Si existe un país que ha sabido conquistar su propia soberanía, ese es Vietnam. Como ya cantaba el chileno Víctor Jara durante el terrible conflicto que asoló el país en varias fases durante el siglo XX, los vietnamitas se han ganado el derecho a vivir en paz.
Pero Vietnam tiene historia mucho más allá de la guerra entre el Norte y el Sur y han sido muchos los pueblos e imperios que han buscado apropiarse de este paraíso de la península de Indochina. Franceses y españoles intentaron incorporar Vietnam a sus territorios coloniales, al igual que ya lo hicieron vecinos suyos como los chinos, los mongoles o los japoneses. Y todos se vieron superados por el afán de libertad de los vietnamitas.
No sería hasta 1975 cuando el país finalmente se reunificó, alcanzando la tan ansiada independencia por la que llevaban luchando desde que un milenio atrás se liberasen del yugo chino.
Ninh Binh, el origen de un país
Para los viajeros occidentales, el país de los Viets del Sur, como indica su nombre, es un lugar que choca directamente con su cultura y con su forma de ver la vida. Los vietnamitas son un pueblo ancestral, cuyo origen se remonta al siglo III a.C. con el reino de Áu Lac, al norte, según algunos historiadores.
Desde finales del siglo II a.C. hasta el X d.C., Vietnam estuvo bajo el dominio de varias dinastías Chinas y su influencia tanto cultural como religiosa y social marcó definitivamente el destino de los vietnamitas.
Antes de dicha invasión, en Vietnam se habían establecido también otros reinos que dejaron su propia huella, alrededor de los siglos I y II d.C. Es el caso del reino de Funán en el delta del Mekong o el reino de Champa, cerca de Danang, que legó el santuario de My Son, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
Pero los primeros vestigios de la Vietnam independizada pueden apreciarse en la provincia de Ninh Binh, al sur de Hanoi, en el delta del Río Rojo. Tras la derrota de los chinos en la batalla del río Bach Dang (938 d.C.), la primera dinastía imperial vietnamita, los Dinh, establecieron su capital en Hoa Lu, en el centro de dicha región.
En Ninh Binh puede apreciarse todo aquello que hace único este país, desde pagodas y templos centenarios hasta los paisajes naturales icónicos de la exótica Indochina, repletos de arrozales y formaciones kársticas que emanan de la tierra como los dientes de un dragón.
Tam Coc y Thung Nham, senderos acuáticos
Una de las rutas preferidas por los turistas es la que sigue el río Ngo Dong por Tam Coc, un rincón paradisíaco de Ninh Binh cuyo nombre se traduce literalmente como ‘Tres cuevas’. Se trata en realidad de una senda acuática entre arrozales y picos semejantes a los que pueden verse en la bahía de Ha Long, razón por la cual los lugareños han rebautizado la región como bahía de Ha Long en tierra.
Si se contrata una excursión sobre un sampán, la tradicional embarcación de madera que los vietnamitas conducen tanto con las manos como con los pies, los visitantes podrán adentrarse en un mundo arcaico, donde la vegetación salvaje del lugar se mezcla con hermosas pagodas construidas en las orillas mismas del río.
Resulta impresionante como los conductores de las barcas son capaces de cruzar las tres cuevas sin fondo que dan nombre a Tam Coc, apenas iluminadas y con los techos rozando sus Non La, los típicos sombreros cónicos vietnamitas que protegen tanto del sol como de la lluvia.
Hoy en día, la ruta de Tam Coc es una de las excursiones típicas que se incluyen en los tours y en las excursiones que parten desde Hanoi, por lo que el encanto del lugar se pierde entre las multitudes de gente que abarrotan los sampanes.
Para los que quieran huir de estas aglomeraciones, resulta más recomendable la cercana ruta por Thung Nham, que aún no ha sido descubierta o no ha sido explotada por las agencias de viajes, y suele ser la habitual de mochileros y viajeros que llegan allí por su propio pie o con guías locales.
