Bethlehem, Beit laħem o Belén, como la conocemos en castellano, es la famosa ciudad bíblica en donde habría nacido Jesús. En 2020, previo al comienzo de la pandemia, terminé visitándola casi por casualidad, dejándome muchas sensaciones y reflexiones sobre todo lo que pude observar en mi corta visita. Hoy voy a contarles acerca de eso desde el lugar más objetivo posible y con la intención de que conozcan un poco sobre la ciudad a través de mis palabras.
El lugar de tanta importancia religiosa aparece en escritos ya desde el año 1350 antes de Cristo, y si bien está a tan solo 10km de Jerusalén, la capital de Israel, actualmente se encuentra dentro de la región de Cisjordania y forma parte de Palestina. Pese a estar tan cerca una ciudad de otra, las diferencias culturales se pueden notar ni bien cruzas la frontera. La manera más fácil de ingresar a Belén es en un bus desde Jerusalén, nosotros tardamos aproximadamente una hora y ni bien llegamos se nos acercó un grupo de taxistas que querían ofrecernos sus servicios como guías y conducirnos por la ciudad. Luego de rechazar las insistentes propuestas, comenzamos a caminar decididos a ir por nuestra cuenta, pero otro hombre que esperaba tranquilo a media cuadra hizo también su intento de convencernos, lográndolo con la tentadora oferta de cobrarnos menos shekels (moneda israelí).
Nos subimos a su auto y los hombres previamente rechazados vinieron a discutir con el ganador de estos turistas, lo cual generó un momento incómodo, estaban gritando en un idioma desconocido, enojados por la decisión que nosotros habíamos tomado. Nuestro taxista resolvió el conflicto y empezamos el tour de los sitios claves que según él debíamos visitar. Se estima que en Belén viven alrededor de 30.000 habitantes, la mayoría de religión musulmana pero también hay una minoría cristiana. El nacimiento del mesías es un acontecimiento clave para el cristianismo, pero Belén es importante para muchas religiones, en el caso de los musulmanes debido a que allí se encuentra la tumba de Raquel y para los judíos ya que ahí fue coronado el Rey David. La ciudad dio lugar a fuertes discusiones y cruces entre las distintas religiones y a lo largo de la historia perteneció a diferentes pueblos hasta que finalmente quedó en manos del Estado de Palestina en 1995. Hasta el día de hoy continúan los conflictos entre Palestina e Israel y es por esa razón que la ciudad de Belén se encuentra amurallada y hay numerosos controles para entrar y salir.
Visitar Belén no estaba en mis planes de viaje y la verdad es que nunca se me había ocurrido hasta que me lo propusieron. Conocía la ciudad solo de nombre por ser el sitio donde nació Jesús, a veces nombrada por los coros en las iglesias y en la representada escena en el pesebre que tenemos cada año junto al arbolito de navidad. Belén es famosa en todo el mundo por ser el lugar que vio nacer al hijo de María y José, pero más allá de eso poco se sabe de este sitio repleto de historia. La ciudad que le debe su fama y su turismo a la religión posee algunos puntos claves que son visitados por miles de personas cada año, en especial en las vísperas de navidad.
El lugar más conocido es la Basílica de la Natividad, la cual desde afuera puede parecer una iglesia normal igual a cualquier otra, pero claro que no lo es, ahí mismo nació Jesús. Fue mandada a construir en el año 339 por el emperador Constantino. Luego de saqueos y destrozos en el año 529, el emperador Justiniano mandó a levantar una nueva basílica, siendo esta construcción la que podemos encontrar actualmente. Tiene puertas bastantes pequeñas que para poder atravesarlas uno debe agacharse y su arquitectura expone la antigüedad del sitio el cual fue construido sobre la gruta donde nació el niño Jesús. La basílica es compartida por la Iglesia católica, la Iglesia ortodoxa y la Iglesia apostólica armenia, además de los musulmanes que utilizan el ala sur para orar. Al ingresar vemos altas columnas a los costados y hacia el final un altar donde se celebra la misa, las personas forman fila hacia la derecha por detrás de las columnas hasta el fondo, donde se dobla hacia la izquierda, justo detrás del altar que se ve desde la entrada. Ahí se encuentra la pequeña gruta cubierta de mármol que en el piso tiene una gran estrella plateada que marca el punto exacto donde nació Jesús y a un costado se puede acceder a mirar el espacio donde habría estado el pesebre.
