Las comunicaciones se aceleran, las distancias se acortan, las empresas se internacionalizan, las migraciones se intensifican y el mundo se vuelve más pequeño. Es la era de la globalización. Un paisaje en constante cambio donde el intercambio de conocimientos y cultural entre los ciudadanos del mundo abre nuevos y diversos horizontes. Al tiempo que un uniforme estilo de vida se extiende allanando la globalidad.
Asomados a la ventana de estos tiempos vemos como el mundo se mueve derribando fronteras. Las compañías y organizaciones se expanden por todo el planeta, incluso más allá, estableciendo “expats”, comunidades de empleados expatriados. Las migraciones se multiplican y cada vez más gente decide probar suerte en otros países con mayores oportunidades. Las instituciones educativas desarrollan programas en el extranjero y cientos de estudiantes pasan años académicos explorando nuevos lugares. Las facilidades para viajar avanzan y el turismo llega a los sitios más insólitos. Internet irrumpe, con indigeribles cantidades de información, y nos conecta a lo largo y ancho del globo. El resultado es un intenso intercambio global, el aumento de la diversidad cultural y la aparición de innovadoras formas de expresión y esquemas mentales. Sin embargo, la globalización también representa la expansión social y económica de la tradición occidental, una contrafuerza que conlleva la asimilación de un homogéneo estilo de vida.
Autores como Baraldi[1] nos explican el origen y desarrollo de lo que hoy conocemos como globalización desde un punto de vista económico, “la expansión mundial de una sociedad europea funcionalmente diferenciada”. En el siglo XVII aparece un modelo social que distinguen varios subsistemas con funciones bien definidas: el subsistema económico, político, familiar… Este modelo social fue construido en base a los valores culturales del individualismo, el pluralismo y la modernidad. Durante el Siglo de las Luces, los valores individualistas junto con un pensamiento racional e instrumental se volvieron populares. Este moderno razonamiento, orientado a conseguir fines específicos a través de los medios más eficientes y de menor coste, estableció los cimientos de la lógica capitalista, la cual se consolidó en Europa y más tarde en los imperios coloniales.
En la actualidad, hay quienes identifican la expansión mundial de este capitalismo liberal occidental y del pensamiento materialista con la globalización (Giddens[2], House & Javidan[3], Wang[4], Hong[5], Fischer[6]). La liberalización de las barreras económicas ha abierto las puertas a este sistema que traspasa las fronteras nacionales. Las grandes compañías, especialmente estadounidenses y británicas llevan a cabo las mayores exportaciones, producciones e inversiones extranjeras en el mercado global. Estas multinacionales poseen fábricas en los más diversos países, donde abaratan los costes de sus productos para después venderlos por todo el mundo. Junto con estos productos, valores culturales de consumismo, individualismo y competición son directamente inculcados e indirectamente impuestos a través de entidades educativas, tecnológicas y científicas.
De esta forma, la lógica capitalista se abre paso y consigue que tanto los hábitos de consumo como sus intrínsecos valores culturales sean asimilados. Como consecuencia, un estilo de vida homogéneo y consumista basado en el confort y en las posesiones materiales se afianza como común denominador entre los habitantes del planeta. Esta tendencia globalizadora ha sido entendida por algunos académicos como una nueva forma de “imperialismo cultural occidental” y “proceso de homogenización”. Y, por lo tanto, una amenaza para la diversidad cultural y la desaparición de culturas locales e indígenas (Hermans & Kempen[7], Tomlinson[8]).
En contraste a esta desalentadora visión, se pueden encontrar otros enfoques que ponen en duda el poder homogeneizador de la globalización. Lal[9] distingue, dentro de la idea de cultura, entre creencias cosmológicas y materiales. Lo material se refiere al mundo físico y económico, en tanto que lo cosmológico implica el significado de la vida y las relaciones entre los individuos. Así, mientras el mercado global se empeña en generar y alimentar las necesidades materiales, las creencias cosmológicas adquieren una mayor relevancia y arraigo entre las culturas locales como forma de resistencia a la uniformidad global. Como podemos comprobar, esta oposición puede llevar a una defensa radical de las tradiciones e identidades culturales tales como nacionalismo o fundamentalismo religiosos. En una posición intermedia, también existe la posibilidad de que las culturas locales adapten algunas prácticas de la cultura global a sus costumbres. El resultado es una mezcla entre ambas culturas, es lo que Robertson[10] denomina como “glocalización”.
