Si observamos las relaciones de hoy entre los Estados, por sobre la contingencia noticiosa diaria, sólo podemos concluir que todo es incierto. Ni las predicciones, ni los análisis de hace un par de años, tienen real validez en la actualidad. La mayor parte de los países han optado por buscar objetivos propios, no necesariamente ajustados al sistema internacional vigente en las últimas décadas, y por sobre todo, procurando obtenerlos de acuerdo a sus intereses particulares, que en consideración a un denominador común. No es difícil de comprobar entre las grandes potencias, sin ser las únicas, pues se han sumado otros que igualmente lo intentan, al amparo de la desregulación imperante, o en coincidencia con quienes desafían el orden internacional, casi impunemente, o con pocos efectos que los fuerce a desistir.

Tenemos, por ejemplo, las dos guerras de mayor intensidad, como la agresión rusa a Ucrania, o las operaciones de Israel contra Hamas en Gaza. Prosiguen y se intensifican, sin ninguna solución a la vista. Por el contrario, todo intento de ponerles fin ha fracasado. Con el riesgo ya no teórico, sino muy real, de que aumenten las partes involucradas y alcancen dimensiones impredecibles. Los movimientos extremistas islámicos siguen presentes y Hezbollah, en Líbano, suplanta a Hamas. Irán sigue atento a cualquier oportunidad. Israel y su guerra hacen aumentar el rechazo generalizado por la crisis humanitaria, que ha confundido a la verdadera causa Palestina, la que prácticamente sigue sin solución, siempre postergada.

El Presidente Zelensky ha aumentado su campaña para conseguir apoyos, en armas y dinero. Sin embargo, nada es definitivo todavía. Ni la valerosa defensa ucraniana, ni los avances rusos. Pero esta indefinición hace correr el riesgo de que Rusia consolide sus posiciones, centre sus acciones bélicas, y termine por imponerse, aunque sea en parte del territorio ucraniano, y de manera definitiva. Si así fuere, habrá conseguido su actual objetivo, en vista de que dominar el país por completo ya no le es posible. El realismo bélico podría terminar por imponerse.

Putin está sancionado como criminal de guerra por la Corte Penal Internacional, junto a algunos colaboradores de alto rango. Con el cuidado de no pisar los territorios donde estas decisiones deberían ponerse en práctica, circula con la tranquilidad de no hacerlo, sólo entre aliados seguros que no reconocen la jurisdicción del tribunal, o recibiendo a quienes lo visitan. Lo hace desafiando no sólo las sanciones personales, sino que también las que se han aplicado a Rusia, por Naciones Unidas y el mundo occidental. La ineficacia de las sanciones ha permitido que la presión mayoritaria de los países ya no tenga la misma intensidad original, y poco a poco se diluya. Las consecuencias son sumamente perjudiciales, dado que el agresor logra su objetivo no obstante la ilegalidad de su acción, y los responsables tampoco tienen el castigo que merecen. Es decir, el sistema resulta inoperante. Su ejemplo hará que aumenten los casos de países menos poderosos que intenten imitarlo.

Ha quedado demostrado en la visita de Putin a Kim Jong-un, en Corea del Norte, en reciprocidad a la que en su tren blindado hizo a Putin. Dos países y sus responsables, con más sanciones internacionales, que se jactan de mostrar acuerdos de todo tipo, y hasta de armamentos y colaboración atómica. El ser países vecinos lo facilita y las hace inaplicables; aunque uno sea de los más pobres y sometidos del mundo por una tiranía hereditaria, y el otro sea una potencia amenazante que se muestra inmune al repudio mayoritario de los países. Desde este punto de vista, la reunión de ambos es mucho más significativa que lo anecdótico que pareciera. Y hay otros, incluso europeos, que se acercan a Rusia o les resulta aceptable, por temor o conveniencia.

Por su parte, China ha aumentado sus demostraciones en el Mar del Sur, con flotas, aviones y otras acciones intimidatorias a Taiwán y Filipinas. Incumple un laudo arbitral con Filipinas de la Corte Permanente de Arbitraje, ignora toda advertencia respecto a Rusia propiciando una “amistad sin límites”, y no cambia ninguno de sus objetivos claramente explicitados. Procura un respeto a sus designios, aunque sean contrarios al sistema mundial, y parece cada vez más dispuesta a continuar, sin limitaciones.

El país oriental resulta uno de los más demostrativos casos de un nuevo posicionamiento en el campo internacional, y de readecuación de las normas imperantes, al hacerlo según su propia visión. Emplea todo su poder político, económico y armamentístico en este fin. Sin estridencias y acciones militares agresivas, presiona, se expande, y adquiere una dimensión mundial creciente, no dispuesta a seguir las reglas consuetudinarias, así estén todavía vigentes, pero que sólo se le aplican a China, si coinciden con sus principales propósitos. No es una posición transitoria, y claramente coincide con un plan de mucho mayor alcance, que no culta ni cede en su intensidad.

La contraparte de Estados Unidos demuestra una atención casi exclusiva a una carrera presidencial intensa, y que varía según las expresiones o desempeño personal de los candidatos principales. Un factor que ha pasado a ser mucho más importante que el programa de gobierno o las posiciones en política exterior. Y pensar que son los mismos viejos conocidos desde hace tantos años, con sus mismos recursos comunicacionales, mismos aciertos y errores, y que el electorado conoce de memoria. La evidente debilidad de Biden frente a Trump no sólo repercute internamente, sino que extiende tal debilidad hacia las otras potencias, o sus imitadores, y facilita que prosigan en sus acciones. El resto del mundo observa desconcertado y constata que cualquiera de ambos enfrentará un planeta desconectado y con crisis no resueltas, mientras ellos se atacan mutuamente.

Pareciera que todo contribuye a que las incógnitas predominen; ya cada quien, en mayor o menor medida, busca ajustarse más a sus propósitos y a la manera de lograrlos, desafiando el orden mundial que, al menos y no hace mucho, los contenía. No ven barreras en ello, y las pocas que quedan no bastan para modificarlos. Por ahora, es poco alentador, y sólo cabe constatar -que no tenemos ninguna certeza de- hacia dónde va el mundo.