Los recientes acontecimientos han incitado a muchas personas a establecerse en el campo, con la esperanza de recuperar una vida apacible, lejos del estrés y la falta de espacio que imponen las ciudades. Las obras recopiladas aquí van más allá de este antagonismo urbano-rural para explorar las diferentes realidades territoriales. Nos invitan a cambiar nuestra visión para considerar estos espacios como interdependientes en vez de estáticos. Pensado, planificado y explotado por el ser humano, el territorio es el resultado de acontecimientos históricos y decisiones políticas, y el reflejo de los cambios y de las tensiones que se producen en nuestras sociedades.
Las seis secciones del recorrido son otras tantas pistas para analizar la manera en la que habitamos un lugar. Interesarse por la noción de territorio implica analizar la relación que el ser humano mantiene con su entorno, así como el impacto que tiene en él. Algunos artistas se adueñan de los materiales, naturales o industriales, para realizar transformaciones y reconsiderar nuestra relación con el mundo. Muchos espacios abandonados son el resultado de la explotación productivista del planeta en la era postindustrial. Estos lugares indeterminados pueden propiciar todas las posibilidades. Las relaciones entre territorios se rigen por el rendimiento y el consumo, inherentes a la sociedad capitalista. En el espacio público, la vigilancia obstaculiza los cuerpos y sus desplazamientos. Frente a estas dinámicas, el territorio puede independizarse de su anclaje físico para ser concebido como un espacio mental, en el que el arte se opone a un cierto espíritu de resignación.
Deconstruir los clichés
La palabra «urbano» procede del latín urbs, que significa ciudad. La urbanidad también hace referencia a la civilidad y la cortesía. Este doble significado revela una jerarquía tácita entre la ciudad y el campo, tal como lo demuestran numerosos estereotipos. La ambivalencia de la visión dominante, urbana, sobre los territorios rurales reside en la coexistencia de dos visiones contradictorias. La primera transmite una forma de desprecio que limita la ruralidad a un ideal rústico anticuado, en contraposición a la ciudad, que sería la culminación de la vida moderna. La segunda, por el contrario, idealiza los paisajes rurales y un modo de vida apacible.
Esta primera parte del recorrido pretende ir más allá de esta dicotomía entre ciudad y campo al presentar diversos puntos de vista sobre la vida rural y urbana. Escenas de trabajo agrícola, vistas campestres o desviaciones del género paisajístico se mezclan con obras que ilustran la rápida evolución de las ciudades desde finales del siglo XIX, la organización espacial de las ciudades modernas o incluso los incesantes flujos de las megalópolis contemporáneas.
Transformar la materia: homenajes y huellas
Esta sección se centra en las relaciones físicas y perceptibles que el ser humano mantiene con su entorno, así como en las huellas, efímeras o indelebles, que dejamos en los territorios. Muchos artistas, a menudo instalados en zonas rurales o remotas, adoptan una postura de humildad, e incluso de devoción hacia la naturaleza, que elogian en sus obras.
La elección de los materiales es muy significativa, ya que determina una técnica, herramientas y usos, pero también lleva consigo una historia, una memoria o una simbología. Lo mismo ocurre con los objetos cotidianos y las herramientas de trabajo: pueden revelar una tensión entre las prácticas a las que hacen referencia y su simbolismo, o reutilizarse y asociarse con materiales industriales. Por último, son muchos los artistas y diseñadores que, conscientes del importante impacto de la acción humana sobre el entorno, desarrollan procesos de producción innovadores y ecorresponsables a partir de materiales naturales no contaminantes.
Habitar un espacio indefinido
Como resultado del progreso técnico, las distintas fases de la industrialización han alterado la ordenación del espacio construido y no construido. Aunque los sitios industriales han podido percibirse como símbolos de progreso, también encarnan la degradación de los territorios y la alienación de las poblaciones con fines productivistas. El desarrollo del ferrocarril, seguido de la popularización del automóvil, han conducido a una mayor cercanía entre los territorios, así como a la expansión del fenómeno de periurbanización, ampliamente extendido en los países occidentales desde mediados del siglo XX, con suburbios formados por urbanizaciones impersonales y zonas de actividad económica.
De este modo, aparecieron los «no-lugares», espacios meramente funcionales característicos de la «sobremodernidad»: aeropuertos, estaciones de tren, intercambiadores viales, centros comerciales o incluso campos de refugiados. Estos espacios ilustran una estandarización y una deshumanización cada vez mayores, pero también pueden alimentar la imaginación, fomentar la errancia física o mental y ver el surgimiento de nuevos tipos de urbanidad.
Repensar las dinámicas territoriales
Hemos entrado en la era del Antropoceno, caracterizada por los efectos indelebles de la acción humana sobre el planeta. Nuestro mundo globalizado es el resultado de elecciones y evoluciones geopolíticas, científicas, sociales y culturales que tienen consecuencias sobre los territorios y la relación que mantenemos con nuestro entorno. La dialéctica «territorio servido/territorio sirviente» figura en la base de relaciones de dominación y dependencia: las regiones agrícolas constituyen un vivero de recursos explotado en beneficio de una sociedad urbana capitalista.
Algunos artistas abordan desde el condicionamiento hasta la sobreproducción y el consumismo excesivo, mientras que otros se apoderan de objetos banales de los que está saturada nuestra sociedad para revelar su poder simbólico o transformarlos en remanentes absurdos del consumo de masas. La forma en la que habitamos el espacio está influenciada por un marco económico, flujos de información e intercambios incesantes. El resultado es una forma de sometimiento a nuestros sistemas de producción industrial y nuestro entorno tecnológico, que dañan nuestros cuerpos y controlan nuestras emociones.
Existir en el espacio público
En teoría, el espacio público pertenece a todos, pero en realidad está condicionado por estrictas normas sociales, que ponen de manifiesto las relaciones de poder que existen entre los individuos y, al mismo tiempo, aumentan las desigualdades. Así, el espacio público a veces parece inhóspito cuando se trata de personas que la sociedad percibe como marginales. Entonces, ¿cómo podemos existir dentro de él?
Aunque una gran diversidad de personas recorre el espacio público, el individuo tiende a mezclarse con una multitud densa y uniformizada. Esta parte de la exposición da mayor protagonismo a grupos de figuras anónimas que cualquiera puede encontrar fuera de casa. En algunas obras, la ausencia de seres humanos permite percibir mejor las señales de su existencia y su presencia. El espacio público también se ha convertido en un campo de juego para muchos artistas, especialmente a través de la performance. Lo ocupan para revelar y desafiar los usos regulados y la violencia que se manifiestan en él.
Recomponer sueños y realidades
Artistas transmiten una manera de estar en el mundo. Incluso cuando no adoptan una postura abiertamente militante, sus obras pueden ser actos de resistencia. Las propuestas reunidas en esta sala son caminos alternativos para reflexionar sobre el mundo contemporáneo, su historia, sus dinámicas y los retos que le deparan. Varias de ellas ponen de relieve las tensiones -entre lo orgánico y lo artificial, la naturaleza y la cultura, la forma y el contenido- para superarlas mejor o incluso para elogiar su potencial de transformación.
A través de un diálogo fructífero entre reinterpretaciones singulares de paisajes, se lee entre líneas toda la ambivalencia de esta noción, que se encuentra en la encrucijada de lo natural y lo social, de lo íntimo y lo político. Estas obras nos invitan a comprender la complejidad de nuestro mundo globalizado y, al mismo tiempo, abren infinitas posibilidades. Cuestionan nuestras certezas y nos recuerdan que el territorio también puede concebirse fuera de su anclaje físico para ser comprendido como un espacio mental.