¿Dónde y cuándo se toman las decisiones económicas que afectan al presente y futuro del planeta? El otro día terminé un libro, muy interesante y revelador, que confirmó mis peores sospechas. Un tal Andy Robinson, un periodista de las afueras de Liverpool que después de pasar por varios medios ingleses (entre otros The Guardian) acaba en La Vanguardia, escribe Un reportero en La Montaña Mágica. Cómo la élite económica de Davos hundió el mundo. Así titula el pájaro un relato sobre sus husmeos y chafardeos en los pasillos del Congress donde se reúne el Foro Económico Mundial, entre pistas de esquí, hoteles de alto standing y etiquetas de colorines que determinan a qué reuniones puedes o no asistir, depende de la categoría asignada a tu cartera. Un lugar desde el que deciden cómo funciona el mundo con una premisa muy básica: ellos, lo que el reportero inglés denomina el Davos Man, siempre van a ganar dinero. Bajo cualquier circunstancia -guerras, desastres naturales, quiebras financieras globalizadas, la condena a la eternidad del hambre en el mundo- ellos y su clan ganarán mucho dinero.
Si nos centramos en España, la cosa mejora sustancialmente. Nada que ver con las sutiles estratagemas de fundaciones altruistas e intensa y fingida preocupación por la desigualdad en el mundo, con los culos reposados en sillones de terciopelo, sosteniendo humildemente copas de cristal Swarovski, ocultos en lejanos castillos edificados en las laderas de los Alpes suizos. En la archiconocida península ibérica, las mejores fundaciones altruistas son las de la realeza. Y como es ya “marca España”, el resultado siempre es chapucero. Los demás perceptores de dinero público no se cortan tanto. Sobres, fiestas de cumpleaños, regalos carísimos e ingresos financieros, por partes para evadir el límite legal… (Que digo yo, ¿de qué sirve la legislación si los que más dinero defraudan son los menos vigilados y, en el difícil caso de ser descubiertos, parecen intocables?). Donaciones que nada tienen que ver, a quién se le ocurriría siquiera sospecharlo, con posteriores concesiones de millonarias obras públicas que siempre terminan costando más, mucho más, de lo que se presupuestó. Finiquitos en diferido, como las ruedas de prensa o el pago de pensiones, prestaciones y deudas de la mal llamada “administración” y sus amantes, algunos bancos y cajas de ahorro… Y, sobre todo, amnesia colectiva. Aeropuertos con torres de control que no controlan, porque no hay tráfico aéreo alguno que controlar. Quién no tiene uno de esos en su pueblo. Aquí no toca bailar con la más guapa, ni con la más fea, en España los bailes se los marcan las cifras, públicas y privadas, en un grotesco espectáculo por ver quién gana el premio a la más dinámica. Aquí los salarios no menguan, qué va. Aquí “crecen moderadamente” -hacia abajo-, o aumentan negativamente, nociones tan coherentes como recortar en servicios sociales mientras se incrementa un 8% (para quedar en la efímera cifra de 87 millones de euros) la partida destinada a pagar los sueldos que reciben los famosos asesores políticos, también denominados enchufados a dedo.
En Spain is different, como le digo cariñosamente, la emigración en masa de la generación más formada es, según la realidad tonos pastel del Gobierno, “movilidad exterior”. Aquí, además de relaxing cup of café con leche, tenemos censura conocida como seguridad ciudadana. Aquí, al adoctrinamiento lo bautizaron “educación”, la crisis es una “desaceleración de la economía” y el divorcio de una princesa, suena a cuento pero sí, futuros lectores, en los albores del siglo XXI sigue habiendo princesas y príncipes, reinas y reyes e incluso reinos, aunque se reduzcan a una mezcla entre marca institucional y publicitaria. A lo que iba, al divorcio de una princesa se lo conoce como “cese temporal (que terminó siendo definitivo) de la convivencia”. La protesta ciudadana pacífica se tacha, en el mejor de los casos, de violenta. Los ciudadanos son súbditos que deben respeto y obediencia a sus autoridades políticas, policiales, judiciales y a sus grandes empresarios que producen lejos y pagan la mayoría de sus impuestos en paraísos fiscales, pero deciden cuánto tienen que “crecer moderadamente a la baja” los salarios aquí. Aquí donde protestar es sinónimo de ir contra el sistema. Aquí, donde lo ejemplar es pagar los platos rotos de otro y asumir que ese “otro” nunca vas a ser tú.