Ayer estuve todo el día paseando por la Expo 2015. Llegue a las 10.15 am y fui uno de las primeras 3000 personas en entrar. Las puertas se abrieron a las 10.00 de la mañana y se cerraban a las 23.00. Era un día de sol espléndido. Sin lugar a dudas un buen día para pasear, observar, charlar con las personas que visitaban el evento y probar algunas de las cosas expuestas o en venta. Antes de llegar, hice unas dos horas en coche desde Módena y durante el viaje, me había puesto, entre otras, esta pregunta: ¿Cómo hubieras organizado tú una presentación de este tipo para un país X? Me di cuenta, rápidamente, que el problema eran los recursos disponibles y los intereses que se representaban para poder proponer un mensaje y una presentación bien articulada.
Y sobre estas consideraciones, pensé en los muchos países con pocos recursos y con gobiernos “autoritarios” y cómo en la presentación iban a transmitir un mensaje no reflexionado, diciendo aquí estamos y estos somos nosotros, mostrando algunas de las cosas que para ellos son parte integral de su identidad, pero que para los otros no son necesariamente importantes. Porque en realidad, el problema en estos casos es mostrarse sobre la base del tema, por una parte, y el público, por otra. Además, en consideración de la imagen que se quiere proyectar y las capacidades y recursos disponibles para hacerlo y hacerlo bien.
Otro aspecto interesante, me dije, sería la presentación de países donde la religión es un aspecto substancial, pero que en el contexto de la Expo 2015 es completamente secundario o “irrelevante”, y donde la audiencia no la comparte o, en algunos casos, podría rechazar estos aspectos. Los mensajes religiosos y políticos altamente “hipertrofiados” serían una barrera. Pero la observación en si es interesante, ya que una comunicación sin “filtros” o “barreras” no existe, pero es fundamental ser conscientes de su presencia.
Inmediatamente, al entrar, noté que la exposición estaba distribuida sobre un área enorme y que esta consistía en una avenida principal cruzada por otras tres avenidas significativas, donde estaba todos los países “importantes”, y otras pequeñas calles laterales, pobladas de presencias “menores”. Cada país tenía un pabellón con una arquitectura futurística, que evocaba en muchos casos la naturaleza, sea con el material, la madera por ejemplo, o con otros aspectos, como plantas, colores y decoraciones.
Algunos países con menos recursos compartían un área lateral sin ocupar un pabellón, sino espacios pequeños sin independencia arquitectónica. Este era el caso de muchos países africanos, entre ellos: el Congo, Mozambique, Guinea Bissau, etc. y de algunos países latinoamericanos como por ejemplo Bolivia y Haití. En este juego, la visibilidad es importante y estos países no podían permitirse este lujo. Desgraciadamente, en muchos casos, la poca visibilidad era acompañada de una presentación sin mensaje. Un modo de decir “aquí estamos”, mostrándose como ellos se ven a sí mismos. En consecuencia, eswtos países atraían poco público.
Italia ocupaba un espacio enorme, con un pabellón arquitectónicamente visionario, y atraía miles de personas. Era imposible entrar sin esperar menos de una hora, pero el espacio transmitía un mensaje de modernidad, de vanguardia, de tecnología y de estética ecológica, junto con historia y tradiciones fuertes, donde el futuro y el pasado convergían armoniosamente. La industria alimentaria y el turismo en Italia cuentan y esto se sentía inmediatamente. La Expo 2015 para ellos es una plataforma para relanzar el país a nuevas posiciones en el mercado global.
Cerca de Italia estaba Francia. Observé el pabellón desde lejos, una presencia estilizada, pero menos audaz que la italiana. Pensé que no están jugando en casa y son prudentes. De allí se pasa al pabellón suizo, un amplio espacio donde me dijeron que tenían un silo lleno de manzanas y que los visitantes eran invitados a tomar algunas libremente. Se les explicaba al mismo tiempo que la cantidad de manzanas era esa y que no sería renovada. Un modo interesante de hacer conciencia sobre los problemas éticos que presenta el uso y consumo de “recursos limitados no-renovables”. Para entrar en el pabellón suizo había que pagar un billete adicional y una de las actividades para niños era de trabajar con el chocolate, creando formas y gustos.
Al lado de Suiza estaba el pabellón alemán. Un espacio imponente con una cola inmensa de gente esperando para entrar. Esperé allí unos 20 minutos y entré en un lugar amplio, interactivo, tecnológico, donde se mostraba con ejemplos una serie de problemas y aspectos relacionados con la alimentación y la agricultura. Uno abría un folleto de cartón con un chip, que funcionaba como pantalla interactiva. El chip reconocía la lengua del visitante y se le explicaban una serie de detalles con imagines, videos y texto. Sobre la imagen de una semilla, por ejemplo, se mostraba todo el proceso hasta que la semilla se transformaba en alimento, incluyendo también la etiqueta y las informaciones que esta por ley tiene que presentar. Las etiquetas contendrán un chip con informaciones consultables desde un teléfono celular, que permitirá la personalización de filtros, como evitar “el gluten” en modo tal que el consumidor sepa exactamente qué contiene el alimento. Una de las informaciones presentadas es que en Alemania se consumían 20.000 tipos de manzanos en el pasado. Hoy se consumen solo 1.500 y unas pocas, menos de diez, superan el 95% del consumo total. El paseo dentro del pabellón terminaba con un espectáculo musical interactivo y dentro del espacio había numerosos ejemplos de jardines urbanos o huertos verticales, invitando a las personas a plantar su propia huerta. El tema del pabellón era tecnología, información, conocimientos y biodiversidad.
