Un nuevo fantasma está recorriendo el planeta. Se trata de una extrema derecha neofascista, autoritaria, que rechaza o se mofa abiertamente del Estado de derecho y del principio de división de poderes, que vilipendia e insulta a los adversarios, a los partidos políticos, a la prensa, a quien ose criticarla, y que, incluso, sin rubor alguno, reivindica en algunos países europeos el discurso filonazi. Destroza todo lo que tiene por delante: desde el principio de legalidad, los frenos y contrapesos de Montesquieu y de la Ilustración del siglo XVIII, hasta el Estado social de derecho del siglo XX. En dos palabras, estamos retrocediendo casi dos siglos de conquistas democráticas. ¿Qué hacer para combatirlo?
El objeto de esta nota es advertir que los gritos de alarma de los políticos tradicionales, periodistas y académicos en las universidades no servirán de mucho, si no se entienden sus causas. No se trata de alarmarse, sino de entender la naturaleza de lo que está sucediendo y emprender cambios al interior de la sociedad y del sistema político. Es la única manera de enfrentar este populismo vulgar, chabacano, pero enormemente exitosa en las urnas.
La similitud del actual panorama en Europa y América (incluidos los EE. UU. y América Latina) recuerda, en forma alarmante, el panorama de ascenso de la extrema derecha en Alemania y Austria un siglo atrás, entre 1930 y 1933, que culminó con el ascenso de Hitler por las urnas en 1933. Con un problema adicional: muchos de los bastiones de oposición al eje Berlín-Viena en 1933-1935 eran justamente países como Francia, EE. UU. y hasta los países escandinavos, sociedades que hoy (con el posible ascenso al poder de Le Pen, Trump o los partidos de extrema derecha escandinava en esos países) no ofrecen tampoco mayores garantías.
Cuatro hipótesis que explicarían este ascenso
¿Cuáles son las posibles causas del ascenso de esta extrema derecha ramplona, vulgar, pero tremendamente exitosa en las urnas? Cuatro hipótesis:
1. La búsqueda y satanización del enemigo interno (o Maquiavelo reloaded)
En todos los casos, en las distintas versiones de esta extrema derecha antidemocrática, existe un elemento común: el ejercicio del poder perpetuo a partir de la determinación de un “enemigo interno” como causa de todos los males sociales. Se trata de un Maquiavelo reloaded. En lugar del “enemigo externo”, recomendado por Maquiavelo a Lorenzo de Médici para unificar a una población, se trata de la búsqueda de un “enemigo interno” como chivo expiatorio de todos los males sociales. A partir de allí, la política (en lugar de discusión y diálogo) se transforma en permanente insulto soez, en persecución verbal, en ataque ad hominen, en altisonancia y grito. Para Bolsonaro, eran los comunistas del PT; para Orbán, los enemigos de la nación húngara; para Bukele, las maras y los delincuentes políticos; para Trump, los migrantes; para Milei, el “zurderío asqueroso”; para Abascal, en España, algo parecido a Milei, insultando de paso a todas las autonomías y nacionalismos históricos, catalanes, vascos, etc.
Las versiones autoritarias de autócratas de izquierda, como Ortega, en Nicaragua, o Maduro, en Venezuela, ejercen de la misma forma (frente a los “enemigos del pueblo” o “esbirros del imperialismo”, como dicen en Managua o Caracas) y constituyen un fenómeno similar. Es un fascismo de izquierda. Ya Russell y Raymond Aaron afirmaron en su día que las justificaciones ideológicas del III Reich y Stalin eran ciertamente distintas, pero los resultados, similares.
Una consecuencia de esta lógica del enemigo interno y del insulto/demonización del adversario es que no existe ejercicio real del poder. Nunca se gobierna. Se trata de una campaña política perpetua, de mantener siempre tensa la cuerda del insulto y la grandilocuencia verbal, atacando adversarios, denostándolos durante los cuatro o cinco años del poder, en un proceso desgastante para las sociedades. Por lo demás, todo lo que falle en el ejercicio del poder nunca será responsabilidad del gobernante, sino de los “enemigos internos de la sociedad".
