En la vida diaria de una gran ciudad, donde el encuentro con cientos de personas diferentes se hace intenso e ineludible, los límites de nuestra tolerancia se ven desafiados a cada paso. Los lugares públicos y comunes como restaurantes, tiendas, transportes o las propias calles y vías de circulación se convierten en campos de estudio social. Escenarios que muestran el nivel de aceptación y respeto hacia la diversidad, el punto de inflexión entre lo admisible y lo no admisible y las reacciones para prevenir o no un mal mayor. Son pequeños microcosmos que reflejan, en efímeros momentos, los retos de la convivencia, dejando entrever el grado de fortaleza de nuestras convicciones morales y cívicas.
¿Qué es la tolerancia?
La Real Academia de la Lengua define tolerancia como “el respeto por los pensamientos y las acciones de terceros cuando resultan opuestos o distintos a los propios”. A nivel individual, la tolerancia está estrechamente ligada a los valores y la moral de cada uno, qué es lo bueno y qué es lo malo para mí. Implica respetar las ideas, creencias y prácticas de los demás aunque sean completamente opuestas a las nuestras. Al mismo tiempo, la tolerancia conlleva reconocer las diferencias implícitas en los seres humanos, la diversidad cultural, étnica, religiosa… o los distintos comportamientos y actitudes.
A nivel global, la tolerancia ejercida a nivel político, étnico y religioso salvaguarda la coexistencia pacífica entre distintos pueblos y países. Para ello, las libertades democráticas, en el sentido de poder vivir y expresarse de acuerdo a las propias convicciones sin ser perseguido, son requisito indispensable. El primer edicto sobre la tolerancia fue promulgado por el emperador Galerio en el año 331 en Roma. Este decreto terminó con las percusiones contra los cristianos al reconocer su libertad de culto. Siglos más tarde, la democracia extendería estos derechos a través de leyes que garantizan la libertad de pensamiento, expresión, prensa, voto electoral… y se sustentan en la tolerancia mutua.
Aunque la tolerancia significa respetar, escuchar e incluso valorar conductas y pensamientos ajenos contradictorios a los nuestros, existen unos límites. Estos están relacionados con las libertades y los derechos humanos universales. Se resumen en la máxima “la libertad del individuo termina cuando empieza la del otro”. Es decir, no se aplica la tolerancia cuando una idea, comportamiento o hecho desprecia, agrede o atenta contra la vida de otros individuos, ya sea por razones ideológicas, raciales, religiosas o de género.
Tipos de tolerancia
Se distinguen diferentes tipos de tolerancia y sus contrarios, el extremo intolerante. La tolerancia racial, respeto a otras razas; el racismo como intolerancia. La tolerancia étnica, respetos a individuos de otras culturas o pueblos; la xenofobia como su opuesto. La tolerancia religiosa, respeto a distintas religiones o creencias. La tolerancia ideológica, respeto a otros pensamientos, ideas o principios; las derechas o izquierdas extremas supondrían la intolerancia. La tolerancia sexual, respeto a individuos del sexo opuesto u otras orientaciones sexuales; el machismo, feminismo o la homofobia se enmarcan como intolerancia. La tolerancia social, respeto a distintas clases sociales; con el clasismo como contrario.
Además de esta clasificación, se puede hablar de una tolerancia negativa-pasiva y positiva-activa desde una perspectiva más psicológica. La tolerancia negativa-pasiva se puede dar de varias formas. Si nos remitimos al propia etimología de la palabra tolerancia, del latín tolerare - aguantar, soportar -, podemos encontrar este matiz negativo. Nos referimos a la resistencia que tenemos para soportar algo con lo que no estamos de acuerdo. Esta actitud implica una pasividad, al no tratar de comprender y aceptar como válidas otras posturas contrarias a la nuestras. Otras formas de tolerancia negativa y pasiva son el acto de ignorar, no prestar atención a lo ajeno y negar otros valores, o la resignación y la sumisión: al no poder cambiar aquello que no compartimos lo aceptamos, pero sin intentar o querer comprenderlo.
