Primero llegó el periodismo ciudadano, aquella variante donde cualquier persona se podía convertir en informador con el simple hecho de presenciar un suceso en primera persona. Si algo no se puede negar es que este tipo de periodismo se convertía en toda una tentación para cualquier persona. Hay que reconocer que la idea en sí misma es muy suculenta: de saber aprovechar este filón, se nos vienen a la cabeza innumerables ventajas.
La primera de todas es que el periodismo ciudadano supondría el fin de la agenda de los medios, o agenda setting, como la denominaron McCombs y Shaw en 1972. Esta teoría partía de la base de que los medios de comunicación influían directamente en la opinión de la población con el dictado de los temas que ellos consideran importantes, o yendo un paso más allá, los temas elegidos por los poderes fácticos. Es decir, son los medios los que estipulan que noticias son las más relevantes y por ello ocuparán las primeras páginas de los periódicos y abrirán telediarios. Consecuentemente, serán los temas de interés y debate en las calles.
El periodismo ciudadano permitiría una estructura más horizontal, se evitaría por tanto la jerarquía mediática y sería menos utópica la idea de independencia informativa. La información dejaría de pertenecer a los grandes poderes y sería la propia población la que, con sus inquietudes y preocupaciones, marcara los temas de interés general. Sin embargo, ante la aparición de este fenómeno, nos asaltaba una gran duda: ¿dónde queda la veracidad de la información? Cualquier noticia puede ser falsa y en muchos casos no habría manera de corroborarlo.
A raíz de esta corriente, surgieron miles y miles de blogs especializados, personas con intereses muy concretos, periodistas en muchos casos, que profundizaban en temas que apenas tocaban los medios y revistas más generales. De nuevo, el número de oportunidades que surgían eran infinitas y es que habría una mayor pluralidad informativa, miles de fuentes salen a la luz como conocedores de la materia y estos podrían desplazar a un segundo lugar a los medios tradicionales.
Sin embargo, ante este apogeo de blogueros, nos asolaba una nueva duda: ¿cualquier persona que cree un blog se puede considerar periodista? Cómo medimos la influencia de un bloguero, ¿por el número de visitas? A decir verdad, ese parece el patrón a seguir. Las grandes corporaciones se han lanzado a la búsqueda y captura de los blogueros más populares, con el fin de llegar a un público cada vez más diversificado y complejo.
Pero esto no ha sido suficiente, hemos llegado al punto donde quienes son referencia y líderes de opinión son los conocidos como influencers. Ya no hablamos de blogueros, ni periodistas, hablamos de twitteros y youtubers. No cabe duda que esta nueva generación aporta creatividad en la creación de contenidos, gozan de gran credibilidad, la que le otorgan sus miles de fans, sin embargo, su actividad está más relacionada con la publicidad que con el propio periodismo, al fin y al cabo son los mejores embajadores de las marcas.
¿Serán estos la referencia informativa de las próximas generaciones? Cada uno es libre de juzgar y reflexionar por su cuenta. Sin embargo, la idea originaria de periodismo libre e independiente parece haber sucumbido una vez más al poder de las marcas.