Sobrevivir en un país con una lengua que no es la tuya no es fácil, esta claro. Aunque se domine, siempre hay aspectos que hay que mejorar o aprender. En mi caso yo ya había vivido antes en EE.UU. así que sabia a lo que venia. Ya tienes una referencia anterior de lo que te espera. Sin embargo, para lo que no estaba preparada era para Miami. Yo había vivido en la fría Michigan y ahora me encuentro en un lugar meridianamente opuesto. Es curioso como en los países siempre existen diferencias entre el norte y el sur. En EE.UU. la diferencia se convierte en un abismo. Dejando a un lado los distintos acentos, la mayor barrera que me he encontrado ha sido, para mi sorpresa, el español. Sí señor, sí. En mi periplo por estos lares tengo que reconocer que en diversas ocasiones me ha resultado mucho mas difícil comunicarme en mi idioma materno que en ingles.
Para empezar hay que diferenciar entre todos los inmigrantes de países hispanohablantes que llegan a Miami. Todos y cada uno de ellos tienen sus formas, expresiones y diferentes modismos. Desde luego, hay que reconocer que todo ello dota de gran riqueza al español. Sin embargo, para que a una española la entiendan por estos lugares tiene que cambiar bastante su manera de pronunciar y utilizar diferentes palabras dependiendo de la nacionalidad con la que uno se reúna. Así, por ejemplo, si uno se encuentra rodeado de cubanos va a escuchar cosas como “asere que volá” cuando quieren saber como te encuentras. Puede que te pidan un pomo para echar algún líquido: no es que quieran que le quites el pomo a la puerta y le introduzcas algo en él sino que te están pidiendo un tarro. Abre el “gavetero” viene siendo que abras el cajón y si te piden una “jaba” se refieren a una bolsa. Además, ellos nunca giran, ellos viran.
Si uno se reúne con argentinos, irremediablemente estarán tomando mate. Degustado el delicioso brebaje nos daremos cuenta en seguida de las diferentes expresiones, además del acento tan cantarín. Dependiendo de la cantidad de bebida que se haya tomado ya abundaran los “vos sos boluuudo” si se están diciendo muchas tonterías o “podés pará de romperme las bolas” si alguien se esta cansando de algún tema. Si te preguntan si “es joda” quieren saber si lo que dices es mentira. Para los argentinos las “remeras” son camisetas, si es “petisa” es que es una remera pequeña y las “polleras”, aunque a nosotros nos haga mucha gracia, son faldas. Si tienen mucho calor, ellos se refrescan en la “pileta”, nunca en la piscina. Prefiero no meterme dentro del mundo de los insultos porque daría para un ensayo completo, pero resulta sorprendente la capacidad que tienen para hablar de la concha de algún familiar, siempre femenino. Son pequeñas cositas, pero que pueden hacer la vida mas fácil a la hora de ser comprendido en estos ambientes.
Entre venezolanos la cosa cambia. Si están de buen rollo todo esta “chévere”. Si los “chamos” son bien “chéveres” es que los chavales son muy majos y si no se están portando bien te van a decir “cónchale, no seas mala gente”.
En general, sean de donde sean, han creado un “spaninglis” que si no se está advertido es difícil de comprender. Muchos de ellos están tan acostumbrados a ciertas palabras en ingles que entre medias de una conversación te soltaran, irremediablemente, alguna en esa lengua: ”traje el trash para tirarlo”, “¿vamos al theater?” “vamos al pool a refrescarnos”, “la gente es muy nice” o muy “cool”. También utilizan unas traducciones exactas de palabras inglesas: aquí de ninguna manera aparcas un coche sino que “parkeas” un “carro”. Las cosas no te las devuelven, te las “dan patrás”. Incluso, para regresar por un camino, lo andas “patrás”. A mi siempre me entran ganas de explicarles lo que yo entiendo por andar “patrás”, pero siempre pienso que es meterme en camisa de once varas. En todas partes las puertas tienen colgado el cartel de “jalar” o “halar” (pronunciado como hache inglesa) para que tires de la misma.
Pero, para hacer honor a la verdad, los españoles no nos quedamos cortos con nuestra manera de expresarnos y se lo solemos poner bastante difícil. Para empezar, hablamos a mil revoluciones por minuto. No hay ni uno solo, venga de donde venga, que no nos diga que hablamos demasiado rápido. Encima, y para colmo de males, diferenciamos entre “c” y “z”, cosa que por aquí no hacen, y los volvemos locos. Entre la velocidad y las cetas suelen poner una cara de estar mas perdidos que Espinete en Walking Dead. Si nos ponemos a deletrear vamos a tener dificultades con “b”, “v” y “w”. Aquí, la diferencia entre “b” y “v” es be grande y be chiquita, todo lo que se salga de esta regla provocara ojos salidos de las órbitas en nuestros oyentes. La “w” la llaman doble u. De nuevo no quiero meterme en el mundo de los tacos, pero la rapidez, velocidad y domino de las palabras malsonantes nuestras asombran y provocan una hilaridad tremenda por este lado del atlántico. Tanto que siempre nos quieren imitar. Por cierto, todavía no he conocido a uno que nos sepa imitar correctamente, pero bueno, he de reconocer que son muy graciosos los intentos.
Todo ello, y mucho mas que me dejo en el tintero, hace que el español sea una lengua tan rica y diversa. Una lengua que, aunque en un principio pareciera alejarnos un poco, no hay nada que unas cervezas y un poco de oído no pueda arreglar. Y, sobre todo, una lengua de la que nunca se deja de aprender.