Muchas cosas han cambiado desde que yo era niño. En ese entonces conversar era algo que se hacía cara a cara y las mujeres de 50 años o un poco más eran consideradas “viejas”. Hoy son solamente maduras, sin la responsabilidad de los hijos y con los recursos para pensar en vivir su vida a su manera. Son activas, coquetas, viven su sexualidad y tienen sentido del humor y experiencia. Muchas dejan de lado a sus maridos, porque sienten que ha llegado la hora de probar cosas nuevas. Leen, se informan, viajan, cuidan su forma y su salud y se reúnen entre ellas.
Ayer tuve la ocasión de seguir algunos diálogos sin ser parte del grupo ni menos un invitado. Y una de ellas contaba a sus amigas que había decidido dejar a su marido. Ella tenía dos hijos y dos nietos a los que quería mucho, pero le faltaba el aire, la sorpresa, la posibilidad de empezar un nuevo día sin saber cómo terminaría y decía de su pobre marido que trabajaba todo el día en su pequeña empresa, luchando contra las deudas. Y se lamentaba de la suegra, una señora ya anciana que ella tenía que asistir y que no le dejaba la posibilidad, por ejemplo, de partir de viaje improvisamente por el fin de semana.
En una frase, dejó en claro su programa: quería reapropiarse de su existencia, de su tiempo, de sus sentimientos y de hacer de una vez por todas las cosas que quisiera. Sus amigas la motivaban y le daban fuerzas y hablaban entre ellas de las posibilidades. Y entre todas las sugerencias que daban, me rebotó el hecho de que una mencionara la posibilidad de buscar amigos en línea, meterse a un grupo de contactos y encontrar a alguien con quien salir. Y así, una tras otra comenzaron a hablar de sus experiencias en distintos encuentros. Algunos de los personajes que encontraban eran simpáticos, otros casados y comprometidos, otros libres y con tiempo, pero pensaban en otras cosas y querían una relación sin compromisos y muchos otros de ellos no valían la pena.
Dejé de seguir la conversación, porque quedé atrapado en otros temas y, cuando dejamos el lugar, no pude evitar pensar en esos diálogos y el grupo de cuatro mujeres maduras que hacían planes para vivir la vida a su manera. Quizás ha sido siempre así, me pregunté, pero pude percibir obvias diferencias. Ellas estaban bien vestidas y bien conservadas, tenían tiempo, recursos e independencia. Nada las ataba a la “familia”, a sus “ex maridos” o a nada y podían imaginarse una vida de jóvenes y la edad no era absolutamente una barrera.
Entre todas las frases que sentí, una en particular me quedó dando vueltas por la cabeza: quiero sentirme deseada, amada con pasión, quiero volver a ser una mujer en plena primavera. Nunca es tarde para perseguir sueños, me dije. Nunca es tarde para alimentar quimeras. Me gustaría poder saber de ellas en unos cinco años, para saber cómo vivieron esta nueva experiencia. En cuanto a los hombres que buscaban, pude entender que la edad límite eran los 45 o los 50 y yo estaba completamente fuera y esto me hizo sentir bien, porque no seré una víctima de vampiresa que busca sangre más fresca. Seguramente, me asemejo más a sus ex maridos, abandonados por incomprensión, aburrimiento e impaciencia.
Los hombres abandonan a sus esposas cuando encuentran una mujer más joven y las mujeres abandonan a sus maridos cuando se “encuentran a sí mismas” y “deciden vivir” y estas conversaciones y las estadísticas nos muestran dos mundos paralelos, que pocas veces se tocan, dos realidades contrapuestas que aún no han aprendido a coexistir. Y este es el drama de las parejas en el mundo moderno, donde todo parece posible hasta vencer la propia edad y vivir eternas primaveras.