Llega un momento en la vida de todo mortal en el que hay que actualizarse. Te has quedado anticuado y el celofán ya no resuelve tus problemas. Para aquellos bichos raros a los que tener el último cacharro de moda no es una cosa que les quite el sueño, este proceso de obligada renovación puede resultar un duro trance o, en todo caso, una molestia.
Y es que, hoy en día… ¿Quién puede vivir sin móvil, ordenador, mp3, tablet…? Lo que es más, ¿quién sería capaz de esperar unos días antes de hacerle pasar un mal rato a la tarjeta? Y no, no es lo mismo irte de vacaciones a un inhóspito y relajante paraje sin cobertura donde disfrutar del placer de estar incomunicado que sufrir un apagón inesperado; aunque a algunos esta otra moda del yoga les produzca urticaria. Dios, ¿qué pasaría si además se te rompen todos tus aparatejos a la vez?
Si eres de los que colapsan el trending topic usando tu “viejo” smartphone por última vez mientras haces cola para comprar el nuevo modelo en el mercado; no te preocupes, este concretamente no es tu problema.
Yo soy a la tecnología lo que las madres a un hijo sin abrigo en invierno; lo paso muy mal cuando tengo que hacer algún cambio. Pero, como no hay mal que por bien no venga, gracias a que mi teléfono pasó a mejor vida hace poco, me he puesto al día en innovación. Véase aquí el ejemplo: ahora tengo una pantalla más grande, un dispositivo más fino y ergonómico y montón de funciones multimedia que no voy a usar. Todo de segunda mano.
Es así que he descubierto un par de cosas interesantes: el sistema operativo de mi antiguo móvil es ya cosa del pasado, y eso en poco más de un año; ya no puedes volver atrás y comprar algo que está en la delicada línea de lo anticuado pues no podrás actualizar eso que te pone a la última en aplicaciones. Una tragedia, claro está. Y todo esto solo te llevará a gastarte el doble que tiempo atrás, aun cuando a ti la innovación ‘te trae al fresco’. En comparación, ahora estoy un paso por delante que antes y tres o cuatro por detrás del último súper último modelo.
Con tanto consejo me costó decidirme. Al final, he dejado de ser una más en el universo iPhone. Pero no me siento rara, lo tengo a todas horas junto a mí, ¡si está en todas partes! La gente lo usa mientras camina o se desplaza en bicicleta, mientras trabajan o quedan con un amigo, mientras duermen o van al baño.
Así que me dio por preguntar: y tú, ¿por qué tienes un iPhone?. “Porque es mejor”, “porque me gusta”, “por las aplicaciones”, “porque es a lo que me he acostumbrado”, “porque… No sé”… Nadie dijo “porque lo tiene todo el mundo, es la moda y cuesta un ojo de la cara”.
Todavía conservo mi MacBook Pro, aunque hace dos días que empezó a lanzar amenazantes señales de agonía. Ya tiene cuatro años y ya sabemos lo que a la tecnología es el tiempo. Pero no voy a hablar de la obsolescencia programada, que podemos estar aquí hasta mañana.
Todo esto me ha hecho lanzar la vista atrás. Quince años habrán pasado ya desde que usaba una patata de color azul para comunicarme y es ahora que veo alguna de sus virtudes. Antes la gente quedaba con sus amigos y ¡hablaba con ellos cuando se veían! Cierto es que mandar mensajes de texto hundiendo el dedo en tu ‘ladrillo’ no era tan entretenido y el juego de la serpiente te hacía entrar en un bucle pasadas las horas. Además, si te quedabas en casa no te enterabas de los detalles del cotilleo hasta la mañana siguiente y la factura del teléfono fijo creaba más de una discusión por mes.
Aun con todo, no estoy convencida de todos nuestros avances en tecnología. Este asunto requiere sin duda mayor meditación. Mientras tanto, creo que dejaré de protestar mientras hablo con mi familia por Skype y les pido que recoloquen la cámara o dejen de mover la tablet para poder así ver algo más que la coronilla o los cuadros de la mujer de la jarra colgados en la pared. Toda adaptación requiere su tiempo.