El punto clave entre esta tolerancia negativa-pasiva y la positiva-activa está en la motivación que nos mueve a ser tolerante. Si estos motivos son evitar el conflicto o la impotencia al no ser capaces de cambiar una situación, nos sumimos en un desinterés o miedo hacia nuestro entorno. Por el contrario, si nuestros motivos estriban en conocer, comprender y promover la coexistencia pacífica, ejercemos una tolerancia positiva y activa. Este tipo de tolerancia se basa en la predisposición al intercambio, el valor de igualdad donde ninguna de las partes se ve sometida, la prioridad de intereses comunes y en la libertad de expresar libremente las diferencias y contradicciones.
Campo de estudio: el caso de los autobuses metropolitanos.
Como se mencionaba al principio, los lugares públicos y comunes, en particular los autobuses digamos de una gran ciudad como Londres, son un excelente campo de estudio social donde se pueden observar diariamente los límites de la tolerancia de los individuos. Aunque en estos escenarios no es imprescindible el intercambio oral de ideas, la comunicación no verbal, las actitudes y las reacciones hacia diferentes tipos de personas hablan por sí mismas.
Muchos conocen la experiencia de ir en un autobús o tren, confinados y apiñados frecuentemente, donde decenas de personas de todas las clases y colores suben, bajan, se sientan, se levantan, hablan, gritan, comen, se empujan… Aquí por lo general la tolerancia, mayoritariamente como sinónimo de aguante, se vuelve palpable. Qué hacer si no aguantar en las ocasiones en las que el espacio vital de uno es invadido por la saturación de pasajeros, o cuando te atropellan para conseguir el asiento que se ha quedado libre, o cuando se abren las ventanas en una gélida mañana invernal, o cuando la música de alguien te hace retumbar la cabeza, o cuando… No es de esperar que en estas situaciones las personas estén predispuestas a intercambiar opiniones e intentar comprenderse el uno al otro, es por ello que la tolerancia negativa predomina. O tal vez nos encontremos antes acontecimientos que rozan o traspasan los límites de la tolerancia al atentar, de alguna forma, a nuestra integridad física. En tal caso, ¿se podría ser intolerante?, ¿adónde nos llevaría entonces tal ejercicio de la tolerancia?
La delgada línea de la tolerancia.
También están situaciones en las que la línea fina entre la tolerancia y la intolerancia es casi imposible de distinguir. Recuerdo un día en el que un vagabundo subió al autobús. Nadie le hubiera prestado demasiada atención a no ser por el fuerte olor que despedía. Tal era el hedor que todos los pasajeros reaccionaron inmediatamente abriendo las ventanas, tapándose la nariz con las bufandas, sacando perfumes de los bolsos, incluso muchos de ellos decidieron abandonar sus asientos y moverse a la planta baja del autobús. Pero nadie dijo nada. ¿Fue esto un acto de tolerancia? En tal caso sería del tipo negativa-pasiva, aguantar y evitar el conflicto. O, por el contrario, ¿fue la intolerancia la que se propagó al no aceptar y comprender una realidad opuesta a la establecida? Si fuese así, ¿estarían justificadas tales reacciones por haberse rebasado los límites de la tolerancia? Es decir, ¿se podría considerar que aquel hombre estaba vulnerando algún derechos fundamental del resto de personas a su alrededor?
Existen otros momentos en los que la intolerancia de la intolerancia se impone sin duda alguna. En otra jornada cualquiera, un joven adolescente con su uniforme del colegio entró en el autobús. Ocupó un asiento de los varios que había disponibles y comenzó a mirar con descaró al resto de los pasajeros mientras jugaba con una pequeña pelota y gritaba cosas incomprensibles. Su actitud incómoda se acentúo cuando se puso de pie en el asiento y saltó por encima a los asientos de atrás donde había una mujer. Se sentó a su lado y le puso su cabeza en el hombro. La mujer, sorprendida, reaccionó pidiéndole que parara. Pero no fue ella la que se impuso, sino otra pasajera que empezó a reprocharle su comportamiento y le ordenó que se sentara y estuviera quieto y callado. El joven no dijo nada y volvió a su asiento, pero continúo gritando. Aquello trasgredió los límites de la tolerancia. La pasajera que le había advertido de las consecuencia se levantó, cogió la mochila y la chaqueta, que el joven había dejado en su asiento contiguo, y lo lanzó escaleras abajo violentamente al tiempo que le chillaba recriminándole. El joven no tuvo más opción que marcharse.