2. Un discurso emocional y exaltado que sustituye a la razón y el diálogo
Ya Max Weber había indicado allá por 1903, en uno de sus célebres textos, que el éxito en la política no radicaba en los discursos racionales, sino en los móviles del carisma y la emoción. Los autócratas de nuevo cuño han entendido bien a Weber (quien por lo demás era un gran demócrata y rechazaba la fuerza como vehículo del poder).
Las emociones tienen su origen en la parte más primitiva del cerebro, el llamado sistema límbico, lo que otros llaman el cerebro reptiliano. El siglo XX fue un gran esfuerzo por dominar esas tendencias connaturales del ser humano (el miedo, la exaltación, las emociones primarias, etc.) y sustituirlas por el discurso racional de los partidos políticos ideológicos y permanentes, pero todo se ha ido al traste en la última década y media. El ascenso de esta nueva generación de autócratas (coincidente con el fracaso de los grandes partidos políticos históricos y programáticos en muchos países) volvió a traer de la noche de los tiempos la fuerza del sistema límbico o cerebro reptiliano. A la gente la mueve el odio, la pasión, la demonización del adversario. Más que por Abascal o Milei, sus seguidores son movidos por el odio a sus antípodas y a sus enemigos discursivos.
3. El imperio de la fugacidad de las redes sociales: cuando el meme sustituye al razonamiento
Hoy la gran mayoría de la gente es incapaz de sentarse a leer media hora, una hora, por no decir un libro. La gente lee memes. La fugacidad de la red (Tiktok, la publicación en Instagram o X, el meme, los cuales se leen en tres o 10 segundos, máximo) es el nuevo vehículo de la comunicación. Los nuevos demiurgos de la comunicación política saben muy bien que lo que no se puede comunicar en Tiktok o en un meme simplemente no existe. Los magos de la comunicación directa e instantánea (cargada de emociones, odios, elementos límbicos y reptilianos) sustituyeron a los intelectuales, que hoy ven este fenómeno recluidos en sus bibliotecas, estupefactos, inútiles y sin saber qué hacer.
Tenían mucha razón Aristóteles y Bertold Brecht (24 siglos después) cuando afirmaban que la forma es el contenido. Y la forma es hoy lo instantáneo. Define el contenido. Lo grave es que la comunicación fugaz de tres, cuatro o 10 segundos sirve para transmitir emociones, miedos, pasiones, y no el diálogo racional que implica la democracia. ¿La solución? Las personas que creen (que creemos) en los principios de la democracia, el diálogo, la tolerancia, la razón, tenemos que aprender a competir en ese campo. Y de allí —del ámbito de la inmediatez— llevar de nuevo a los ciudadanos a la discusión serena y racional que hizo avanzar nuestras sociedades en los dos últimos siglos.
4. El fracaso de los partidos políticos tradicionales en casi todo el mundo
Estos corsarios o bucaneros de la extrema derecha no estarían emergiendo si las democracias (y los partidos políticos) hubiesen hecho las cosas bien. Si no hubiesen fracasado estrepitosamente. Ya Thomas Piketty y Emmanuel Saez, en su extraordinario trabajo El capital en el siglo XXI, demostraron que las grandes sociedades de Europa, los EE. UU., etc. se volvieron crecientemente desiguales e injustas en los últimos 70 años. Las clases medias batallan día a día por no empobrecerse, mientras un 20% de las personas concentran casi el 80% de la riqueza del mundo. Igual sucede en América Latina. Si las democracias no funcionan, si no hacen delivery para la mayoría de los ciudadanos, el campo de cultivo para los autoritarios está servido. Por eso los outsiders están ganando elecciones en casi todo el mundo, con algunas pocas excepciones.
Vivimos tiempos complejos. Estas notas son apenas un esbozo para tratar de entender este nuevo fenómeno que, peligrosamente, está cambiando la cara del planeta y amenaza con destrozar muchas de las conquistas democráticas del último siglo y medio. En próximos artículos seguiremos ahondando en ello.