Las comunicaciones se aceleran, las distancias se acortan, se cruzan océanos y continentes, y el mundo se vuelve más pequeño. En este paisaje de constante transformaciones, las ciudades se convierten en mosaicos culturales donde fragmentos procedentes de todo del planeta se mezclan en cada esquina. Entre esta gama de colores, tal vez sean los tonos del lejano oriente aquellos más extendidos por su variedad. Tras su gastronomía y artículos de saldo, las artes, filosofía y prácticas milenarias del sol naciente se infiltran en las calles y vidas del poniente. El yoga, la meditación, el tai chi, la acupuntura… son acogidos al otro lado del globo atrayendo cada vez a más seguidores. Quizás por curiosidad, por una alternativa curativa, por esculpir cuerpo y mente, por una carencia espiritual, o simplemente por encontrar el equilibrio perdido que los opuestos ofrecen.
La Dualidad: diferencias entre Oriente y Occidente
Como en la relación entre el amor y el odio, el frío y el calor, el nacimiento y la muerte, el yin y el yang, como en la vida, los extremos por sí mismos pueden ser destructores. Al mismo tiempo, sin embargo, estos opuestos son los que crean la balanza de la existencia. Separados por una línea imaginaria, ambos polos se complementan y alimentan el uno al otro para subsistir. Esta interdependencia basada en el intercambio mutuo origina la diversidad. Según nos movemos por la balanza, nos transformamos en infinitas combinaciones surgidas a partir de la fusión de los opuestos. Esta dicotomía puede aplicarse a todos los estados de la naturaleza y conceptos existentes.
El Occidente y el Oriente del mundo ilustran esta dualidad. A grandes rasgos geográficos, Occidente, del latín occidens, "puesta del sol", engloba el oeste del planeta, Europa y América. Oriente, oriens, "nacer o aparecer del sol", incluye la parte este del globo, que se divide en Oriente Próximo, Medio y Extremo o Lejano. A pesar de que las generalidades y comparaciones son imprecisas y tediosas, existen numerosos estudios que establecen las diferencias entre estos opuestos desde una perspectiva filosófica y cultural. Así, la cultura y civilización occidental se basa en los preceptos de la tradición judeo-cristiana y en un desarrollo de escuelas racionales y científicas. La cultura oriental, por su lado, se fundamenta en doctrinas filosóficas y religiosas como el budismo, hinduismo, confucionismo, taoísmo o islam.
Estas líneas de pensamiento dibujan dos tipos distintos de sociedades y estilos de vida. La cultura occidental se guía por una mentalidad lógica, pragmática y analítica, la verdad debe ser demostrada a través de evidencias. Se centra en el individuo y en la consecución de meta externas y materiales (posesiones, éxito, reconocimiento…) en el momento presente. El hombre controla su destino en un espacio de tiempo lineal donde hay un principio y un final. En la visión oriental, sin embargo, el individuo es sólo una pieza más de la colectividad y del orden universal, la verdad es dada y aceptada. La búsqueda espiritual y el descubrimiento del "yo" verdadero por medio de la contemplación y la meditación es la meta interna a alcanzar. El destino está determinado por un eterno movimiento circular, no existe el principio y el fin, sino una evolución del espíritu a través de la reencarnación.
La pérdida del equilibrio
Como en la teoría de los opuestos, Oriente y Occidente siempre han estado comunicados y en constante interacción. Hacía el siglo II a.C. empezó a transitarse la conocida Ruta de la Seda que unía el oeste con el este del mundo. Las caravanas emprendían su viaje en China y recorrían todo el Oriente Medio hasta llegar a Europa por Turquía. Durante más de catorce siglos, estas caravanas transportaron y difundieron no sólo seda y mercancías, sino también todo tipo de conocimientos científicos y culturales, idiomas, influencias artísticas y creencias religiosas. Aparecieron las ciudades-oasis, enclaves donde las caravanas paraban a repostar y comerciar. Estas ciudades se convirtieron en grandes centros cosmopolitas donde convivían todo tipo de culturas y religiones. La Ruta de la Seda fue de vital importancia para el comercio internacional, la transmisión de conocimientos y la expansión de culturas y religiones.
