Ahora que la Corte Constitucional colombiana negó la adopción de hijos no biológicos a parejas homosexuales y redujo el fallo prácticamente a “concebir para poder adoptar”, vale la pena raspar lo que quedó en el sedimento y llevarse lecciones para darle mucha más dignidad y eficacia a los próximos debates sobre igualdad que deben venir y vendrán. Si para algo sirve la derrota es para saber qué se hizo mal.
La decisión de la Corte, como sucede con los fallos escrupulosos, será anecdótica. Más temprano que tarde el derecho orgánico y el sentido común irán rompiendo barreras clericales y políticas, pero no es ese el comienzo ni el final de la tarea. Es tan trascendental que una pareja gay pueda adoptar legalmente como que pueda vivirlo con tranquilidad sin ser juzgada por los vecinos, sin enviar a su hijo al colegio con temor al matoneo o a las reuniones de padres.
En cualquier caso, la adopción no es una solución para los 10.500 niños colombianos vulnerados sino una medida de protección, por eso hay que seguir revisando el problema río arriba. Es ahí donde Colombia –y casi toda Latinoamerica- no parece preparada, como si todo esto se tratara de convencer a un juez que, sea liberal o godo, está fallando ante la incompetencia del Congreso.
La próxima discusión sobre ampliar o reducir la adopción jurídica debe seguir alejándose de términos morales y políticos, pero también de lo gaseoso y lo prefabricado. Que fulano haya crecido con padres gays y no sea gay o que mengano sea gay y sus padres sean hetero no comprueba nada útil para el debate y, en cambio, lo inunda como quien rinde un cocido o un sancocho. Los argumentos efectistas están muy bien (muy mal) para rellenar noticieros y auto complacerse, pero no para llegar a acuerdos sociales fundamentales, llámense adopción, homosexualidad o la misma soltería.
Los homosexuales solteros en Colombia pueden adoptar y eso hay que celebrarlo, pero no se puede desconocer que la de estas semanas fue una lucha por el reconocimiento de una figura jurídica, más que por los niños, ni olvidar que al final estamos ante un asunto de prioridades.
El derecho a pertenecer a una familia está por encima del derecho a crearla, por eso es más importante el adoptado que el adoptante. Y luego, entre adoptantes, lo primero es garantizar que los mejores candidatos a padres estén delante en el filtro. Esto no solo tira por la borda el manoseado argumento de que “todos somos iguales” -concepto pretencioso cuando, por ejemplo, un homosexual colombiano no podría adoptar si está desempleado, deprimido o en la ruina- sino que también mandaría de últimos en la fila a los solteros.
No debe indignar ni sorprender. Es cuestión de matemática y probabilidad, si se quiere: una pareja colombiana o extranjera mentalmente sana y con mayor expectativa de vida es más confiable que una con peores indicadores; igual, la adopción jurídica de una pareja colombiana o extranjera es 50% menos riesgosa que la de un soltero. Y el mismo ejercicio para los niños, paradójicamente alejados del debate; a menor edad, mayor posibilidad de que la adopción sea exitosa.
Es allí donde empieza a delinearse la trampa: la adopción es una medida de protección, pero no deja de ser una salida artificial, por eso la exigencia debe ser mayor para evitarla y reducirla. En el engranaje, esa debería ser -y esta vez tampoco lo fue- la rueda más grande.
Hay que darle la vuelta a la foto y ver el derecho de las cosas como cuando se habla de adopción de mascotas. Va siendo hora de entender que lo ideal no es que las parejas homosexuales adopten. Lo ideal es que la adopción jurídica, que es una maniobra de última opción, retroceda hasta convertirse en un margen de error bien atendido. Los esfuerzos de una sociedad para que los niños conserven su familia -y que esta sea la más idónea- deben ser mayores que los esfuerzos para encontrarles una nueva. Lo que siga de ahí en adelante es desatar el nudo: cuantos menos niños vulnerables haya, mejores familias adoptivas les corresponderán. ¿Y qué corte, congreso, minoría, institución o sociedad puede ir en contra de eso?