He aquí un ejemplo donde la tolerancia alcanza su límite, obviamente en pequeña escala. No es necesario nombrar las terribles consecuencias de los extremismos antes mencionados. La cuestión no sería tanto el plantearse si la reacción de la mujer estaba justificada, sino adónde nos lleva esta conducta. En esta ocasión las consecuencias, digamos, fueron beneficiosas al conseguir atajar el comportamiento irrespetuoso del adolescente. Pero, ¿y si el joven se hubiera enfrentado a la violenta reacción de la mujer del mismo modo?, ¿qué habría pasado? Es probable que la intolerancia de la intolerancia hubiera llevado a la violencia, como podemos ver en cualquier telediario. Entonces, ¿cómo impedir tales abusos cuando el dialogo es insuficiente?
Efecto contrario: hacía la solidaridad
En el otro extremo hay momentos en los que los límites de la tolerancia se invierten hacia la dirección contraria y se convierten en solidaridad. Si volvemos al escenario del autobús, también nos sentiremos identificados cuando encontramos personas que toleran con paciencia los apretones y empujones del abarrotamiento. Más allá, su disposición hacia los demás es positiva y, en vez de frustrarse ante la invasión del espacio vital, empatizan con sus coetáneos a través de miradas o frases cortas, llegando incluso a ceder algo de su espacio o asiento. Esta actitud de tolerancia positiva-activa es motivada por la intención de facilitar la corta convivencia durante el trayecto.
Tales personas son capaces de extender los límites de su tolerancia, en ocasiones en detrimento de su propio beneficio, por una causa común: el beneficio colectivo. Es aquí donde la tolerancia se liga estrechamente a la solidaridad, cuando una persona muestra “apoyo incondicional a causas o intereses ajenos, especialmente en situaciones comprometidas o difíciles”. Como ocurrió en Londres cuando decenas de personas levantaron un autobús a pulso para salvar la vida a un peatón que había sido atropellado.
Como hemos visto, la práctica y los límites de la tolerancia suponen un gran reto diario, además de plantear cuestiones de difícil solución. En busca de tales respuestas, el camino más accesible tal vez sea nuestra propia reflexión y escrutinio: ¿de qué forma hacemos uso de la tolerancia?, ¿tendemos hacia aquella negativa- pasiva ignorando o evadiendo conflictos?, ¿o poseemos el valor necesario para intentar entender lo opuesto a nuestra moral en aras de aprender y evolucionar?, ¿cuáles son nuestros límites?, ¿nos da derecho la tolerancia a no tolerar a los intolerantes? Termino con unas palabras de Gandhi para la reflexión, “Puesto que yo soy imperfecto y necesito la tolerancia y la bondad de los demás, también he de tolerar los defectos del mundo hasta que pueda encontrar el secreto para ponerles remedio”.
Fuentes
http://concepto.de/tolerancia/
http://deconceptos.com/ciencias-sociales/tolerancia
http://www.tipos.co/tipos-de-tolerancia/
http://latolerancia-valorimportante.blogspot.co.uk/2011/03/tipos-de-tolerancia.html
https://mx.answers.yahoo.com/question/index?qid=20121008085613AAR4oe7
http://www.servicioskoinonia.org/boff/articulo.php?num=124
http://www.rinconpsicologia.com/2011/04/el-limite-de-la-tolerancia-donde-esta.html
http://vaiven.sems.udg.mx/los-limites-de-la-tolerancia-dentro-de-una-sociedad/