A finales del siglo XV, el descubrimiento de América y el desarrollo marítimo abrieron nuevas rutas que conectaban el mundo a través del mar. Pero también comenzó el periodo de la colonización, que se prolongó hasta la primera mitad del siglo XX. La colonización supuso la apropiación de las tierras y recursos de los países invadidos y el sometimiento de los pueblos nativos al gobierno de los conquistadores. Los invasores argumentaban que el colonialismo era necesario para evangelizar y civilizar tierras e individuos salvajes con lo que establecieron una creencia de superioridad racial y cultural. La primera oleada colonial fue dirigida por los españoles y portugueses, quienes invadieron principalmente Suramérica. Más tarde, a finales del siglo XIX, otros países europeos como Reino Unido, Francia, Alemania y Bélgica conquistaron otros continentes, como gran parte de Oriente Medio, China e India.
Con el colonialismo, la revolución industrial y el desarrollo del sistema capitalista, se extendió la occidentalización cultural por todo el mundo. Las sociedades conquistadas fueron forzadas, en muchos casos, a asimilar el idioma y las costumbres occidentales para facilitar el dominio colonial. Algunos países asiáticos como China y Corea del Sur intentaron protegerse de esta amenaza a través de políticas de aislamiento y proteccionismo. Durante el siglo XX, el proceso de descolonización y el fin de la Guerra Fría con la disolución de la Unión Soviética supusieron la aparición del neocolonialismo y el avance de un sistema capitalista globalizador.
El imperialismo político y cultural occidental antes impuesto por la fuerza militar se reemplaza por un dominio económico. Las antiguas colonias, aún después de su democratización, siguen dependiendo económicamente de los antiguos imperios. Así, los mercados, y con ello estructuras políticas y militares, se convierten en enclaves para la expansión del capitalismo global occidental. Al mismo tiempo, una nueva versión del occidentalismo cultural basado en el individualismo y el consumismo se propaga por todo el planeta. En algunos casos, como el de Japón, este estilo de vida es acogido y fomentado, aparecen así los llamados estados “hibridismo” o “semi-occidentales”.
La llegada del Oriente
A pesar de esta aparente hegemonía de la cultura occidental a nivel global, las tradiciones y filosofía orientales han sabido prevalecer. Doctrinas espirituales y religiosas del Oriente Medio y Lejano como el hinduismo, el budismo o el taoísmo siempre han estado vivas. Desde una perspectiva inversa, la entrada de estos pensamientos a Occidente fue más sutil y prolongada en el tiempo. Durante el colonialismo, ideas provenientes del poniente, junto con mercancías y personas, fueron llegando al oeste. Sin embargo, su práctica y divulgación eran sometidas y acalladas por la sociedad predominante. Más tarde, en el siglo XIX surgió un movimiento intelectual y artístico conocido como “orientalismo”. Si bien se realizaron estudios y obras sobre las culturas del este, la mayoría estaban sujetas a una visión europeizante donde lo oriental era visto como algo exótico y salvaje. No fue hasta los años 60, con el Movimiento Hippy nacido en Estados Unidos, que las filosofías y prácticas orientales fueron popularizadas.
El Movimiento Hippy fue una corriente contracultural, pacifista y naturalista que se oponía al consumismo y materialismo capitalista. En la búsqueda de un modo de vida alternativo más espiritual y en armonía con la naturaleza, tomaron las enseñanzas orientales que ofrecían un concepto diferente del hombre. La meditación, el yoga y otras artes místicas se convirtieron en prácticas asiduas entre los jóvenes del movimiento. El filósofo británico Alan Watts sería uno de los portavoces que divulgaría estas nuevas ideas. A través de sus libros y escritos dio a conocer las filosofías orientales a la sociedad occidental. Sus escritos, abordaban temas como “la identidad personal, la verdadera naturaleza de la realidad o la elevación de la conciencia”. En estos textos se relacionaba el taoísmo o el hinduismo con el conocimiento científico o la religión cristiana.
