Todos sabemos que leer noticias atrasadas provoca melancolía. El encuentro con acontecimientos viejos tiene un encanto especial y único. Una nota desperdigada que da cuenta de lo que fue tiene un sabor diferente. Los libros son pacientes, siempre esperan. Esperan el momento en que desgarremos el papel celofán que los cubre para poder estrenarlos, aguardan la primera lectura y con generosidad nos revelan los secretos que contienen, se quedan en forma pacífica en los estantes del librero anhelando la próxima vez que los tomaremos en las manos para iniciar la relectura y, aunque ya nos habían contado todo lo que tenían y se habían regalado sin reservas, siempre encuentran una forma de descorrer el telón de algo nuevo. Así son los libros, pero las líneas de un diario atrasado tienen otra forma de hechizar.
Por lo general, cuando leemos la información de un periódico viejo, lo hacemos sin intención, por casualidad. No es que vayamos a buscar deliberadamente algo, como lo hacíamos con una enciclopedia, ni que anotemos un tema en el buscador más poderoso de la red. Nada de eso, más bien la lectura comienza por una especie de coincidencia en la que se juntan varias cosas: un tema que jala la atención y una luz especial que se alumbra en el cerebro y que provoca una reacción que nos impide lanzar a la basura ese pedazo de papel, tal vez amarillento, que quizá se va desmoronando mientras pasamos los ojos por esos renglones que fueron escritos en algún momento del pasado.
Es posible que el periódico haya llegado a nuestras manos como envoltura de algún artículo de tlapalería o que sea un recorte de algo que consideramos relevante y luego dejamos aventado en algún cajón o que haya quedado oculto en el ropero de la abuelita o que sencillamente nos lo hayamos topado en alguna sala de espera cuando no llevábamos algo mejor que leer. Tal vez nos tropezamos con esa nota mientras viajábamos por Internet o mientras brincábamos de un canal al otro en la televisión. El pretexto es lo de menos, el anzuelo está echado.
Darle nuestra atención a un hecho atrasado y leerlo implica sujetarse a una dosis de nostalgia. Los resquicios del tiempo filtran en la mente una experiencia singular. Es como si desde el momento en el que el escritor unió palabras y reunió frases, hubiera dejado atrapados algunos fantasmas que le dan un sabor diferente, una vivencia especial. En una complicidad compartida, el lector libera esos espíritus y ellos a su vez ofrecen la posibilidad de recorrer rincones propios y privados que habían quedado enterrados en el recuerdo, empolvados por los minutos y los segundos que pasaron antes de traerlos, otra vez, al presente.
La posibilidad de una nota desperdigada toma de la mano esa necesidad de leer y juntas caminan lado a lado, como amigas, con ese deseo de recordar, de volver a esos lugares que ya no son accesibles. La relectura de notas viejas toca las puertas de otros tiempos y llega a muchos escondrijos olvidados. Lo pasado acude para matizar lo nuevo, tal vez, para menguar tristezas o paliar dolores. Quizá para mitigar sinsabores del presente o para potenciar el gustillo de la alegría que habíamos pasado por alto. Lo cierto es que siempre generan una reacción. El mensaje cala distinto, se abre paso por otros caminos y llega a sitios diferentes, incluso desconocidos.
Las noticias viejas son compañeras y rancios testigos. Dan cuenta de hechos que fueron y que se consideraron relevantes y resultaron triviales o de insignificancias que ganaron importancia. Las palabras son las mismas, ayer y hoy, son idénticas. Los significados son los que cambian. Hay quienes piensan que releer noticias viejas es como sentarse a tomar café con un amigo que hace mucho no vemos. Es el mismo pero trae novedades.
Las noticias atrasadas contagian el cariño por un tiempo perdido. Por un instante, se engaña a la mente que cree que se regresaron las manecillas del reloj. Esta relectura es un reencuentro del lector con él mismo, es un coloquio de su yo anterior con el que existe en el hoy. Es bordar sobre la tela del recuerdo, en donde nos topamos con nosotros mismos. Siempre diferentes, siempre iguales. Es reconocer el ropaje anterior que forma parte de la historia que nos trajo hasta el hoy.
Los libros releídos guardan entre sus pastas muchas historias y el que relee después de los años el mismo libro se encarga de vislumbrar detalles que no alcanzaron un espacio en el recuerdo del lector. Una noticia vieja es algo más. Es regresar al tiempo antiguo, al de otras sensaciones vividas con otros sentidos. Es la segunda oportunidad de reinterpretar otras realidades con nuevas herramientas, es caminar sobre los rieles de otro tiempo desde el presente. Es unir dos momentos distintos en un encuentro tal vez fugaz, pero trascendente.
Frente a una noticia antigua que nos toma de las solapas y exige nuestra atención tenemos la oportunidad de evaluar. Pase lo que pase, detenernos en ella toma significados: o se atenúa el efecto o se le imprime mayor intensidad. No desdibuja la crudeza del recuerdo ni transforma en dulces los tragos amargos, no cura pero sí consuela y permite que los dolores que fueron se almacenen en un lugar del recuerdo que sea mejor. El contacto con esa noticia vieja puede desenterrar esa hermosa experiencia y servirnos de acicate que nos ayude a llegar a un estadio mejor.
La melancolía y la nostalgia son las compañeras que están a nuestro lado al pasar la mirada por los renglones de una noticia vieja. Ambas retroalimentan, ambas nos acompañan en este viaje en el que se regresa el tiempo y que nos permite conjugar la vida con los mismos verbos, las mismas palabras pero con una mirada diferente.