Hablar de la capital lusitana, asentada sobre 7 colinas y cuya falda la arropa el río Tejo, es rememorar su pasado de grandes navegantes y esa “saudade” innata del portugués de entusiasmarse a la conquista del mundo, pero siempre con morriña, nostalgia poética y apego a sus raíces y a lo que dejaba en su tierra cuando se aventuraba a recorrer el mundo. En la época de los descubrimientos, cuando competía con el reino de España, llega a un acuerdo de paz mediante el Tratado de Tordesillas (1494), en que ambos reinos se dividían el mundo mediante una raya geográfica trazada en leguas (la medida de longitudes y distancias de aquellos tiempos).

Siguiendo con el tema de su historia, hay que informar que fue fundada por fenicios (se cree que aproximadamente en el año 1.200 a.C.) y que más adelante la invadieron los griegos y cartagineses; y que en un período quedó emparentada con Galicia hacia el 585. Inicialmente se conoció con el nombre de Olisipo, que podría significar en fenicio Allis Ubbo, 'puerto seguro'. Posteriormente fue conquistada por los musulmanes (c. 711), quienes permanecieron al mando por cerca de 4 siglos, y recuperada en la época de las Cruzadas por uno de sus protagonistas, Alfonso I Enríquez, cerca del año 1147 en la Reconquista y que devino a ser su Primer Rey.

En el devenir del tiempo, por allá en el siglo XVI fue conocida por ser el centro del comercio de tráfico de esclavos, aunado a los productos que comercializaban de las tierras conquistadas en los territorios de Asia, África y Brasil.

En este período de resplandor, gracias a su comercio internacional y a las riquezas que ofrecían sus nuevos territorios conquistados, surge gracias a la visión de Don Manuel de Portugal (1495-1521) un nuevo estilo arquitectónico que se anticipó al Barroco europeo. Este estilo endémico de Portugal provee a la humanidad de grandes edificaciones de corte religioso que hoy en día son patrimonio cultural de la humanidad, hablamos del Monasterio de los Jerónimo y la emblemática Torre de Belem, que son parte de los íconos indiscutibles de la ciudad.

Asimismo, hay un antes y un después para esta ciudad: el terremoto de 1755, que destruyó gran parte de su infraestructura por el movimiento, los tsunamis y los incendios. Este evento provocó que cerca del 80% de sus edificaciones quedaran destruidas. Solo gracias a las riquezas del comercio proveniente de Brasil se consiguió la reconstrucción de la parte baja de la ciudad (conocida como a Baixa) y proveerla de grandes avenidas y edificios neoclásicos, además de otorgarle en su renacer de ave Félix los siguientes parámetros: seguridad, funcionalidad y una nueva identidad urbana.

Con el paso de los años, esta ciudad de edificios recuperados del terremoto e incendios y con la nueva cara del estrilo Manuelino, devino en un orbe de bairros (barrios) conformados al día de hoy por dieciocho municipios y una población estimada para la ciudad y su distrito o zona metropolitana de aproximadamente 3.000.000 habitantes.

Lisboa, por la influencia de sus ancestros, tiene gran presencia de cerámica o baldosas que forman parte material de la memoria cultural del país y que vemos en muchas de sus edificaciones. Son conocidos como “azulejos” con influencia mudejar e hispano moriscos. Estas baldosas características en muchas fachadas de paneles decorativos, en fachadas e interiores, permiten la coincidencia en cuanto a historia y arte, y por consiguiente son un evidente registro material de su historia y de sus orígenes.

Otro símbolo de identidad lisboeta, además de los mencionados azulejos, son sus tranvías que suben y bajan por la zona baja y céntrica de la ciudad, empalmando calzadas, de color amarillo, y otros que recorren las zonas planas de la ciudad. Forman parte de la red de transporte urbano y sirven para conocer esta ciudad que devela historia, saudade y mosaicos.

Cuenta con un menú de opciones único a nivel cultural, dado que esta ciudad tiene toda una red de museos nacionales, municipales y privados que narran arte, historia, ciencia, moda, diseño, arquitectura, cine y tecnología. Además de eventos de todo tipo, grandes tiendas globalizadas, centros comerciales, estadios de futbol, teatros, plazas, bibliotecas; todo esto hace que sea una ciudad culturalmente y permanentemente viva que avanza y evoluciona a las exigencias del continente europeo.

En su constante reinvención o actualización, la ciudad tuvo otro gran empuje con la Feria Mundial del año 1998; que permitió la reconstrucción de una zona industrial y algo abandonada de la ciudad y que instalo los pabellones de la feria de carácter temporal y permanente; así como un Oceanario (u Oceanario de Lisboa) que es en volumen arquitectónico que contiene especies de todos los océanos y mares, con actividades lúdicas permanentes para grandes y chicos. Además de todo lo que trajo la nueva instalación de esta ciudad, se sumó una zona de conjuntos residenciales y hasta un nuevo puente, el Vasco de Gama de hormigón armado. Y toda una zona de interés y de renacimiento urbano, conocido como el Parque de las Naciones a partir de la Feria Mundial de 1998 y en una nueva Freguesia, la de Oriente, que lleva el mismo nombre de la estación de metro, cuya estación fue realizada por el arquitecto de renombre mundial, Santiago Calatrava.

Esta nueva zona o distrito sumó a la ciudad, atractivos adicionales. Porque hablar de Lisboa es, como se ha mencionado, hablar de sus barrios, elevadores, miradores, Catedral, plazas, calzadas, escaleras, su Castillo de San Jorge.

Es también hablar de sus héroes literarios de Camoens y también de Pessoa y de Saramago. Su gran poeta Luis de Camoens, autor de la epopeya épica Los lusiadas, digna épica renacentista. Y qué decir del escritor Fernando Pessoa y sus más de 70 heterónimos entre cuyos nombres destacan Bernardo Soares, Álvaro de Campos, Ricardo Reis, entre otros personajes a los cuales daba vida.

Por todo ello y más, Lisboa es la puerta de entrada para el continente europeo y adentrarse en ella es develar e irla descubriendo, como harían sus navegantes con el mundo en los siglos XV y XVI. Hay que irla descubriendo en sus barrios, sus estructuras arquitectónicas, sus transportes, sus museos, teatros, literatura, música, en particular sus fados y por supuesto en su gastronomía, que representan a los frutos que les ha dado el mar (sus recetas de bacalao que se creen que hay más de mil maneras de prepararlo), de sus postres como los pasteles de nata y la fórmula secreta de sus pasteles de nata de Belém; aunado con toda su vida nocturna y rutas de todo tipo.

Es una ciudad encantadoramente poética, amplia, con multitud de opciones para cualquier tipo de gusto y en donde siempre hay muchos planes para hacer. Es una ciudad efervescente que guarda muy celosamente su historia, al igual que se proyecta al mundo como una urbe llena de oportunidades con el sabor de los grandes navegantes, o fado, a saudade, el Puente 25 de abril, sus azulejos, su bacalao. Es un paraíso para los turistas y un lugar que “fica” siempre o que queda inolvidable y amor ideal y entrañable, para los que hemos tenido la dicha de haber vivido en ella.