Insectos y arácnidos que hasta ahora nos imponían respeto en el mejor de los casos y miedo en la mayoría de las ocasiones en que nos cruzamos con ellos -estamos hablando de avispas, abejas, arañas y escorpiones- parecen convertirse en el método más adecuado para paliar y acabar con muchas de las enfermedades degenerativas que afectan a la mente humana. Y es que el veneno que segregan estos bichitos resulta demoledor para males ya tan epidémicos en la sociedad actual como el alzheimer, la esquizofrenia e incluso ciertos tipos de cancer en el cerebro.
La pregunta surge de manera inmediata: ¿qué tiene que ver el veneno de la abeja con el alzheimer? Pero Ernest Giralt, experto del Instituto de Investigación Biomédica (IRB) en Barcelona, tiene la respuesta. “Estamos plenamente concentrados en el estudio de los péptidos, unas proteínas como las que segregan algunos animales venenosos que se pueden diseñar a medida con la esperanza de desarrollar nuevos fármacos que logren llegar al cerebro”.
En otras palabras, su descubrimiento se basa en un pétpido derivado de la apamina, componente del veneno de abeja, que, a diferencia de este, no es tóxico y consigue alcanzar el cerebro, pudiéndose utilizar de este modo como vía de transporte de un fármaco determinado. “La principal problemática con la que nos enfrentamos es la llamada barrera hematoencefálica, un muro responsable de proteger al cerebro de virus, microbios y otros ataques. "Esta frontera es la causa de que la tasa de éxito de los nuevos tratamientos para el sistema nervioso central sea tan baja”, explica Giralt. De hecho, en los últimos 50 años apenas se han creado nuevos fármacos contra las dolencias psiquiátricas y no hay que olvidar que enfermedades hasta el momento sin cura -como el alzheimer- avanzan de modo casi contagioso entre las sociedades más desarrolladas.
“Durante décadas, las causas biológicas de los trastornos psiquiátricos como la depresión o la esquizofrenia han eludido los esfuerzos de los científicos por comprenderlas. Sin embargo, en los años 50 y 60, varios descubrimientos transformaron la psiquiatría y permitieron empezar a tratar la bipolaridad o las alucinaciones de los esquizofrénicos; la revolución, no obstante, no tuvo continuidad. Pese a los beneficios, los pacientes debieron conformarse con fármacos que no atajaban algunos de los síntomas más graves de las enfermedades y que incluso tenían importantes efectos secundarios”, añaden los expertos en la materia.
En cuanto a ciertos tumores cerebrales -como el gliobastoma, muy difícil de eliminar con la farmolocología convencional-, estos van a convertirse en la meta a lograr establecida tanto por Giralt como por Joan Seoane, del Instituto de Oncología Vall d’Hebró, intentando curar con esta nueva metodología a ratones a los que se les ha trasplantado este tipo de tumor. Además, una molécula desarrollada por la empresa Iproteos, con la que también colabora Giralt, “ha mostrado resultados esperanzadores también en ratones para tratar el déficit cognitivo asociado a la esquizofrenia. Si todo va bien, los ensayos clínicos con pacientes podrían comenzar en 2016”.
Con todo, la investigación de Giralt no es de carácter exclusivo. En EEUU, por ejemplo, un equipo de especialistas de la Universidad de Harvard, la de Yale y la de Texas Tech emplean el virus de la rabia para llevar hasta el cerebro pequeños fragmentos de ARN (ácido ribonucleico) capaces de revertir enfermedades infecciosas como puede ser la encefalitis. “El problema es que nuestro método solo consigue llevar al cerebro cantidades limitadas de ARN. Por eso, creo que intentar otros métodos como el de Giralt es muy útil”, reconoce Manjunath Swamy, uno de los responsables del proyecto.
Por su parte, una farmacéutica también estadounidense ha conseguido recientemente eliminar las placas que puede causar el alzheimer empleando otro tipo de proteínas capaces de traspasar la barrera hematoencefálica, es decir, con anticuerpos como los que utiliza el sistema inmune.
De cualquier modo, estos avances médicos -vitales de cara a un muy próximo futuro- requieren elevadas dosis de dedicación, tiempo y esfuerzo. Giralt ha tardado cerca de 10 años en crear un péptido capaz de entrar en una célula y llevaba desde 2005 intentando desarrollar proteínas que pudieran llegar al cerebro, algo que comienza a conseguir ahora. “En el fondo lo que estamos haciendo es descifrar el lenguaje de las proteínas. Por ahora ya sabemos el abecedario y algunas sílabas, pero nos enfrentamos a El Quijote y tenemos que entender la trama”, asegura.
Como resultado de todo ello, y escribiendo un capítulo médico más que ideal, esperemos que todos estos proyectos e investigaciones puedan poner fin a la incapacidad durante décadas de ofrecer alivio a los millones de personas que sufren trastornos psiquiátricos en todo el mundo.