En el trepidante desarrollo de la intensa campaña electoral a la que asistimos todos los españoles, me llamó la atención un momento mediático concreto. En el desarrollo del debate, incluso un candidato con tantas habilidades comunicativas, tan acostumbrado a los medios como Albert Rivera - que se encontraba en un ámbito conocido, el debate en el ámbito universitario – tuvo un fallo. Ante la pregunta de uno de los estudiantes por un autor como referente, Rivera citó a Kant. Sin embargo, no pudo poner un ejemplo de alguna obra del autor de Crítica de la Razón pura. Uno de los autores más influyentes de la Filosofía universal que hizo entender a occidente que, aunque nuestro conocimiento parte de la experiencia, no todo viene por ella.
Esta anécdota hubiera quedado en un chascarrillo si no fuera porque en la nueva ley de educación española (LOMCE) la Filosofía deja de ser una asignatura obligatoria y troncal hasta 2º de Bachillerato, para ser una optativa. Pasa a ser una “maría”.
¿Qué es la Filosofía? Su propio nombre lo indica: es el amor por la sabiduría. No solo la metafísica que intenta dar respuestas a las grandes preguntas del ser humano - ¿De dónde venimos? ¿Hacia dónde vamos? ¿Cuál es nuestra misión aquí? – o la historia de las ideas. En un esclarecedor artículo publicado en enero de 2014 en El País el catedrático de la Universidad Complutense de Madrid, Ángel Gabilondo, destacaba que: “La filosofía es la historia del pensamiento, de la generación de determinados conceptos, la visión que procuran y sus efectos y funcionamiento. Pensar no es una mera actividad mental, comporta todo un modo de hacer y proceder que requiere conocimiento”. Es decir, pensar es una disciplina que debe trabajarse como precisamente propone Kant, desde la experiencia y el conocimiento, pasando por el filtro de la razón.
Si lo que queremos es, desde una posición política de poder – hablamos del Gobierno – crear una sociedad justa de ciudadanos críticos y libres, ¿por qué motivo se relega una materia tan fundamental para construir los cimientos de ese pensamiento crítico? Porque, como señaló el sociólogo polaco Zygmut Bauman, vivimos en la sociedad líquida. La sociedad de la superficie y la apariencia, donde es más reconocido alguien con más de un millón de seguidores en Instagram – aunque su mayor mérito sea su habilidad a la hora de hacer selfies – que un científico que está estudiando una vacuna decisiva contra el cáncer, o un gran escritor. Porque pensar no está de moda cuando tu único objetivo es alcanzar más seguidores, cuando solo concibes la vida como exposición y mercantilismo. Como ponía en un artículo de Vogue sobre la relevancia social de Kim Kardashian, llegar más alto, más fuerte, más lejos. Sin objetivo claro, sin misión. La furia y el ruido como únicos compañeros.
En este Gran Hermano global en el que vivimos, sumidos en un maremágnum de información que somos incapaces – por tiempo, esfuerzo y, ahora, también formación – de procesar, solo nos cabe la esperanza de que todos los implicados en este esfuerzo educativo – padres, profesores y los propios alumnos que son los que sufren los constantes cambios en leyes de enseñanza – se alíen para lograr que una materia tan fundamental siga en pie por mucho tiempo. Es el mejor homenaje que podemos hacer para el gran filósofo de Köningsberg, el padre del idealismo y de la razón pura.