Decía el sabio Bertrand Russell – gran matemático, sociólogo y Premio Nobel de Literatura del siglo XX - en su obra La conquista de la Felicidad que una de las causas de la infelicidad del ser humano es, precisamente, pensar demasiado acerca de sí mismo, lo que le lleva indefectiblemente a padecer una de estas tres patologías: el narcisismo, la megalomanía o el victimismo que repite constantemente los pecados.
Puede parecer una contradicción de términos que en el avanzado, tecnológico siglo XXI, estas patologías sigan dándose con mayor fuerza si cabe. Sobre la megalomanía por la que un hombre hace todo por simple afán de poder, que ha dado ejemplos mesiánicos claves a lo largo de la historia como Alejandro Magno, Napoleón, Stalin y, como ejemplo menor, un pequeño caudillo como Pablo Iglesias, cuya sabiduría está fuera de toda duda. Son el ejemplo del hombre que se consume a sí mismo y acaba desterrado en alguna Santa Elena, pues nadie es tan todopoderoso ni tan imprescindible durante tanto tiempo como para someter a toda la tribu a su interés particular de poder.
Sobre el narcisismo – creo que ya lo he expuesto con detalle en algunas reflexiones previas- hemos llegado a una época de sublimación del ego individual inimaginable, apoyada por las redes sociales y desconectada de toda relación con la realidad ecuánime y objetiva. Lo que importa es vender, aunque sea humo. Parecer que se es siempre más alto, más fuerte, más feliz. Aquí no hay líderes que valgan, todos corremos el peligro de convertirnos en narciso al menor descuido. De otra forma, no se explicaría que alguien que se hizo famosa por un vídeo sexual como Kim Kardashian sea hoy una modelo/empresaria que mueve miles de millones de dólares y cuenta con legiones de seguidores. ¿Cómo aporta riqueza a la economía mundial? ¿Qué contribución absolutamente necesaria ha aportado a la evolución de la raza humana? Es un misterio sin resolver, casi como los que estudiaban los agentes Mulder y Scully en la añorada serie de los 90 Expediente X.
En lo que respecta al victimismo, nos encontramos en una época especialmente proclive a lamentarse, sin duda debido al poso escéptico y doloroso a nivel social, individual y de liderazgo que nos dejó la llamada Gran Recesión de 2007. Un ejemplo de ello es la construcción del sueño europeo. Yo misma nací en una generación de prosperidad, cuando esa construcción europea iniciada tras las dos contiendas mundiales, que tuvieron efectos devastadores tanto a nivel anímico como económico para los ciudadanos europeos, cogía más auge. Viví en primera persona la transición hacia el euro y la construcción de la unión monetaria. Ahora ese sueño no es que parezca estancado, sino enfangado entre un sinfín de burócratas privilegiados sin contacto casi alguno con la realidad de sus ciudadanos.
¿Qué le está ocurriendo a Europa? Encerrada en su Torre de Marfil de Estado de Bienestar y prosperidad, atacada desde los medios de comunicación como ese “Viejo Continente” y de forma física por la barbarie del terrorismo global Inc. – que nadie se crea que todos esos ataques como los de Bruselas en el mes de marzo son una jihad por la religión, es puro negocio igual que lo fue a nivel nacional en España el terrorismo de ETA para que muchos de aquellos que apoyaban a los que se hacían los valientes asesinando por la espalda o poniendo bombas a inocentes funcionarios se acabaran convirtiendo en tiernos políticos con privilegios sin haber hecho currículum en su vida -.
La cuestión es que el valor principal del continente europeo que tanto ha contribuido al desarrollo económico, social, artístico del mundo con su riqueza cultural, idiomática, filosófica forjada a través de siglos de historia va mucho más allá de un estado de bienestar, del terror mal llamado islámico o de las amenazas económicas. Los valores europeos quedan bien reflejados en ese “Liberté, Egalité, Fraternité” que es insignia de Francia. Porque somos ciudadanos formados, libres, conscientes e iguales que queremos no sólo seguir disfrutando de derechos, sino tener oportunidades de desarrollar proyectos de vida interesantes dentro de Europa. Porque no sólo hay sueños en América o Asia. También nos merecemos seguir construyendo ese sueño europeo.
Este artículo no pretende ser ningún canto nostálgico a un pasado perfecto en el paraíso de la Arcadia – cada época tiene y tendrá siempre sus pros y contras, y hoy tenemos razones tanto técnicas como materiales para ser muchísimo más felices que en cualquier época que haya disfrutado el ser humano hasta la fecha –. Sólo busca ser un recordatorio y un acicate motivador para que todos, cada uno dentro de sus posibilidades, sigamos defendiendo y luchando por ese sueño europeo. Porque no está sólo en manos de burócratas sin alma, sino que está en nuestras manos. Cada día.