Me crié en una antigua y gigantesca casa situada en el centro de un pueblecito bañado por un manto de olivos. Más que una casa, como yo suelo decir, es como un castillo hecho de paredes sin ladrillos y repleto de trasteros y cajones llenos de medallas militares, fotos en blanco y negro, recuerdos de una guerra sin sentido y reliquias cristianas. Por aquel entonces los vestidos no se compraban, se hacían a medida en la modista de la familia, y la tecnología brillaba por su ausencia, no supe lo que era un ordenador hasta que cumplí dieciocho años.
Fue entonces que dejé mi hogar y, hasta el día de hoy, ya nada ha vuelto a ser como antaño. No me malinterpreten pero, algunas veces, pienso que la evolución de esta nuestra sociedad actual, en continuo cambio y avance, se traduce más como una involución. Que suerte haber nacido en los 80.
He hecho y desecho maletas muchas veces. Siempre me ha gustado descubrir y aprender de lo nuevo de un lugar y sus gentes. La Universidad me ayudó mucho en este respecto con estancias en México, Italia y Estados Unidos. He viajado sola mochila al hombro y con mapa, pecando de imprudente en más de una ocasión.
Estudié periodismo y pasé por diferentes medios de comunicación, también por la administración pública. Deplorables jornadas laborales me hicieron marchar de España. Ni que decir tiene que no me considero una excepción, una lástima. Ahora vivo en la tierra del té a las cinco, aunque ello sea una falacia pues el brebaje se toma a cada momento, una pena que deteste el té. Desde aquí espero escribir, así como desde donde una nueva mudanza me lleve.
Una apunte para que me conozcan más: soy indecisa e impulsiva, maniática y bohemia, defensora de la vieja escuela y de mente abierta. Espero que me perdonen.