El pasado 7 de mayo las encuestas demostraron aquí en Inglaterra, una vez más, que no sirven para nada. Al menos en lo que a intención de voto se refiere. Tras meses asegurando que David Cameron lo tenía muy complicado para repetir como primer ministro, que el empate entre conservadores y laboristas era técnico, que si ganaba lo haría por tan estrecho margen que se las vería y se las desearía para formar gobierno… Al final resulta que no solo gana, sino que lo hace por mayoría. Es decir, que españoles e ingleses tenemos algo en común, consideramos que el voto es secreto y no confiamos en el primero que se nos acerca para preguntarnos a quién hemos votado o pensamos votar.
Es curioso vivir unas elecciones como inmigrante en un país extranjero. Tienes la sensación de estar en una fiesta en la que puedes mirar como los demás bailan pero en la que tú, junto con otros cuantos, debes permanecer en un rincón esperando a que la fiesta acabe para recoger los vasos y fregar el suelo. Estas en la fiesta, te necesitan en ella pero solo eres un convidado de piedra. Todos los que pagamos impuestos en suelo inglés recibimos una carta para que nos registremos para votar, aunque en realidad este derecho solo nos está limitado a las elecciones locales.
Como en casi todo, los ingleses también son peculiares en la manera de organizar elecciones. Por ejemplo, los comicios a las generales se celebran siempre, desde 1935, el primer jueves de mayo. Parece ser que se estipuló así para evitar a los borrachos, ya que el día de cobro aquí suele ser los viernes y era habitual que muchos llegaran al colegio electoral después de haberse fundido el sueldo en el pub. También porque tradicionalmente el domingo era el día de ir a la iglesia. Los jueves, sin embargo, eran los días de ir al mercado y acercarse al centro de las ciudades y pueblos. Otra cosa que a los españoles nos puede resultar surreralista es que aquí puede ser colegio electoral cualquier lugar accesible y que garantice la privacidad al votante. Asi se puede votar desde un gimnasio hasta una lavandería, pasando por un campo de fútbol.
Curiosidades al margen, la reelección de David Cameron se ha interpretado como un respaldo a su política económica que ha logrado sacar a Gran Bretaña de la recesión económica y convertir al país en el que más creció el pasado año en todo el G-7, con una tasa de desempleo que no llega ni al 6%. Un crecimiento que tiene, sin embargo, muchas sombras. Los buenos datos de empleo se han conseguido, por ejemplo, gracias a salarios muy bajos y a una flexibilidad laboral excesiva, con contratos "cero hora", en los que no se garantizan ni siquiera unas horas mínimas de trabajo.
En su nueva etapa, Cameron, que llegaba al poder en 2010 tras trece años de mandato laborista, anuncia más austeridad. Hijo de un corredor de bolsa y una magistrada, el primer ministro es el vivo ejemplo de lo “posh” (=pijo) inglés: estudió en el prestigioso colegio Eton y en la Universidad de Oxford y está casado con la hija de un multimillonario aristócrata y terrateniente. De ahí que sus intentos de acercarse a las clases populares y asegurar que sus gustos son sencillos son tomados a chanza constante en periódicos y programas de televisión. Otra de sus propuestas estrellas para esta nueva legislatura es el referéndum para decidir la permanencia de Reino Unido en la Unión Europea. Una de sus peticiones para continuar en Europa es imponer reglas más estrictas en la inmigración interna e imponer una moratoria de cuatro años para acceder a las ayudas del Estado a los emigrantes procedentes de la UE. Algo que nos afecta muy de cerca a los españoles residentes en Reino Unido, la segunda colonia más numerosa tras la polaca. El tiempo dirá.