En el mes de diciembre, un año más en muchos lugares del mundo, las ciudades se visten de luces, las calles se engalanan con adornos de brillantes colores y en el aire se respira la música de violines y trompetas que entonan bellas melodías de paz. Todo está preparado para recibir la Navidad.
Las casas se llenan de guirnaldas y el musgo parece trepar por las ventanas para colarse detrás de los cristales y anunciarnos, la alegría y la fiesta.
En estas fechas los hijos y familiares que estaban lejos regresarán al hogar y los amigos tendrán un lugar especial en nuestro corazón.
Así venimos celebrando la llegada del Niño Dios a la tierra tal como hace más de 2000 años anunciaron los Ángeles en Belén:
¡Gloria a Dios en las alturas. Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad!
Todavía resuenan en la memoria las palabras del profeta Miqueas:
Y tú, Belén Efrata aunque eres pequeña entre las familias de Judá de ti saldrá el que ha de ser gobernante en Israel. Y sus orígenes son desde tiempos antiguos, desde los días de la eternidad.
Hoy en las tierra de Israel y Palestina, la Paz está muy lejos de reinar.
En el cielo no brilla la estrella que desde Oriente guio a los Magos que venían para adorar al Niño Dios, al que encontraron recostado en un pesebre en un humilde portal de Belén
al lado de su Madre la Virgen María y de San José.
Ya han desaparecido los sencillos pastores y aldeanos que llevaban al portal sus mejores presentes y un viento helado y desolador se respira en esos lugares.
En estos tiempos actuales, el cielo se Belén está amenazado por la luz de los misiles y en el aire sólo suena las sirenas que anuncian las bombas que traen la destrucción y la muerte. El silencio y el terror se han apoderado de esas tierras bendecidas y elegidas por Dios para venir a la tierra. Palestina llamada también Tierra Santa fue donde Jesús fue bautizado en el río Jordán y tuvieron lugar muchos hechos del evangelio.
En Jerusalén, Jesús predicó en las sinagogas y realizó muchos milagros, allí fue crucificado y dado muerte al final de su vida y al tercer día resucitó.
Todas estas tierras bendecidas, por las que Jesús caminó con sus discípulos para propagar el reino de Dios y dar ejemplo de humildad y santidad, fueron testigo de la presencia de Jesús, escuchando sus palabras portadoras de vida eterna.
En estas tierras permanece la huella de Dios que sembró un reguero de luz y de amor a su paso.
Pero hoy la barbarie y la muerte es lo que se ha apoderado de estos Santos Lugares.
El Niño Dios que nació en el humilde portal de Belén sigue naciendo en los corazones de los pequeños niños que cada día son brutalmente asesinados por las bombas que golpean inmisericordes en los hospitales infantiles y en los campos de refugiados.
El Niño Dios sigue sufriendo y de nuevo muere en cada corazón de cada niño herido en la guerra.
Es terrible que la guerra entre Palestina e Israel no llegue a su fin y se sigan masacrando víctimas inocentes.
De qué sirvió que todo un Dios se hiciera hombre para enseñarnos el camino del perdón y del amor, si el odio sigue habitando en hombres sin escrúpulos, que permiten la guerra para enriquecerse y adueñarse de nuevos territorios.
Es muy triste que sea en estas tierras elegidas por Dios para venir al mundo, donde se sigan repitiendo los mismos modelos de conducta, de barbarie, de horror y de venganza que llevó a los hombres a dar muerte a Jesús en la cruz.