El peligro viene del cielo. La esperanza también. En la Edad Media, los fenómenos celestes alimentaban las fantasías más variadas. ¿Es diferente hoy en día? Las señales provenientes del cielo cambian constantemente de significado: las percibimos de otra manera, las interpretamos de manera diferente. Astronomía o astrología, presagio o ley física, magia o ciencia, todo se entremezcla. Las estelas de luz pueden ser cometas o brujas, ovnis o drones. Carl Jung habla del sueño de una paciente donde una enorme araña zumbando atravesaba el cielo. ¿Quién sabe si, en el pasado, no ha visto nuestros drones de ahora, máquinas de guerra pilotadas a distancia y con brazos tentaculares que hacen eco de la triste actualidad?
Fascinado por la cuestión de los fenómenos celestes, Abdelkader Benchamma siguió la audiencia del Congreso estadounidense sobre ovnis en noviembre de 2024. Los objetos recuperados plantearon preguntas insolubles sobre su origen. Científicos y militares se sucedían, dando fríamente sus testimonios ante funcionarios electos de todos lados. La ciencia ficción se encontraba con la realidad y teorías conspiratorias se volvían plausibles en un giro inquietante – o fascinante. ¿Se estaba preparando Estados Unidos para un nuevo enemigo o un nuevo mercado? Todo se acelera en nuestra relación con el cielo. Los exoplanetas, inexistentes hace treinta años, ahora se cuentan en millones. El cielo se vuelve habitable, colonizado tanto por la razón como por la imaginación. Fantasías e hipótesis se despliegan sin límite. ¿Somos tan diferentes de nuestros antepasados cuando leían los augurios?
En la serie Kometenbuch, Benchamma propone unos veinte dibujos inspirados en un libro del siglo XVI que recoge diversos diversos fenómenos celestes, representados de formas extrañas y fascinantes. Aby Warburg, también cautivado por estas ilustraciones, subrayó el papel fundamental de los cometas como signos celestiales. Benchamma, por su parte, lo plasma a través de dibujos de mediano y pequeño formato. Esta elección de escala permite exacerbar los detalles, y obliga al espectador, acostumbrado a las grandes instalaciones dibujadas por el artista, a explorar lo ínfimo donde a veces se esconden verdades esenciales.
En sus series anteriores, describe los abismos que se abren repentinamente bajo nuestros pies, engullendo lo que hay en la superficie del mundo. Aquí el misterio se despliega sobre nuestras cabezas. Bajo tierra o en el aire, materiales y formas evanescentes se disuelven en nuestros miedos y esperanzas. Lo que proyectamos sobre el cielo es el lado oscuro de cada época, lo que Gastón Bachelard llamó el lado nocturno de la humanidad, esa poesía turbulenta, ya sea iluminada por el brillo de una vela o por la luz cruda de los focos. Benchamma se detiene en estos antiguos cometas, estelas de fuego y círculos inimaginables, desarrollando sus formas y significados ocultos. Esquematiza o enriquece, transformando la cola de un cometa en llamas de colores, dejando entrever su afinidad con la obra de Raymond Pettibon y los cielos atormentados de las pinturas de Joachim Patinir.
Más adelante, una quincena de medios formatos integran escenas inspiradas en archivos visuales, ampliando el trabajo iniciado con Engramme. Bajo el cielo está la tierra y sus enigmáticas construcciones humanas. El morabito que aparece en fotografías o postales antiguas de Argelia encarna la idea de paso, tema central de la instalación del Centre Pompidou para el Prix Marcel Duchamp (2024).
Los morabitos aquí representados son figuras de transición e intercesión, entre la vida y la muerte, entre mundos paralelos: espiritual y terrestre, visible e invisible. Estos lugares de culto, fotografiados por occidentales, nunca habrían sido inmortalizados por un musulmán porque son íntimos y no espectaculares. Benchamma los reinscribe con gran fluidez, devolviéndoles su misterio, contrapuestos a la imagen congelada de una postal. El árbol, omnipresente, conecta el mundo subterráneo con el celestial, un arquetipo de misticismo donde el morabito encuentra su lugar como intercesor. Detrás de estas postales con mensajes inocuos se esconde una profunda brecha entre la iconografía colonial y la función sagrada del morabito. El artista juega con estas ausencias y presencias, con estas figuras que aparecen o desaparecen, se imponen o escapan a nuestra mirada. Por primera vez utiliza lienzos ensamblados, ofreciéndole mayor libertad en la exploración del color y las texturas, yendo así más allá de la herramienta del dibujo puro.
En el mural realizado en ADN Galeria, Benchamma incorpora un vídeo inédito de tres minutos, de un proyecto de un libro en curso, Grottes célestes. Allí se descubre una brecha celestial donde satélites y escombros flotan en un caos absurdo, encogiéndose o estirándose hacia la inmensidad. Este cielo del futuro parece un vertedero ingrávido, repleto de objetos que se han vuelto inútiles. Podríamos ver ahí la imagen de una célula enferma, con manchas blancas proliferando como bacterias o tumores en un escáner, trasladando así el desorden celestial a la escala humana.
A través de su obra, Abdelkader Benchamma cuestiona nuestra relación con el cielo, con sus signos y sus misterios, oscilando entre el saber y la creencia, entre memoria y anticipación. Nos invita a observar estos fenómenos con nuevos ojos, a redescubrir las sombras y las luces de nuestro tiempo a través de las huellas dejadas por otros que nos precedieron.
(Texto de Sébastien Planas)