Durante años, Disney fue el estudio de animación por excelencia, pero también el gran ogro conservador que vendía valores tradicionales a los más pequeños. Ni siquiera durante el exitoso Renacimiento de los años noventa la empresa del ratón Mickey dejó atrás el maniqueísmo de sus películas. Sin embargo, desde que en 2006 John Lasseter ocupó el puesto de director creativo en la división animada, la compañía ha resurgido de sus cenizas con cintas más originales, maduras y hasta progresistas. Si en Frozen la princesa Elsa no necesitaba un príncipe para celebrar un final feliz, en Zootrópolis, la nueva producción del estudio de Burbank, la protagonista asegura a los espectadores que la vida es compleja. Ni blanca ni negra. ¿Quién iba a esperar semejante declaración en una película de Disney hace solo diez años?
En un universo sin seres humanos, la joven coneja Judy Hopps sueña con ser policía en Zootrópilis, una gran ciudad a imagen y semejanza de Nueva York. Aunque nadie de su especie ha alcanzado el puesto antes, la protagonista se esforzará y conseguirá ser admitida en el cuerpo. Si bien al principio se deberá conformar con poner multas a los coches mal aparcados, pronto se verá envuelta en la investigación de catorce animales desaparecidos. En esa labor, contará con la ayuda de Nick Wilde, un zorro que sobrevive gracias a pequeñas estafas.
Con ese argumento, los directores Byron Howard, Rich Moore y Jared Bush, junto a su equipo, han creado una cinta fresca y dinámica que introduce varias novedades en el canon animado. La innovación más evidente radica en el propio guion, que desarrolla una investigación policial bastante habitual en las cintas de acción real, pero rara vez incluida en una película de dibujos animados.
No obstante, los aspectos más relevantes se encuentran en el discurso de Zootrópolis. El esquema habitual de la mayoría de películas dirigidas al público infantil gira en torno a un individuo marginado que logra superar sus miedos y limitaciones hasta lograr la aceptación social. Trabaja y triunfarás. Es cierto que este nuevo filme repite esa fórmula en gran medida, pero no olvida añadir una reflexión sólida sobre las dificultades de la vida y las posibilidades de no alcanzar las metas soñadas, pese al esfuerzo invertido. La existencia no es sencilla y el desarrollo de los acontecimientos no siempre nos sonríe. Una lección para evitar sorpresas desagradables y frustraciones. El mundo no es de gominola.
Por esa misma senda, la película echa por tierra los prejuicios asociados a los estereotipos de género y raza. En pleno debate sobre la diversidad en la industria cinematográfica, la trama de la película certifica que no hay que fiarse de las apariencias. No conviene olvidar que hace poco más de dos décadas, las torpes y malvadas hienas de El rey león fueron dobladas en la versión original con voces afroamericanas y latinas. Pero los tiempos, al menos en apariencia, han cambiado, y Disney también. Quizá por ese motivo, el segmento final de la cinta incluye un caso de corrupción municipal a la altura de las mejores tramas españolas. Observen a sus gobiernos. Desconfíen.
Más allá de los significados del guion, Zootrópolis es un filme ágil y muy divertido gracias a la traslación de las convenciones humanas al mundo animal, incluida una escena en un club nudista, así como a sus referencias a clásicos como El padrino y a cintas más recientes como Frozen. Y, por si había alguna duda, la animación de los personajes y los escenarios es de primer nivel.