Frente al mar, la cuarta película de Angelina Jolie y primera ocasión en la que se ha dirigido a sí misma, ha tenido una vida curiosa como largometraje. Rodada en la isla de Malta en verano de 2014 y durante la luna de miel de Jolie y Brad Pitt, esta co-producción entre Estados Unidos y Francia se anunciaba como uno de los estrenos más prestigiosos de 2015, una ocasión para que ambos intérpretes demostraran su gran talento y quizás hasta una presencia segura en las principales categorías de los Óscar del año pasado.
Pasaron los meses y poco más se supo de ella, hasta que finalmente empezaron los muy cuidados tráilers y avances, que prometían una experiencia intensa y hermosa. Los responsables de marketing se atrevieron hasta a lanzar un teaser sin diálogos, que mostraba tensos momentos entre la pareja protagonista y bellas imágenes cortesía del paisaje y la buena mano del nominado al Óscar Christian Berger, director de fotografía.
Finalmente se puso la fecha de estreno el 13 de noviembre, de manera “limitada” (solo en ocho ciudades y diez cines) y sin apenas repercusión mediática. El matrimonio dio entrevistas, la película tuvo su estreno previo en el AFI (American Film Institute) Fest y... nada más pasó. Empezaron a llegar las críticas, ninguna especialmente laudatoria, y se comenzó a hablar de altos presupuestos para pocos beneficios, de supuestos comportamientos egomaniacos de la directora y guionista a la hora de distribuir y promocionar la cinta y hasta de un trato con Universal para moverla, que incluiría el compromiso de la actriz de dar vida de nuevo a Maléfica tras el gran éxito en taquilla del film homónimo de 2014.
Estrenada en España el pasado 11 de marzo sin apenas promoción y en poco más de diez cines, las críticas han sido también poco clementes con una propuesta acusada de pretenciosa, ridícula, exagerada, esteta o vacía. Antes de seguir, voy a hacer una distinción importante: un profesional puede criticar una película como desee y no es mi lugar el cuestionarlo. Lo que me importa de esa ola de ataques a Frente al mar y la materia prima que nutre este escrito es que esos ataques derivan sin mucha dificultad hacia la figura de la propia Angelina Jolie. Reflexiones entre líneas del tipo: “¿Cómo se atreve esta directora novata a hacer una película de este corte?”, “¿Quién se cree que es para acercarse al terreno de Michelangelo Antonioni, Jean-Luc Godard o Ingmar Bergman?”, “¡Qué egocentrismo más grande el de Jolie y su marido Brad Pitt!”, “¿Por qué me van a importar los problemas de esta gente rica?”, etc. Aunque nunca del todo evidente, hay envidia y sexismo en estos ataques. Soterradas, puede que inconscientes, pero ahí están.
Leer esto me trajo a la mente unas recientes declaraciones de Natalie Portman, entrevistada por el inminente estreno de su debut como directora, A tale of love and darkness. Portman contaba que siempre había querido lanzarse a dirigir, pero que le intimidaba la respuesta pública de la gente, recordando cómo Barbra Streisand era siempre tachada de diva y egocéntrica por dirigirse a sí misma en sus tres largometrajes. Tras ver cómo la novel Lena Dunham producía, dirigía, escribía y protagonizaba Tiny Furniture (2010) con apenas 23 años, la oscarizada actriz cuenta haber llorado de la emoción ante el talento y resolución de Dunham y haberse decidido entonces a dar el paso. Es curioso que Portman nombre a esta joven en todo este asunto, porque lleva soportando similares ataques de divismo y egocentrismo desde que estrenara su serie Girls en 2012, que protagoniza y ocasionalmente dirige y escribe/co-escribe con un aplomo digno de todo elogio.
Pero esto no pretende ser solo una reivindicación de la mujer y una evidencia del doble sesgo que existe al lidiar con ellas y ellos en su rol de directores, sino que también es interesante apuntar cómo la industria cinematográfica actúa ante determinadas propuestas. Frente al mar no es una película perfecta ni mucho menos. Su guión es algo ortopédico, la interpretación de Jolie se queda a medio gas y cae en ocasiones en lo estética sin un sólido correlato dramático, pero tiene unas virtudes más que evidentes, y donde muchos argumentan pretenciosidad sin centro yo veo una bienvenida voluntad de diferencia. ¿Por qué no puede la cineasta acercarse a los titanes del cine europeo ya nombrados y sus feroces crónicas de las cuitas matrimoniales? ¿Es de verdad egocéntrico dirigirse a uno mismo en un rol jugoso que previamente se ha escrito?
Creo que la ambición de muchos intérpretes reconvertidos en directores/guionistas es servirse retos de envergadura, y dobles (firmarse un papel complejo y a la vez capitanear el siempre complicado barco que es un rodaje). De Ben Affleck, por decir el primer nombre que me viene a la mente, no se dice eso. La animadversión hacia la figura pública de la actriz está profusamente documentada, y ya su película En tierra de sangre y miel (2011) despertó similares reflexiones sobre su idoneidad para un proyecto así, como si alguien como ella solo pudiera ser una turista con complejo de culpa y no una cineasta y guionista con entidad.
Esto no es una diferencia de opinión entre un servidor y otros respetables compañeros de profesión, aunque lo pueda parecer, sino la enésima ocasión en que una profecía autocumplida hace daño a un proyecto antes incluso de nacer. La rumorología, la manera en que se coge el contenido de las notas de prensa y se comenta de una u otra manera según de quién venga... Si además se mezcla con la sutil inquina que siguen despertando las directoras y los intérpretes reconvertidos en realizadores (aquí se juntan las dos circunstancias), pues lo del fracaso de este elegante drama es casi la crónica de un agravio anunciado, la imposibilidad de ser otra cosa. Y cuando no lo es –muchos/as le tenían ganan a El renacido (2015) tras lo que se contaba sobre la conducta de Alejandro González Iñárritu durante el rodaje y las duras condiciones del mismo– es porque un hombre está al timón y el resultado es tan potente que habla por sí mismo. Si solo se dieran esas mismas oportunidades a todos los proyectos.