Estados Unidos de América, hoy por hoy la potencia más desarrollada del planeta en todos los niveles —en lo económico, lo científico-técnico, lo cultural, lo militar—, lenta pero inexorablemente comienza su decadencia. No está derrotado, ni mucho menos. Al contrario: hará lo imposible para evitar su caída, por eso este momento de la historia es muy peligroso. Como animal herido se defenderá de cualquier modo, llegando a la locura militarista más envenenada para intentar mantener sus privilegios, pudiendo apelar a la monstruosidad de una guerra nuclear.
De hecho, en la reunión del Grupo Bilderberg del año 2022, realizada en Washington —con anillos de seguridad radicalmente impenetrables—, se filtró la agenda que se abordaría. Por supuesto que no las conclusiones finales, pues eso es un absoluto secreto de los poderosos que manejan el mundo o, al menos, buena parte del mundo. En esa filtración pudo saberse que entre uno de los temas a tratarse figuraba la “gobernabilidad global post guerra nuclear”.
Si esto es así, no hay dudas de que en las cabezas de quienes toman las decisiones que afectan a toda la humanidad (por supuesto, el mito de la democracia se hace mil pedazos con esto, pues la gente votante solo cumple con un rito casi sacralizado de emitir un sufragio cada cierto tiempo, lo que no influye en lo más mínimo en la marcha de las cosas globales), la idea de una guerra nuclear limitada está presente, es una “hipótesis de conflicto”, como se dice en la jerga militar.
Dicho de otro modo: para evitar su caída, el gran país imperial está dispuesto a cualquier cosa, incluso a un conflicto de esa magnitud (guerra con armas “tácticas”, por supuesto; no las “estratégicas” —misiles con varias cabezas nucleares, cada una de ellas 30 veces más potente que las bombas arrojadas en Japón al final de la Segunda Guerra Mundial—, lo cual equivaldría al final completo de la humanidad toda).
En Latinoamérica, su “natural” patio trasero según la tristemente famosa doctrina Monroe de 1823 (“América para los americanos”… del norte, habría que agregar), los países de la región están mal, porque Washington defenderá ese territorio como su principal bastión ante el avance de otras alternativas (China y Rusia, que comienzan a disputarle crecientemente la hegemonía mundial). Es por eso que controla esos países con más de 70 bases militares de alta tecnología, y una intromisión continua y descarada en sus asuntos internos. El supuesto control del narcotráfico es solo una estratagema perversa muy bien implementada. Se preguntó irónicamente: ¿por qué en Estados Unidos no hay golpes de Estado? Porque allí no hay embajada yanqui…
Todos los imperios caen
Ahora bien: los imperios caen. Es un constante en la historia de la humanidad. Todas las civilizaciones tienen luces y sombras; todas florecen, crecen y luego se van apagando. Es la dialéctica humana. Todos los imperios, en su momento de esplendor, tienen cosas maravillosas; y al mismo tiempo contienen los fermentos de su decadencia. Porque, inexorablemente, todos caen. China, Persia, Roma, los incas, los mayas, fueron imperios resplandecientes por siglos o por milenios; pero cayeron, se extinguieron. El imperio otomano duró 700 años; el mongol, el de mayor extensión de tierra continua en la historia: 200 años. También dos siglos duró el dominio azteca en lo que hoy es México, pero cayó derrotado a manos del invasor español. El auge de los mayas, en el sur de México y buena parte de Centroamérica, duró 1.500 años, y luego se extinguió; el de los etíopes, 700, y finalizó. El Occidente cristiano y capitalista fue dominante por 500 años, ya a nivel planetario. Gran Bretaña, con el mayor imperio de ultramar jamás conocido, duró alrededor de una centuria —la “Reina de los mares”, con colonias en los cinco continentes—, pero pasó.
Estados Unidos, el imperio más poderoso de la historia, con un desarrollo científico-técnico fabuloso que logró una hegemonía planetaria, el único que tuvo la osadía de utilizar armas nucleares contra población civil no-combatiente como burda demostración de fuerza ante sus rivales, fue el hegemón por un siglo, y ahora hace lo imposible por detener su caída. Pero está cayendo, lentamente sin dudas, pero ya comenzó su declive.
Los tiempos se acortan cada vez más, y no hay “razas superiores” que se erijan en dominadores absolutos y eternos. Si Europa y luego Estados Unidos, dado que las tecnologías del momento les permitieron su expansión planetaria, se sintieron “dueños del mundo” en un sentido literal, eso está terminando. Gran Bretaña, la otrora super poderosa majestad que impuso el inglés como lengua franca en todo el mundo, es hoy una dependencia de Washington. Europa imperial, la “culta” y “refinada” Europa (el “jardín florido” en medio de “la jungla”, como repugnantemente lo expresara en pleno siglo XXI Josep Borrell, alto funcionario de la Unión Europea), colonialista, sanguinaria y racista como nadie, ahora ya envejecida, se arrodilla ante Estados Unidos, imitándolo en todo, temblando ante su poderío (452 bases norteamericanas en el Viejo Mundo; ni una sola de Europa en territorio estadounidense).