Si se visita antes Tam Coc, es probable que Thung Nham decepcione en cuanto a la espectacularidad del paisaje, pero el recorrido resulta mucho más auténtico y apacible. En las orillas puede contemplarse la vida rural de la zona, con agricultores sumergidos hasta el pecho en los canales que rodean granjas y arrozales.
Las mujeres que gobiernan los sampales cruzan a ciegas dos pequeñas cuevas con la única iluminación de una linterna que dejan a los viajeros para que disfruten del espectáculo que ofrecen decenas de murciélagos colgados a pocos centímetros de sus cabezas.
Al final del recorrido se llega a una especie de laguna rodeada por unos puntiagudos picos similares a la piedra pómez y por toda clase de plantas acuáticas. Mientras los turistas se maravillan con las hermosas flores de loto que surcan las aguas, sus anfitrionas aprovecharán la ocasión para venderles artesanía local, principalmente telas y bordados.
Phat Diem, la catedral del hombre tranquilo
Si el visitante ha tenido el placer de leer la magnífica novela de Graham Greene El Americano Tranquilo, no puede dejar de visitar uno de los lugares que describe el autor en sus páginas: la catedral de Phat Diem.
Situada a 32 kilómetros de Ninh Binh, este templo religioso es la viva imagen de la fusión entre oriente y occidente que se produjo en la época colonial francesa. A pesar de que se trata de una propiedad de la Iglesia Católica, se construyó siguiendo cánones de la arquitectura sino-vietnamita mezclados con el gótico europeo. ¿El resultado? Una ecléctica construcción de madera y piedra, híbrido entre pagoda, palacio cantonés y catedral occidental.
La Catedral de Nuestra Señora Reina del Rosario, que así se llama realmente, fue construida desde 1875 hasta 1898 por el Padre Peter Tran Luc dentro de un complejo que cuenta con un pequeño lago, una torre campanario y varios edificios y grutas anexos.
En el interior de la iglesia se pueden apreciar más de 50 columnas de madera que sostienen la nave central y los techos decorados con motivos bíblicos. El altar, lacado con detalles escarlatas y dorados, es más budista que cristiano, como ya afirmó el propio Graham Greene, que visitó el templo en 1952, en plena batalla de Phat Diem entre franceses y vietnamitas.
Para el ojo occidental, el campanario o Phuong Dinh se asemeja más a una gran puerta triunfal romana que a una torre en el sentido estricto. Se trata de una construcción a tres niveles, con techos curvados al estilo oriental, que dan cobijo en el último nivel a una campana y en el segundo a un gigantesco tambor cuyo sonido puede escucharse hasta a 10 kilómetros de distancia, según cuentan los guías locales.
El complejo religioso sufrió los azotes de la guerra a lo largo del siglo XX, primero en los años 50 frente a los colonos franceses y posteriormente en el año 1972 frente a los estadounidenses, cuando la zona oeste del recinto fue bombardeada.
Mua Cave: atardecer desde el cielo
Los visitantes de Ninh Binh no pueden olvidarse de uno de los lugares más famosos de la región, el mirador de Mua Cave. Se trata en realidad de una cueva en una montaña a 5 kilómetros de la capital de la región y un pequeño templo en la cima.
Ni la cueva ni el templo son realmente impresionantes, comparados con otros exponentes del país, pero las vistas desde la cúpula del pico kárstico bien merecen la subida de casi una hora por los casi 500 escalones de piedra que conducen hasta el lugar.
Si los horarios de acceso al recinto lo permiten, el mirador alcanza su apogeo al atardecer, cuando los últimos rayos de sol acarician los campos de arroz, el río Ngo Dong y los innumerables canales y senderos acuáticos que se pierden entre los juncos y bambúes desde Ninh Binh hasta el océano Pacífico, más allá de donde alcanza la vista.
Sobre Mua Cave, en los recónditos límites de la exótica península de Indochina, la paz es tan infinita que resulta casi irreal pensar que tan solo medio siglo atrás la región y el país entero viviesen el infierno de la guerra. Se han ganado su derecho a que así sea.