Imaginemos una persona que toca el piano y que ha tocado el piano por años todos los días, cinco o seis horas al día. Una persona que ha estudiado música y que empezó a tocar a los 7 años. Esta persona no sabrá solamente de teclas, de notas, de música, de instrumentos, compositores, piezas y cuerdas. Esta persona será un habitante de un mundo, donde el idioma es otro y las palabras tienen otro significado. Su oído estará completamente habituado a las notas, su percepción auditiva será más aguda y precisa y su memoria musical será infinitamente superior a la de un simple mortal, ya que lo que hacemos todos los días, nos cambia radicalmente y mientras más lo hacemos más nos cambia, distinguiéndonos.
Lo mismo sucede con la pintura, con la fotografía, con la matemática, con la alfarería y con todas las actividades que podemos imaginar. Un futbolista, por ejemplo, percibe la pelota en movimiento en un modo distinto y cuando habla de ataque ve a una estructura en movimiento, la sincronización, los posibles pases y los posibles pasajes para inserirse y llegar a las proximidades del arco opuesto. Un jugador de ajedrez se recuerda de cientos y miles de juegos, de esquemas, de posiciones, variables, ataques y defensas. Cuando ve un tablero no ve lo que todos vemos. Él sabe de las movidas precedentes, de la táctica, de la estrategia, del posible vencedor y de las jugadas que vendrán. Un pintor, cuando habla de colores habla de un mundo lleno de tonalidades, de luces, de sombras y percibe detalles, que un ojo no habituado no vería, porque el detalle está completamente afuera de su mundo y de sus capacidades.
En la vida cotidiana existe una ilusión absurda e insostenible: que el mundo es el mismo para todos, olvidando la experiencia de cada uno y sus conocimientos. En la vida cotidiana se piensa que todos pensamos del mismo modo y esto es una aberración tremenda. Para muchos leer es solamente leer o escribir es solamente escribir, sin pensar que la escritura tiene una música secreta, una arquitectura, una forma que la sostiene y la hace volar como si tuvieras alas.
Nuestro pianista ha tocado música por años y en horas, son miles y miles de horas dedicadas exclusivamente a la música, su cerebro y sus manos, sus oídos y su mundo se han formado en torno a la música y sus capacidades auditivas son infinitamente superiores a las capacidades de una persona común; y así sucede también con el escritor, que ha vivido de palabras, de frases, de réplicas, de texto. Su mundo tiene otras dimensiones, su tiempo, tiene otro tiempo y su capacidad expresiva es tremendamente más elaborada en comparación de uno que escribe unas pocas palabras al día y que no ha hecho de esta disciplina la cosa más importante de su universo.
Un cocinero con decenios de experiencia hace manjares, uno novato prepara algo de comer sin interesarse por el gusto, por la consistencia y por la capacidad de complementar un sabor con otro y por eso piensa ilusoriamente probando un manjar, un plato sofisticado, que él también podría prepararlo sin considerar que “le chef de cuisine” es simplemente un genio.
Nos aúnan tantas cosas, pero nos separa un universo y es mejor que sea así, porque la especialización es el motor del progreso. En sustancia, nuestra realidad no es la misma, porque esta está determinada por nuestra experiencia y conocimiento, que son la lengua que usamos cuando percibimos nuestro mundo desde adentro.