De Alemania pasé a Corea del Sur, un espacio moderno donde se daba respuesta a tres preguntas fundamentales: ¿qué comer, cómo y cuánto? Las explicaciones eran presentadas con videos mostrados en pantallas (Samsung) y con un espectáculo visivo y robotizado. En las murallas internas del pabellón, había escritos interminables textos con letras que colgaban y caían, insinuando con el texto mismo, como se hacía historia a través de cada pequeña acción cotidiana. Un concepto importante pensé, mientras caminaba completamente absorto en un espacio minuciosamente diseñado. En la parte externa del pabellón se podían gustar algunos de los platos típicos coreanos, basados en una cocina a base de fermentación y además ser fotografiado con los trajes típicos del país.
Desde Corea a China, el viaje fue corto, pero la distancia enorme. China a pesar de tener un enorme pabellón no tenía un mensaje perceptible y todo era un ligeramente caótico e inexplicable. A nivel de comunicación, los chinos están aún en la prehistoria y son incapaces de verse desde los ojos del interlocutor. Entré sin saber que me esperaba a ver un film animado que me confirmó esta sensación completamente, llevándola hacia el absurdo.
Desde China a Brasil, donde todo estaba vacío, como si los brasileños estuvieran aun discutiendo cómo presentarse. La única cosa interesante era que para llegar a la entrada había que caminar por una red enorme que colgaba en el exterior del pabellón. De allí a Qatar, un espacio enorme y con recursos, donde la idea del desierto y del agua eran fundamentales. Pero el modo de presentar las cosas era poco articulado y autorreferencial: nosotros somos nosotros. De allí a Irán, donde el gusto de los detalles era sofisticado, pero la limitante religiosa creaba un muro. Las esencias, los aromas y colores bien presentados y evocativos, pero sin capacidad de comunicar directamente con el público. Somos así, estos son nuestros productos, acéptennos.
España fue un viaje veloz por el país y sus productos. Una presentación sin mensaje claro y basada en el turismo eno-gastronómico. Muchos visitantes, pero poco que decir. De allí pasé al área dedicada al cacao y al chocolate. Miles de matices de marrón oscuro, con texturas, aromas y sabores diferentes. Encontré algunas cosas que me interesaron. Entre ellas el chocolate puro de cacao con sal de mar, que extrañamente resaltaba el sabor dulce del cacao, inhibiendo el amargo.
Vietnam no ofrecía nada, era como entrar en un lugar deshabitado, sin mensaje, sin alma ni presencia, después de haber superado una puerta donde estaba escrito Vietnam. Japón era una de las atracciones, pero no lo visité porque la cola era enorme. Cerca de Japón estaban Tailandia y Malasia, con una presencia visible desde el exterior, y también Rusia con un pabellón grande y un ingreso con espejos, pero tampoco entré.
Una de las sorpresas fue el pabellón de Chile, hecho de madera al lado izquierdo de la avenida principal, que atraía un cierto público y se esperaba algunos momentos para entrar. En el ingreso había un poema de Raúl Zurita, premio nacional, “El amor por Chile”, que se escuchaba recitado por una agradable voz femenina. Al entrar se llegaba a una sala donde se presentaban algunas de las regiones del país y de allí a un teatro con una pantalla enorme donde se mostraba el universo, el origen de la tierra como planeta, el mar y el continente forjado por altas montañas y volcanes, para pasar al paisaje del país, a sus campos y productos con una presencia constate del mar, los valles, el desierto y cordillera. Bien logrado, un mensaje articulado, elaborado y que resuena.
A la salida se presentaban algunos productos del país: el vino, la fruta, un restaurante con los platos típicos, libros y tejidos artesanales. Mirando, sintiendo, tratando de entender, llegué a la conclusión de que la presencia de Chile en el Expo 2015 era una presencia estudiada en detalles, con una estrategia clara de promoción turística y agroalimentaria. Superior a nivel comunicativo de la brasileña. No puedo compararla con Argentina, Uruguay y Colombia, que también tienen una presencia relativamente fuerte, porque no los visité en esta ocasión.
Pero en el pabellón de Chile hubo un detalle que me sorprendió y era que entre los representantes del país había un carabinero, desarmado obviamente, y en uniforme. Al verlo y observarlo pude notar que era un suboficial, que no cumplía funciones de representación o comunicación y era un símbolo vivo de que el país no ha superado su pasado. En ningún otro pabellón vi un uniformado, pero allí en vez había un carabinero joven, bajo de estatura, esbelto, con sus cabellos cortos, su piel morena y su uniforme verde. Me dije, sin comentarlo, el pasado no solo es pasado. Por otro lado, el hecho de que en el ingreso haya encontrado un poema, para mí y no solo, fue novedoso y a la vez importante.
Seguí paseando por horas, entré aquí y allá, hablé con algunas personas para rescatar impresiones y dejé el área expositiva un poco antes de la las 18.00, diciéndome que tenía que volver. Mis preferidos por el momento son Alemania y Corea del Sur, pero me faltan tantos países y pabellones que es mejor no emitir juicios y esperar.