Al salir de la Basílica de la Natividad, justo enfrente se ubica el centro de la ciudad donde pudimos encontrar algunos puestos de comida y a través de una calle cuesta arriba, varios comercios de regalos, ropa, juguetes u otros artículos. Me acerqué a un carrito atendido por un niño de 8 años que hablaba y entendía inglés a la perfección; él ofrecía granos de choclo con especias en un vaso por 7 shekels. El uso de la moneda israelí al igual que el dólar están normalizados en el territorio palestino dado que allí no cuentan con una moneda propia.
Otro sitio clave para los turistas es La Gruta de la Leche que es como una iglesia, pero también es muy llamativa. Recuerdo que tuvimos que bajar escaleras para llegar a lo que parecía una iglesia dentro de una cueva, donde había distintas imágenes y figuras religiosas de María. En este sitio se dice que María derramó gotas de leche cuando amamantaba a Jesús, convirtiendo de color blanco la piedra del lugar. Miles de personas visitan este sitio en busca del polvo de la gruta que ayuda a curar problemas de fertilidad y a la que se le atribuyen cientos de concepciones milagrosas.
Además de los puntos religiosos ya mencionados, otro sitio a donde los taxistas nos llevan a los turistas es a un muro. Ese muro es la división entre Palestina e Israel, una división bastante marcada tanto por la altura de las paredes como por las altas torres de control. El muro estaba lleno de figuras y frases que expresaban el dolor de muchos de los ciudadanos de Belén que no pueden atravesarlo. Entre los dibujos pudimos encontrar los famosos grafitis de Banksy, como la niña a la que se le vuela un globo rojo en forma de corazón, el joven con la cara tapada que lanza un ramo de flores o los dos ángeles que intentan separar las paredes del muro, todas las pinturas y las frases aludían al deseo de libertad. Justo enfrente del muro encontramos una tienda donde además de vender regalos, venden materiales para que el turista pinte su propio grafiti en el muro. El taxista se ofreció a sacarme una foto con uno de los tantos grafitis y se empezó a reír cuando entre varias preguntas le consulté por el turismo: «es Palestina, no hay turistas». Todavía me sigue llamando la atención su respuesta, sobre todo ahora que investigando un poco más sobre la ciudad lo primero que leí fue que la economía de Belén se sustenta en el turismo. Según entiendo, desde que existe el muro y comenzaron los controles para quienes salen de la ciudad, el número de turistas que llegan cada año disminuyó considerablemente.
La última parada a la que el taxista nos llevó fue a un comercio donde su dueño amablemente nos dejó subir a la terraza. Desde allí se podía observar toda la ciudad la cual parecía más grande de lo que había imaginado, las casas se extendían llegando hasta los montes más lejanos y lo más pintoresco del paisaje fue que todas las casas, hoteles, mezquitas e iglesias comparten los mismos ladrillos tiñendo a la ciudad de color arena.
En la ciudad se pueden encontrar un gran número de hoteles para aquellos que deciden extender su estadía, en mi caso sentí que el tiempo que estuve fue suficiente, pero estoy segura de que me quedaron sitios por conocer y mucha cultura del lugar para experimentar.
Nuestra visita se terminó al atardecer de ese mismo día, momento en que tomamos el mismo bus para volver hasta Jerusalén. Ya había oscurecido cuando en medio del trayecto entre ambas ciudades, el micro se detuvo. Entendimos que esa era la frontera cuando alguien se subió al bus y consultando uno por uno a cada pasajero, nos hizo mostrar el pasaporte para ver nuestra nacionalidad. A nosotros los argentinos nos miró rápido y siguió con el resto. A los de otras nacionalidades, probablemente palestinos, les pidió que bajaran para revisarlos unos minutos, luego subieron y continuamos el viaje. No es que hubiera algo raro con los pasajeros de mi bus sino que este procedimiento es rutinario con cada vehículo que cruza la frontera. Ahí entendí los privilegios de venir de un país sin conflictos bélicos, y entendí también la incomodidad con la que viven aquellos que no corrieron con esa suerte. Aquellos que en medio de la violencia, quedaron olvidados.