentes, Vidal o Abuelo Vidal, quien dirigía la ceremonia como la autoridad espiritual, separó hombres y mujeres para el siguiente paso: cada grupo se acomodó en un sector del centro vecinal prestado para recibir a los invitados. Una vez colocados en ronda, hombres de todas las edades y de varias regiones, citadinas, puneñas y quebradeñas, escuchamos a Vidal cavilar y discutir sobre cómo llevar la vida como hombres, de la que todos y cada uno tuvieron la palabra para decir lo que pensaban. Con esto pudimos generar un vínculo con gente, hasta el momento, desconocida para mí.

Cayendo ya la tarde y con un descenso marcado de la temperatura, era la hora de trasladarse al sitio donde se iba a realizar la vigilia, una zona considerada sagrada para la comunidad, a unos 15 km de La Quiaca yendo para el este: Laguna Colorada. Íbamos a ir en la caja de un camión de carga y debo confesar que mucho no me agradaba la idea por el frío y el viento. Pero subidos todos los participantes que fuimos, cerca de cuarenta personas, fue un viaje muy agradable porque había un buen ánimo en general y todos teníamos la expectativa de todo el evento. Miradas cómplices entre muchos y charlas amenas convirtieron a un trayecto hostil por el clima en un viaje cargado de grandes vistas, ideal para fotografiar.

Antes de llegar a Laguna Colorada se debe atravesar una pequeño cordón de ocho cerros llamados como los ocho hermanos, muy cerca de la ruta. Y una vez cruzado ese cordón en una llanura se encuentra un farallón de no mucha altura ni longitud, pero que sí destaca en un inmenso paisaje al horizonte del que solo se visualiza el desierto de un color amarillo verdoso, seco, un estepario típico de la región, vetusto lleno de un pequeño arbusto que no crece más que por encima de los tobillos llamado tolar. Allí también se ven grupos de vicuñas que se crían de forma silvestre, siendo una especie en protección. Este sector es tomado como un lugar sagrado ya que sobre la piedra se hallan un sinfín de petroglifos con figuras de la fauna y abstractas; y también por cuencos tallados en la piedra que según los miembros de la comunidad sirve para observatorio, que no lo creí hasta antes de la medianoche.

El crepúsculo se lució con rapidez y así nos sorprendió la noche colmándonos con la inmensidad del universo, de sus estrellas y nebulosas, de las que nos llega la luz después de haber viajado millones de años-luz. Fue y sigue siendo un espectáculo para ser visto con admiración; pero en esos momentos todos nos ocupábamos en el armado de la hoguera, trayendo leña y piedras para comenzar otra parte de la festividad: la vigilia nocturna. Si había gente con la que todavía no hubo la chance de generar alguna charla ahí se termino de descomprimir y así estrechar un poco más los vínculos.

Antes de la media noche, ya con la hoguera fulgurando, nos trasladamos al sector contrario al farallón ubicado un poco más alto pero por sobre la piedra. Ahí, justo en el centro había un hoyo, como un cuenco, tallado y muy claro pero no muy grande de unos 15 cm de profundidad y 20 cm de diámetro. Vidal colocó agua dentro del mismo mientras nos contaba que mirando desde cualquier posición cercana al cuenco se ve en el reflejo del agua, como un espejo, la constelación de la Cruz del Sur de forma muy nítida, comprobando mi equivocación: se podía ver y de verdad era una belleza, acercarse y ver la constelación sin hacer un esfuerzo en buscarla. Mientras nos turnábamos en rededor otros miembros de la comunidad de Sansana nos mostraban parte del espectro de constelaciones incas: como el sapo, la llama, grupos de estrellas y hasta manchas oscuras en el cielo que fueron interpretados y proyectados por los primeros habitantes de aquellos parajes.

Ya con la media noche, una noche sin luna, marcada por un cielo diáfano, Vidal dio inicio a la vigilia dando un discurso sobre la importancia de sostener las tradiciones ancestrales de nuestros antepasados, de levantar con orgullo nuestro nombre y labrar con sencillez y honestidad la tierra, como así también la vida de todos, como hombres, como mujeres, hijos, padres, amigos, pareja. Hubo música después de tamaña presentación, muchos dieron rienda a sus guitarras, charangos y sikus. Hubo fiesta y mucha camaradería. Otros continuábamos charlas impregnados del discurso del Abuelo Vidal. Así ,el frío se pudo sobrellevar, si bien cada tanto un trago de singani animaba el cuerpo para la llegada del amanecer.

El alba se anunciaba con un descenso marcado de la temperatura y con haz de luz, luz que fue creciendo y difuminando por el cielo creando una amalgama de colores pasteles. El día se comía a la noche, la luz prevalecía a la oscuridad. A los momentos que acontecía quienes descansaban despertaron y muchos nos desperezamos para recibir al sol, para saludar y agradecer su presencia. Su aparición fue un espectáculo lento y maravilloso, ver cómo se levantaba por el este. Hacía un frio tremendo, sin guantes se aterían los dedos –eran -20 grados Celsius– y era imposible mantener más de unos segundos las manos alzadas para saludar a la luz del sol. Todo fue en silencio y nadie habló hasta que el disco del sol salió por completo. Sonaron los pututos1, vibraron por todo el sector, y Vidal nuevamente dio su grito de "¡Jallalla hermano!", seguido por todos nosotros, dando por finalizado la Chacana Raymi.

Pero aún no terminaban las sorpresas. Miembros de la comunidad iban a realizar otra ceremonia, un bautismo tradicional de los andes que es el Chuccha Ruto2. El padre de ambas niñas, de cerca de diez y ocho años, las presentó ante todos los asistentes alrededor de la hoguera reavivada. Ellas vestían de blanco, los cabellos en muchas trenzas con vinchas fucsia con una chacana en el centro. Los padrinos apostados frente a ellas y Vidal oficiaba de jefe de ceremonias. Pude fotografiar esos instantes. Luego de agradecer a la Pachamama las niñas ofrendaban regalos de la familia y objetos de ellas, y padrino y madrina realizaron el primer corte para luego ofrendarlo al fuego, motivo por el cual festejamos con un grito de júbilo con Jallalla. Es un honor cortar un mechón de pelo pero la tradición indica que debes ofrecer una suma de dinero o un regalo significativo. Lentamente todos pudimos honrar a las niñas y a la Madre Tierra. Se fueron menguando las formalidades para concluir toda liturgia. Había que partir.

El sol repuntaba izándose y calentando la tierra antes de posarse en el cenit mientras esperábamos que el camión que nos trajo nos recoja en Laguna Colorada. Jugamos entre varios unas partidas de ajedrez y solo pude mostrar una incipiente defensa siciliana.

Notas

1 Pututo: caracola marina usada como instrumento musical y de ceremonia.
2 Chuccha Ruto: primer corte de cabello en homenaje al niño/a y a la Pachamama, se prepara el cabello en muchas trenzas.