Aunque suene a tópico, donar sangre si es salvar vidas y no es tan terrorífico como lo podríamos imaginar.
El miedo a las agujas, al dolor y a las inyecciones, entre algunas otras, son inherentes al ser humano. Estos miedos son algunos que yo también tengo y por eso no diré que la donación de sangre es uno de mis momentos favoritos, pero no dejo que ellos me impidan hacer algo que tiene una gran importancia para la humanidad.
De mis visitas al doctor cuando era niña lo que más me aterrorizaba era el prospecto de acabar con algún tipo de inyección o que me enviara análisis de sangre, dos cosas de las que siempre terminaba llorando del pánico. Con el tiempo aprendí a controlarme hasta el punto de no llorar más en público, pero el miedo sigue ahí.
Estas anécdotas las comparto para hacer ver que no todo el mundo que es donante de sangre carece completamente de miedo y que, a pesar de él, he logrado no utilizarlo como excusa para no hacer algo que considero que es un gran aporte a la sociedad en la que vivo.
La primera vez que doné sangre fue recién cumplí los 18 años, edad mínima para hacerlo, y fue luego de informarme por medio de la Cruz Roja de la poca cantidad de donantes que hay en relación con la cantidad de sangre necesaria. Y es que, lastimosamente, hasta el día de hoy no se ha logrado hacer sangre artificial en laboratorios para suplir la demanda.
La Organización Mundial de la Salud ha recomendado a los países del mundo que hagan un sistema de donaciones voluntarias regulares para que sus habitantes sepan a donde ir a hacerlo de una forma segura. Esta misma organización asegura que para que un país tenga toda la sangre que necesita debe tener entre un 1% y un 3% de su población donante, lo cual no es tanto en teoría, pero en la práctica no se alcanza.
Además, los bancos de sangre u organizaciones que se encargan de este tipo de donaciones, no solo te sacan la sangre y la guardan, sino que también le hacen análisis y dividen sus componentes para que una sola persona pueda ayudar a varias, haciendo el proceso mucho más seguro para todos los implicados.
Una de las preguntas que más se hacen los posibles donantes es ¿para quién es la sangre? Principalmente se usa en niños que tienen problemas de anemia grave, mujeres que sufren de complicaciones durante sus embarazos y sus partos, personas que han sufrido accidentes graves, enfermos de cáncer, personas que son sometidas a cirugías, hemofílicos, etc. Y es por esto que es tan importante tener un buen abastecimiento de este líquido que definitivamente es vida.
Cuando ya pasa el miedo a la aguja y al dolor, el procedimiento es bastante simple. Primero un médico hace un reconocimiento de la salud del posible donante, preguntándole por antecedentes que pudieran afectar la calidad de la sangre, pesándolo (porque debe tener más de 50 kilos) y tomando una muestra para ver que la hemoglobina está en buenos niveles y no se sufre de anemia.
Lo que sigue es lo más difícil de todo el proceso, que no es más que aguantar el pinchazo de la aguja y evitar el miedo. Después ya solo se puede tener un poco de mareo, dolor de cabeza y un moretón en el brazo, pero normalmente no hay mayores complicaciones ni malestares.
Y lo mejor de todo es que no solo te llevas la satisfacción de haber hecho algo muy bueno por otros seres humanos, sino que puedes incluso tener algunas mejoras de salud. Estudios han demostrado que donar sangre ayuda a pacientes con exceso de hierro en la sangre a normalizar los niveles, además de reducir la hipertensión, la glucosa, el colesterol y el ritmo cardíaco de personas con síndrome metabólico.
Así que si te lo puedes permitir y puedes llegar a superar tus miedos, te invito a que dones sangre porque es en realidad uno de los mejores regalos que podemos hacer en este planeta.