House of Cards es el remake estadounidense de una serie británica del mismo nombre de principios de los 90, en la que se mostraba una visión irónica de la vida política inglesa a través de un individuo que tenía conexiones con los núcleos de poder. En su versión yanqui, la serie está protagonizada por el congresista Frank Underwood (Kevin Spacey), un hombre que define a la perfección el adjetivo “maquiavélico”, pues para él el fin justifica cualquier medio empleado. Underwood es un tipo que solamente sirve a sus propios intereses y sabe como apelar a los instintos más bajos de los demás para conseguirlos, sabe que en el fondo la mayoría de los políticos que le rodean en Washington son de la misma calaña y solo necesita pulsar la tecla adecuada para ponerlos de su lado o destruirlos en cuanto dejan de ser útiles. Todo ello le ha servido para convertirse en un hombre importante en el escalafón del poder, aunque eso no es suficiente para él y, con la ayuda de su mujer Claire (Robin Wright), irá derribando los obstáculos que le impiden llegar a lo más alto.
Se sabe que un relato funciona cuando el autor consigue ponerte de parte del protagonista, por malvado y odiable que sea, algo que se consigue de pleno en esta serie. Kevin Spacey demuestra que los personajes sibilinos y malvados son su punto fuerte y su Frank Underwood nos devuelve a sus días de gloria en los 90, donde vimos su capacidad de dar vida a gente poco recomendable en películas como Sospechosos habituales, American Beauty o Seven.
Seven fue el primer gran éxito de David Fincher, que aquí es uno de los productores de la serie, además de director de los dos primeros episodios. Y el Frank Underwood de Spacey no está lejos de aquel psicópata que asesinaba en función de los pecados capitales, queriéndonos transmitir que los demás son peores y que él está haciendo lo correcto. En este sentido, resultan impagables los monólogos a cámara de Spacey, como los apartes de una obra de teatro clásico, donde el protagonista hace un alto y nos transmite sus pensamientos (cargados de mala leche) durante una escena antes de seguir con la acción.
Pero si Spacey está magnífico como ese congresista ambicioso, no menos destacable está Robin Wright (ya sin el apellido Penn que la ha acompañado durante años, tras su divorcio de Sean Penn, a la sombra del que estuvo durante años y que hizo que siempre haya sido una actriz infravalorada) como su mujer. Ella es una dama de apariencia afable que esconde a una arpía calculadora, aún más nociva si cabe que su marido. Una mujer que no necesita cambiar la expresión de su rostro para hacer las mayores jugarretas a quienes se ponen en su contra, una mujer que comparte confidencias al final del día con su marido y que insiste en el papel que ambos tienen como equipo para lograr sus objetivos. Una relación donde el amor es el interés común para el desarrollo de cada uno, como sería deseable en cualquier pareja, aunque en el caso de ellos no deja de tener un cierto componente de extraña relación comercial. Los dos saben de lo que es capaz el otro y que podría destruirle si se lo propusiera, pero aun teniendo clara esa idea se quieren mutuamente. Una de las parejas más interesantes que ha dado la ficción reciente.
Spacey y Wright brillan y lo hacen también gracias a unos estupendos guiones que hablan sin tapujos de las intrigas que se cuecen en palacio, aquí las cámaras de representantes y la Casa Blanca, intrigas desconocidas para la mayor parte de la población y a veces necesarias para sacar adelante diversas actuaciones. Así vemos a congresistas cuyo voto varía en función de la recompensa que obtengan, a empresarios que colaboran con el poder para obtener un trato de favor, a filtraciones interesadas a la prensa para presionar o derribar a rivales y la incapacidad de los medios de comunicación para llegar más allá de la punta del iceberg y su imposibilidad de desvelar todo lo que está sucediendo. Un panorama donde los juegos de poder están a la orden del día y donde lo que parece inamovible puede caer como un castillo de naipes, tal como reza el título. Un mundo de ambigüedad moral en el que Frank Underwood se mueve como pez en el agua. Una serie muy recomendable para aquellos que estén interesados en las entrañas del mundo político y en el análisis de unas personalidades tan corrompidas como fascinantes.