Otros argumentos más extremos critican duramente la homogenización y abogan por la diversidad cultural. Pierterse[10] sostiene que la importancia de los encuentros culturales a lo largo de la historia ha sido subestimada. Los intercambios culturales, como los acontecidos durante el colonialismo, la adaptación de las industrias occidentales en el Este, o la mezcla cultural originada a partir del impacto de la cultura global en los receptores locales son prueba de ello. El efecto resultante de estos intercambios es, en contraposición, una emergente heterogeneidad cultural intensificada por la globalización. Más allá, estos encuentros transforman los patrones culturales existentes en nuevas formas de cultura hibrida. En esta línea, Baraldi[1] añade que la confluencia entre las sociedades occidentales y no-occidentales esta generando un nuevo modelo social multicultural en el que la diversidad es aceptada y reconocida.
La evidencia de estas afirmaciones se refleja en el creciente número de inmigrantes globales, más de 232 millones de personas[11], y en las nacientes sociedades y políticas multiculturales. Como consecuencia, cada vez más personas tienen que adaptarse para sobrevivir a otras sociedades y culturas. Esto conlleva un impacto cultural. Estas personas se ven expuestas a diferentes formas de vida y tienen que tomar decisiones constantemente acerca de qué aspectos culturales mantienen, asimilan o integran. Todo ello demuestra que el ser humano no es un simple agente pasivo que acepta el estilo de vida impuesto por el mercado global, como sugiere la “homogenización”, sino agentes activos con libertad para decidir su estilo de vida y construir su propia cultura en una heterogénea sociedad global (Giddens[12], Wang[4], Kim[13]).
Si nos apartamos de la ventana y reflexionamos sobre este paisaje global y cómo nos afecta personalmente, posiblemente surjan preguntas tales como: ¿Hasta qué punto estoy dominado por el “imperialismo occidental”? ¿Pesan más mis creencias materiales o cosmológicas? ¿Cómo reaccionaría si mis costumbres y hábitos se vieran amenazados? ¿Me resistiría o sabría adaptar los cambios? ¿No somos todos, de alguna forma, fruto de esos encuentros entre diferentes perspectivas y culturas? ¿Y en este momento, en qué grado hago uso de mi libertad para decidir mi estilo de vida? La elección está en nosotros.
Referencias:
[1] Baraldi, C. (2006). New forms of intercultural communication in a globalized world. The International Communication Gazette, Volume 68, Issue 1, pp. 53-69.
[2] Giddens, A. (1990). The consequences of modernity. Polity Press Editors. Cambridge.
[3] Javidan, M. and House, R. J. (2001). Cultural acumen for the global manager: Lessons from Project GLOBE. Organizational Dynamics, Volume 29, Issue 4, pp. 289-305.
[4] Wang, Y. (2007). Globalization Enhances Cultural Identity. Intercultural Communication Studies Volume 16, Issue 1, pp. 83-86.
[5] Hong, Y.; Wang, C; No, S.; Chiu, C. (2007). Multicultural identities. Handbook of Cultural Psychology, 323-345. S. Kitayama & D. Cohen Editors. New York.
[6] Fischer, M. M. J. (1999). Emergent forms of life: Anthropologies of late or postmodernities. Annual Review of Anthropology, Volume 28, pp. 455-478.
[7] Hermans, H. J. and Kempen, H. J. (1998). Moving Cultures The Perilous Problems of Cultural Dichotomies in a Globalizing Society. American Psychologist, Volume 53 Issue 10, pp. 1111-1120.
[8] Tomlinson, J. (2003). Globalization and Cultural Identity. The Global Transformations Reader, pp. 269-277. D. Held and A. McGrew Editors. Cambridge.
[9] Lal, D. (2000). Does modernization require westernization?. The Independent Review, Volume 5, pp. 5-24.
[10] Pieterse, J.N. (1995). Globalization as hybridization global modernities, pp.45-68. M. Featherstone, S. Lash, & R. Robertson Editors. London.
[11] http://goo.gl/pUXmHR
[12] Giddens, A. (1991). Modernity and Self-Identity: Self and Society in the Late Modern Age. Stanford University Press, pp. 187-201.
[13] Kim, Y. Y.(2008). Intercultural personhood: Globalization and a way of being. International Journal of Intercultural Relations, Volume 32, Issue 4, pp. 359–368