Siempre es complicado acotar ideas fundamentales. Su uso común, la manera en que creemos tener claro su significado y el modo natural con el que nos relacionamos con ellas impiden que las abordemos desde el análisis, que nos paremos a diseccionar sus interiores. ¿Qué es la realidad? ¿Qué es la verdad o lo objetivo? ¿Cuándo actuamos con justicia? ¿Cuál es la medida de una democracia? Realmente, no es nada fácil explicar asuntos de tanto calado. Sobre todo, porque una parte esencial de aquello que los define tiene que ver con grandes acuerdos entre personas. Vistas de cerca, son creaciones concertadas o impuestas, un tipo de ficción maleable que sirve para determinar el marco vital de una comunidad en un lugar y un tiempo. El ser humano funciona simulando posibilidades, fijando reglas. Las fronteras, los billetes, el alfabeto o una constitución no son más que invenciones, maneras de ponernos de acuerdo. Mantener ese pacto hace que una sociedad funcione. Aceptar las normas nos permite ser parte de ella, entendernos con los demás. Cambian las épocas, evolucionan las colectividades y de forma inevitable se ajustan esas alianzas porque infinidad de factores influyen en ellas, desde los tecnológicos hasta los económicos.
Como es lógico, las imágenes no son ajenas a estos convenios sobrentendidos. Confiamos en que forman parte de una tradición sólida y suponemos que sabemos lo que vemos, pero son una falacia, quizás la peor de todas: su inmediatez a los ojos nos hace confiarnos todavía más cuando las tenemos delante. “Ver para creer”, dice el refranero popular español. Las convicciones son un refugio, nos da igual si son correctas o no. Los prejuicios nos permiten estar absolutamente seguros de aquello que no sabemos y eso, aunque falso, tranquiliza. El trabajo fotográfico de María María Acha-Kutscher (Lima, Perú, 1968) viene a revisar con sutileza un núcleo central de convencionalismos vinculados con lo femenino y la feminidad. Su investigación es silenciosa, nada estridente, se dedica a una meticulosa recolección de imágenes tomadas de fuentes diversas (libros antiguos, carteles, anuncio, álbumes, imágenes tomadas de fuentes diversas (libros antiguos, carteles, anuncio, álbumes, revistas, Internet…) que luego organiza en su ordenador por categorías. Sus collages digitales nacen de ese archivo vivo donde los conceptos a reexaminar están en constante circulación.
Resulta relevante destacar que su crecimiento y madurez como artista se desarrolla en paralelo a la confluencia de dos situaciones globales que hemos vivido en las últimas décadas, especialmente desde 2005. Por un lado, los avances del movimiento feminista generados por la cuarta ola; por otro, la consolidación de Internet, las redes sociales y el smartphone. Estas dos circunstancias trascendentales, una vinculada a la igualdad de la mujer y otra a la manera en la que nos relacionamos con las imágenes hoy, determinan una nueva época donde es necesario preguntarnos por la construcción de nuestra identidad cultural para entender de dónde venimos y adónde vamos como sociedad. Su posicionamiento reconfigura tópicos para ponernos ante el espejo de mensajes visuales aparentemente inocuos que damos por asentados. De hecho, su trabajo potencia una inteligencia de procesado lento que nada tiene que ver con el despotismo al que nos somete la mirada cotidiana del scrolling, tan veloz como vacía.
Para esta exposición, se ha seleccionado una parte significativa del proyecto Womankind (2010), iniciado en 2010, al que se han añadido sus últimas series en color vinculadas al envejecimiento femenino y una pieza específica como La rabbia di Proserpina (2022) que responde a dos visiones de género: por un lado, la denuncia de la normalización de la violencia contra las mujeres dentro de la Historia del Arte; y por otro, el coraje contra la adversidad como motor de cambio en el imaginario feminista. En conjunto, nos permiten una panorámica incuestionable de su evolución como autora, alguien que desde su condición de cronista del presente se esfuerza por aportar una lectura diferente a las cuestiones de género que supera cualquier rol asumido de pasividad y reprueba la asunción de un papel vicario.
La obra de María María se rebela contra el modo en que se ha ido contando la vida de las mujeres en el siglo XX desde un relato hegemónico de corte paternalista, una actitud de poder que ha servido para relegarlas a un segundo plano amable y servicial, normalmente de modelo, secretaria, azafata, ama de casa, madre y esposa. El cuerpo de la mujer ha sido cosificado durante siglos por la mirada masculina, que ha marcado superioridad y colocado a las mujeres al servicio del hombre. En su producción, la artista re-significa las imágenes para que cobren una nueva vida, destacando en sus cuidadas composiciones por encima de todo a seres humanos que transmiten un mundo privado que se sustenta en experiencias propias y no se rige por el estereotipo. Acha Kutscher rescata y rehace una memoria histórica femenina en paralelo que procura reflejar desde la complejidad de su intimidad hasta sus luchas políticas.
(Texto de Sema D’Acosta)