Karl Marx tenía razón, la división del trabajo en la sociedad contemporánea se erige como una división sectarista y desarticuladora del ser social; lo monopoliza y absorbe en una actividad productiva específica e impuesta, limitando sus posibilidades de realización. La división del trabajo en la sociedad contemporánea se caracteriza por la separación del trabajo físico e intelectual, convirtiendo al sujeto en un cuerpo vacío, en instrumento de producción, capaz de despojar al individuo de su actividad creativa y creadora.
El trabajo duro, práctico, monótono, repetitivo, mecánico y alienante estatuido por la división del trabajo ha menguado el potencial humano del individuo al dilatar e impeler sus capacidades superiores, manifiestas en su capacidad y creatividad física, artística e intelectual.
El trabajo tal como lo conocemos se ha convertido en un medio deshumanizador, desprovisto de su carácter sustantivo. El obrero, pero también el burócrata, se convierte en un vulgar apéndice de la maquinaria o la computadora. No se reconoce, pues ya ha dejado de pensar al exigírsele solo las operaciones más sencillas y de fácil aprendizaje; se ha convertido en esclavo de la máquina, de la computadora, del capataz o del gerente, e incluso del producto.
Esta perspectiva del trabajo ha distorsionado la actividad humana, convirtiéndola en un trabajo desprovisto de voluntad, cosificado, reducido a una herramienta que realiza una actividad productiva, pero no para la satisfacción de necesidades propias. Por el contrario, el trabajo en la sociedad actual es realizado bajo el control y para la satisfacción de los poseedores de los medios de producción o del Estado.
De este hecho se desprende una de las categorías de mayor influencia introducidas por Karl Marx, la alienación, la cual puede resumirse fundamentalmente como el proceso degenerativo, de distorsión de la naturaleza humana y la supeditación de esta a intereses ajenos.
Ahora bien, los escritores no se encuentran exentos a esta situación. Hasta los autores más reconocidos en la actualidad se enfrentaron en algún momento al rechazo de sus obras por parte de los editores, el limitado alcance entre los lectores, la no aceptación de sus ideas en determinados momentos históricos, así como la necesidad de realizar trabajos poco interesantes y hasta indeseables que les permitieran contar con los recursos económicos para su sobrevivencia y a duras penas -entre el cansancio, la alienación y el hastío de realizar una actividad contraria a su naturaleza- continuar escribiendo.
En el libro Trabajos forzados. Los otros oficios de los escritores de la escritora Daria Galateria, son señalados algunos de ellos: Miguel de Cervantes fue recaudador de impuestos; Franz Kafka laboró como empleado en una compañía de seguros; George Orwell fue oficial de la Policía Imperial Birmana y lavaplatos; así mismo, el escritor Máximo Gorki trabajó como auxiliar de cocina.
La autora Harper Lee también experimentó la vida del asalariado trabajando como dependienta del mostrador de una aerolínea; Kurt Vonnegut fue vendedor de automóviles; Jerome David Salinger trabajó en un matadero y como animador en un crucero; y Chuck Palahniuk se dedicó a arreglar camiones antes de realizar estudios en periodismo.
Por su parte, los íconos de la Generación Beat tampoco escaparían al monótono y mal remunerado trabajo obrero, Jack Kerouac desempeñó a lo largo de su vida diversos oficios, entre ellos empleado de estación de ferrocarril, obrero de construcción, guarda nocturno, mozo de gasolinera y lavaplatos. Así mismo, el también autor de culto William Burroughs llegó a desempeñarse como exterminador de plagas.
Alguno de estos autores soportaron las vicisitudes de sus empleos mientras alcanzaban la fama y el reconocimiento con sus obras. Otros, por su parte, no dejaron de manifestar el rechazo y malestar que estos les producían.
Bohumil Hrabal se quejaba continuamente de realizar trabajos que no le gustaban e iban según afirmaba “en contra de su naturaleza”; El francés Jacques Prévert en una oportunidad escribió: “No duraba en ningún trabajo. No conseguía acostumbrarme a ninguno”. De igual forma, Bruce Chatwin afirmaba: “La idea de tener un empleo me horroriza. La independencia es algo muy frágil”.
No obstante, entre los autores que de forma más notoria ejercieron sus críticas al trabajo burocrático y el sistema económico limitante de las capacidades intelectuales estarían Charles Bukowski y William Faulkner; para estos autores la vida, el conocimiento y la libertad no puede ser supeditada al trabajo alienante.
Bukowski, quien trabajó durante muchos años de cartero expondría su postura sobre este tipo de trabajo en una de las cartas que intercambiase con el publicista y mecenas John Martin, en donde expresase:
“Tú conoces los lugares de donde yo vengo. Incluso las personas que intentan escribir o hacer películas al respecto no lo entienden bien. Lo llaman De 9 a 5. Solo que nunca es de 9 a 5. En esos lugares no hay hora de comida y, de hecho, si quieres conservar tu trabajo, no sales a comer. Y está el tiempo extra, pero el tiempo extra nunca se registra correctamente en los libros, y si te quejas de eso hay otro zoquete dispuesto a tomar tu lugar. Lo que duele es la pérdida constante de humanidad en aquellos que pelean para mantener trabajos que no quieren pero temen una alternativa peor. Pasa, simplemente, que las personas se vacían. Son cuerpos con mentes temerosas y obedientes. El color abandona sus ojos. La voz se afea. Y el cuerpo. El cabello. Las uñas. Los zapatos. Todo. A los esclavos nunca se les paga tanto como para que se liberen, sino apenas lo necesario para que sobrevivan y regresen a trabajar. Así que la suerte de, finalmente, haber salido de esos lugares, sin importar cuánto tiempo tomó, me ha dado una especie de felicidad, la felicidad alegre del milagro. No haber desperdiciado por completo la vida parece ser un logro, al menos para mí”.
Por su parte William Faulkner, antes de alcanzar la fama, estuvo tres años trabajando en una oficina de correos y, a diferencia de los autores anteriormente referenciados, iría más allá de la crítica. Faulkner manifestaría abiertamente su desdén por un trabajo displicente al comportarse de forma maleducada con otros trabajadores y clientes, tirando las cartas recibidas a la basura, leyendo, escribiendo, llegando tarde y yéndose temprano de ese lugar al que nunca consideró su trabajo, renunciando finalmente con una particular e irreverente misiva:
“Mientras viva en el sistema capitalista, sé que mi vida estará influenciada por las demandas de la gente adinerada. Pero maldito sea si me pongo a las órdenes y la disposición del primer hideputa itinerante con dos centavos para invertir en una estampilla postal. Esta, señor, es mi renuncia”.