Hasta su último momento recordaba su nombre. Había olvidado todo. Su nombre no. Había olvidado los hechos recientes y pasados. No reconocía a sus amigos o a sus hijos. Sin embargo, conservó su memoria emocional. Se daba cuenta de la persona que le cuidaba, le ayudaba y le quería. Este hecho está siempre presente en la mente de ella.
Vivieron juntos por más de cincuenta años. El amor, me decía él, no solo se da y se recibe, el amor es algo que lleva trabajo y dedicación, necesita ser construido, fortalecido y protegido. Siempre hay que estar cuidándolo...
En este artículo no me interesa hablar sobre cómo afrontar la vejez y la enfermedad del Alzheimer como un drama social, sino rendir un homenaje a esta pareja que con su relación, profundamente íntima, enfrentaron hasta el final con dignidad, sensibilidad, fuerza mental y cariño todo este proceso de olvido patológico como si fuera cualquier otro problema cotidiano que tuvieran que afrontar. De verdad, ¿cómo podría alguien quedarse al lado de otra persona y enfrentar las dificultades encontradas por el camino de la vida si no han construido durante los años entre ellos una relación valiosa que pueda superar las debilidades humanas?
Convivir con una persona despojada de su lucidez y autonomía no es fácil. Recuerdo que le hacía las mismas preguntas y se las repetía cada cinco minutos. Me enojaba y le gritaba. ¿Qué tipo de chiste es este que nos haces ahora? Le preguntaba a mi abuelo. Sus ojos se llenaron de lágrimas. No se daba cuenta de lo que pasaba. Me arrepentí de enojarme pero no lo podía aceptar. Fue difícil para toda la familia. Pero más que para nadie, para ella, mi abuela.
Un día dijo a todos, pero mirando solo a ella: "Mi mente no funciona bien. Algo me pasa. ¿Cómo os voy a cuidar a partir de ahora?" Esa fue la etapa de Alzheimer más difícil. Sufría y lloraba porque se daba cuenta de que perdía su mente. Se daba cuenta de que perdía la capacidad de poder cuidar a su familia. La familia para él fue la cosa más importante en su vida. "El amor que se da y se recibe en la familia es muy especial porque es un amor que no tiene fecha de caducidad", nos decía siempre. Nos disfrutaba, nos cuidaba, nos amaba y éramos su tesoro. Él fue la fuente de apoyo emocional, de consuelo, de calor, de protección y de seguridad. Consiguió construir una familia muy unida y fuerte. Veo nuestras fotografías y recuerdo sus palabras, su sonrisa grande, su humor y su cortesía mental. Un hombre muy educado, activo, apasionado con su trabajo y un buen amigo para sus amigos. Un valioso compañero de trabajo para sus compañeros. Su alma fue el fundamento de nuestro hogar.
Su personalidad fue tan maravillosa que aunque pasara por todas estas etapas difíciles de Alzheimer nunca tenía acciones agresivas como la mayoría de las personas que sufren por esta enfermedad. Dependía de los otros y por no hacer abuso de su cuido, él se hacía más discreto cada vez. Su dignidad, característica grande de su carácter, su cultura y la bondad de su alma le acompañaron hasta su muerte. Y lo más impresionante de todo fue su inteligencia. Aunque estaba enfermo, mantuvo un sentido del humor increíble. La belleza de su alma supero el Alzheimer. Pero no estuvo solo. En todo este periodo, lucho con mi abuela hombro a hombro. Con esta mujer que le hacía sentirse siempre importante y valioso. Que le inspiraba a ser mejor hombre, que sacaba lo mejor de él, animándole y dándole fuerza cuando lo necesitaba. Que le escuchaba y le comprendía. Una mujer que era siempre divertida y que reían mucho juntos. Una mujer que se preocupaba por el de verdad. Una mujer con valores, buena madre y amiga para sus hijos. Una compañera en su viaje por la vida.
Ella se quedó a su lado hasta su último momento aguantando todo el proceso de la enfermedad con dignidad y sin quejarse. Para ella no fue fácil adaptarse a la nueva situación. No fue fácil aceptar que su marido había terminado siendo como un niño, perdiendo la capacidad de sentarse sin apoyo y sostenerse la cabeza. Perdiendo su capacidad de sonreír, de tragar, de hablar, de explicarse. Así que mi abuela entro en un estado de depresión. Contrajo una gran carga física y psíquica y se responsabilizó de la vida de mi abuelo, se dedicó exclusivamente a él. Le cuidó con toda su ternura y paciencia. Le contaba historias de su vida tratando de mantener su memoria viva, le respondía a todas sus preguntas repetidas veces con paciencia, se quedaba despierta noches enteras a su lado cuando el sufría de una alteración en el ciclo normal del sueño – durmiendo durante el día y volviéndose inquieto durante la noche, y no le dejo ni un minuto. Pasaron una vida entera, juntos el uno al lado del otro, tratando de cultivar una hermosa relación basada en grandes valores como el respeto, la comprensión, la capacidad de dar, servir y de perdonar. Porque sin estos valores no hay amor que dure. Como le podría dejar en su última lucha?
Murió en agosto, tranquilo y supongo que feliz con toda su familia a su lado. Con él murió, al mismo tiempo, una gran parte de ella.
El Alzheimer tiene muchas etapas diferentes y difíciles. Pero así es la propia vida. Llena de etapas diferentes y difíciles entre la pareja y esto es lo que no nos damos cuenta los jóvenes de nuestra época. Hoy en día, en la cultura exprés en la que vivimos, si la pareja enfrenta dificultades o algo no funciona: adiós. La solución inmediata es el divorcio, la separación, el olvido. Pareciera que cuando una pareja tiene problemas, la única forma de solucionarlos es evadiéndolos y evitándolos. Nuestra generación se seduce por todo lo exterior, y nos olvidamos de plantear hasta donde seriamos capaces de llegar por el propósito que nos unió: el amor. Dejamos que el amor que sentimos navegue a la deriva de un reduccionismo cómodo, cuando las cosas no son fáciles ¿y?, trabajemos por lo que queremos, con esfuerzo, y voluntad podemos construir grandes momentos en nuestras vidas y el esfuerzo merece la pena porque el amor que perdura con los años es lo más lindo. Es la continua construcción de un “nosotros” que nos permita adornar un presente con los más bellos momentos y soñar con un futuro.
Esta pareja, mi abuelo y mi abuela, compañeros por toda la vida, me enseñaron en práctica que nunca se debe renunciar por lo que merece la pena. Los miedos por el compromiso y la dedicación que se crean en nuestra sociedad es el indicador que se trata de una sociedad vacía que ni siquiera intenta luchar por lo que quiere. No sólo en relación con el tema de las relaciones, sino con todo. Veo una cobardía en los comportamientos de los jóvenes que no arriesgan lo seguro por lo incierto, que se transforman en esclavos de hábito, que evitan un amor profundo o luchar por todo lo que los llena el alma, que abandonan sus objetivos y se convierten poco a poco en personas sin verdadero interés por su propia vida.
No es fácil mantener viva la llama del amor en una relación. No es fácil mantener viva la llama del amor por nuestro trabajo o por algo que queremos conseguir, pero no por ello deberíamos abandonar el barco en la primera tormenta. De recurrentes abandonos, la vida se llena de recuerdos vacíos..
A ellos, de la belleza eterna en su ser.