A finales de octubre del 1924 Breton publica el primer Manifesto del Surrealismo e inaugura el Bureau Central de Recherches Surréalistes. El término había sido utilizado por Apollinaire en 1917 en el prefacio del libreto del ballet Parade de Erik Satie, que contó con escenografía y vestuario de Picasso, guión de Jean Cocteau y coreografía de Léonide Massine. Entre esas dos fechas el neologismo había entrado en el lenguaje vernáculo de la bohemia parisina, trasladada desde Montmartre a Montparnasse desde principios del siglo XX, en gran parte gracias al éxito de la publicación de Los campos magnéticos, primer ejercicio de escritura automática desplegado à deux entre André Breton y Philippe Soupault.

Como en todo fenómento volcánico, y el sur-réalisme lo fue y aún hoy seguimos respirando sus gases sulfurosos, aunque algo más inocuos tras las diluciones con la cultura de masas, se había pasado de la fase de latencia, a la fase de actividad sísmica esporádica, hasta entrar en 1924 en erupción vesubiana, la más explosiva. En la Belle Époque habíamos tenido a Alfred Jarry, posteriormente Dadá y su Cabaret Voltaire en Zúrich hasta que Tzara impacta como elemento catalizador en la rive gauche, recibido por Breton y el círculo que se había gestado en el café Flore, abducidos entre otras aventuras intelectuales por los maravillosos Cantos de Maldoror del Conde de Lautréamont y la poesía de Rimbaud.

La guerra del 14 les impacta a todos, se lleva por delante la prosperidad de la Belle Époque y politiza definitivamente a los círculos artísticos e intelectuales. Cuando explota la Gran Guerra, Montparnasse es el centro de la vanguardia en torno a Picasso, Modigliani, Apollinaire, Cocteau, Duchamp, instalado allí desde octubre del 1913, Man Ray y tantos otros que irán llegando atraídos por la vida de los cafés, el magnetismo de los estudios, y las noches regadas generosamente. El infierno de una guerra global, que había movilizado a 70 millones de combatientes, lo congeló casi todo; a unos los había lanzado al horror de las trincheras y a otros al hundimiento ontológico generalizado que se llevó por delante a millones de seres humanos y arruinaría a toda una generación.

Otro de los seísmos epocales, este mucho menos patriótico y mortífero, fue la psicologización de prácticamente todos los aspectos intelectuales desde que se populariza La interpretación de los sueños, publicada en 1900. Algunos ejemplos: Eros y Tánatos; el principio de nirvana o no existencia a partir de los estudios en Mas allá del principio del placer, así como la neurotización de la sexualidad relacionándola con conceptos como el incesto, la perversión y los trastornos mentales. Se estaba calentando el horno que permitiría amalgamar la realidad exterior y la experiencia onírica como promesa utópica que se manifestó en un lenguaje y unos recursos plásticos que olían a deseo y a futuro.

El jazz se popularizó coincidiendo con el armisticio. El sonido que emergía de los sótanos de Montparnasse se identificó con la pulsión a la improvisación, que Apollinaire había localizado en la pintura como l´esprit nouveau y que había llamado sur-réalisme. Entre todo ese caldo de cultivo intelectual y la radiación de fondo de la Gran Guerra se cocina una esperanza libertaria. La crítica radical al orden social que había sido denostado por el dadaísmo se intensifica con los surrealistas. Su visión de la política cultural burguesa, basada en el pensamiento racional, no estaba a la altura de la experiencia humana que requerían los tiempos. En mayor o menor medida, y a pesar de las innegables mutaciones acaecidas en los últimos cien años, sus reivindicaciones siguen pareciéndose a las nuestras.

Es aquel espíritu de libertad el que nos sigue apelando y que consideramos se desprende de la iconografía y la visée créative de las piezas que componen esta exposición. Más que una efeméride, pretendemos reivindicar un legado sin el cual sería difícil aprehender no pocas de las prácticas más actuales. O al menos, de aquellas que no han caído en la tentación críptica de permanecer indigeribles para, supuestamente, evitar así ser absorbidas por en el flujo consumista. Obviamente, aquí convocamos un concepto de libertad “liberado” de la programación de las conductas neoliberales, bajo el nombre de flexibilidad y autonomía, o bien del que nos entrega la gobernanza liberal a los individuos. Y es que ahora sí que empieza a parecer que nos va a costar mucho recuperar esperanzas en el progreso e imaginar otros futuros. Tal vez nos debería seguir pareciendo pertinente la conclusión de Breton para su primer Manifesto: “Vivir y dejar vivir son soluciones imaginarias. La existencia está en otra parte”.