Tras la decadencia del movimiento hippy, las filosofías orientales quedaron parcialmente olvidadas por la sociedad occidental. Sin embargo, durante los últimos años, estas prácticas han vuelto a resurgir adquiriendo gran popularidad. Cada vez aparecen más seguidores y centros dedicados a medicinas alternativas y disciplinas orientales como la acupuntura, el yoga, la meditación o el tai chi, el budismo o el tao… Este auge puede ser interpretado como una moda pasajera que atrae a un público ávido de novedades y nuevas experiencias exóticas. Otros, tal vez se acerquen a estos centros en busca de unas terapias alternativas que garantizan una cura o mejora de la salud y el aspecto físico. Sin embargo, tal vez el florecimiento de estas tendencias también se deba a la necesidad de cubrir una serie de carencias generadas por el sistema de valores y estilo de vida occidental establecido. El consumismo exacerbado, la competitividad, el individualismo y la incesante presión por obtener metas materiales, éxito laboral y reconocimiento social generan efectos negativos como estrés, frustración, complejos de inferioridad o vacío existencial. Quizás, sea el deseo de recuperar la paz mental y el equilibrio lo que explica este fenómeno oriental.
El yoga, un fenómeno en auge
Una de las prácticas orientales más conocidas y extendidas en las sociedades occidentales es el yoga. La palabra yoga procede del sanscrito y significa “unión” o “esfuerzo”. Su origen se remonta a tiempos inmemoriales, hace más de 5.000 años, en la India. La leyenda cuenta que fueron los dioses quienes relevaron esta sabiduría a los hombres ascetas. El yoga se fundamenta en textos sanscritos sagrados del 2.500 a. C. conocidos como Vedas. Alrededor de 500 años a. C. aparecen unos poemas épicos entre los que se encuentra el Bhagavad Gita, donde se estudian importantes aspectos del yoga. Dos siglos más tarde, Pantanjali recopiló todo el conocimiento de esta tradición en los Yoga Sutras. A partir de estos textos se definió el Raja Yoga, la escuela yóguica más practicada en occidente. Sin embargo, existe gran diversidad de tipos de yoga.
Se puede distinguir entre dos interpretación del yoga. Por un lado, está la práctica basada en la filosófica hindú original. El individuo debe buscar el desarrollo de la conciencia espiritual para conseguir que su alma se integre con el absoluto. Según esta tradición, el alma es la parte fundamental del ser humano y se encuentra atrapada en el cuerpo. El ejercicio del yoga permite encontrar el equilibrio necesario entre la parte física, mental y espiritual del ser humano, para poder alcanzar la perfección espiritual y la unión con el todo. Por otro lado, el yoga ha derivado a una mera actividad física o gimnasia que ayuda a corregir la postura del cuerpo y a mejorar la capacidad de concentración mental.
¿Moda o un cambio de conciencia social?
Esta última acepción es la más practicada en las sociedades occidentales. Si bien ofrece beneficios, en especial físicos, como el aumento de la flexibilidad y el fortalecimiento de los músculos, el refuerzo de las defensas naturales, la eliminación de toxinas, o la mejora de la respiración; también está siendo desvirtuado de su propósito original. El éxito social de esta disciplina oriental ha generado su comercialización en los mercados con el fin de ser explotado económicamente. Así, el yoga se está convirtiendo en un producto de moda para el público consumidor. La publicidad y el marketing lo presentan como una alternativa más para conseguir la belleza física ideal según los cánones estéticos occidentales. De esta forma, a través de la manipulación del yoga se promueve los valores de competitividad y culto a la imagen y el cuerpo, contribuyendo a las pretensiones económicas impulsadas por los mercados.
Por otro lado, la popularización de esta tradición milenaria podría significar un cambio de consciencia social. Las consecuencias de un capitalismo extremo y su lógica de mercado comienzan a causar estragos a nivel global e individual. La apropiación y destrucción de recursos naturales, el sometimiento de naciones a los intereses económicos de las grandes multinacionales, la explotación de la mano de obra de los países más pobres, el aumento de la desigualdad social, la producción masiva de productos a bajo coste y nocivos para la salud (digamos la comida rápida), la imposición de un estilo de vida basado en el consumismo y el materialismo, la pérdida de valores humanos… son sólo algunos ejemplos. Ante esta realidad, tal vez la tendencia occidental hacia la búsqueda de la espiritualidad y el encuentro de la paz interior, junto con la aparición de otros fenómenos como el comercio justo o el fomento de la comida orgánica, representen el inicio de una transformación social. Un cambio orientado a equilibrar la balanza ante la amenaza de ser destruidos por uno de los extremos. Quizás, un nuevo comienzo donde la armonía entre los opuestos nos permita subsistir, convivir y evolucionar.