Todos los imperios pasan, todos. “Todo pasa, todo fluye”, enseñó el filósofo Heráclito en el luminoso imperio griego hace 2.500 años. Grecia hoy languidece y vive de sus recuerdos, endeudada hasta los tuétanos con el Fondo Monetario Internacional. Al igual que Egipto, por tres milenios la cultura más avanzada del planeta, que hoy es un país empobrecido que vive en muy buena medida del turismo para mostrar “la grandeza pasada”.
¿Por qué Estados Unidos está cayendo ahora?
La razón que explica el declive de la gran potencia es que desde hace ya largos años empezó a consumir más de lo que produce, porque su voracidad sin límites lo ha ido llevando a una situación insostenible. Ese consumo desaforado ocasiona deuda; gastar más de lo que se puede es un despropósito, algo insostenible en el largo plazo. Un ciudadano término medio de ese país utiliza en promedio 150 litros de agua diarios para todas sus necesidades, mientras que un similar en el África sub-sahariana emplea solo entre uno y dos litros. ¿Qué puede justificar esa loca y asimétrica injusticia? Absolutamente nada, solo un afán de poderío desmedido.
Esa deuda que viene arrastrando de años —fiscal, interna y externa— es técnicamente impagable, porque no existe respaldo real a esa gigante masa de dinero. Hay allí burbujas financieras que, tarde o temprano, estallan. La primera economía mundial presenta severos problemas: una decena de bancos ha quebrado en los últimos cinco años, y ahora se anuncia que otros sesenta están al borde de la bancarrota. Desde hace décadas se habla de la peligrosa “burbuja” en la que vive el país, con una intrincada mezcla de factores: una moneda sin respaldo real que comienza a ser seriamente atacada por los BRICS y el proceso de desdolarización en marcha, una deuda exorbitante técnicamente impagable, la extrema volatilidad de la bolsa de valores y un abultado déficit en la balanza comercial con los países asiáticos. Cuanto más pasa el tiempo, más se acumulan esos problemas y más aumenta la posibilidad de una implosión, es decir, la posibilidad de que la burbuja reviente. Varios premios nobel de economía han advertido ese peligro.
Pues bien: ese consumismo desmedido es insostenible, inconducente. Cuando el 4% de la población mundial consume el 25% de la riqueza global, ¿quién paga eso? De momento, el resto de la humanidad. Por eso Estados Unidos saquea, expolia, impone su fuerza bruta. Su moneda, el dólar, vale porque unas monumentales fuerzas armadas lo sostienen, con alrededor de 800 bases militares diseminadas a lo largo y ancho del planeta, y armamento nuclear que transforma a toda la humanidad en sus rehenes. Pero los tiempos están cambiando.
Sin ser claramente una propuesta socialista al modo clásico, la aparición de los BRICS —con China y Rusia liderando, hoy día conformados por diez países y con una lista de espera de, al menos, otros diez que desean incorporarse— está marcando un freno a la hegemonía del área dólar. De hecho, la red SWIFT (siglas de Society for Worldwide Interbank Financial Telecommunication, red interbancaria global que permite las transacciones entre países, siempre regida por el dólar) se ve seriamente cuestionada ahora por una red similar que están implementando los BRICS, alejándose de la divisa estadounidense. “La digitalización de las divisas nacionales debería impulsar el comercio internacional, proporcionando una alternativa fuera del sistema financiero dominado por Occidente y centrado en el dólar estadounidense y su restrictivo entorno de sanciones”, destacó el economista de origen estadounidense, ahora radicado en Rusia, Paul Goncharoff, director de investigación de criptomonedas de Dezan Shira & Associates en Moscú.
El mundo unipolar que comenzó a construirse luego de la caída de la Unión Soviética y la desintegración del campo socialista europeo entre fines de los 80 y comienzos de los 90 del pasado siglo, con la hegemonía total de Washington en aquel momento, está dando paso ahora a un tablero mundial con varias cabezas. Sin dudas, el desarrollo militar de la Federación Rusa (evidenciado en todas las guerras en que participó últimamente de las que salió ganadora: Chechenia, Osetia del Sur, Siria, Ucrania, con un poder bélico similar —¿o superior?— al del Pentágono), y una República Popular China que no deja de asombrar con su portentoso desarrollo científico-técnico, que está dejando atrás al capitalismo occidental (imparable en numerosos campos, siendo líder indiscutible en diversas materias estratégicas, generando numerosos “momentos Sputnik” que dejan estupefacta a la Casa Blanca), evidencian que el siglo XXI muy probablemente no sea “un nuevo siglo americano”, como pedían los estratégicos Documentos de Santa Fe de los halcones del gran imperio del Tío Sam de fines del siglo XX. ¿Está llegándoles su hora? Todo indica que sí.