No es raro escuchar o leer, de tanto en tanto, la opinión de algún intelectual o disidente sobre que la cultura y los inventos creados por los humanos, en muchos aspectos, los han hecho retroceder a través de la historia en lugar de hacerlo progresar; y es que, cuando uno ve tanta pobreza, injusticias, corrupción y violencia en el mundo, eso parece darles la razón. Esta preocupación ya la había expresado en su época (1762) el filósofo de origen suizo Jean Jaques Rousseau en sus libros: El contrato social y Las confesiones. Para evitar enfrentamientos decía: "se debe celebrar un contrato por toda la comunidad y que señale que: 'Las personas viven juntas en la sociedad, siguiendo un contrato que establece regalas de comportamiento social y político'”. En el mismo se señala que lo que pierde el hombre por el contrato es su libertad natural y un derecho ilimitado a todo cuanto tienta y medio alcanzara; pero en cambio gana en libertad civil y en la propiedad de todo cuanto posea. Con ello se trata de evitar las luchas entre las personas dentro de la sociedad organizada.
La realidad es que de una rama animal y a través de millones de años, ese ser llamado Homo sapiens se ha ido elevando con paso lento e inseguro desde su condición ínfima de prehumano, hasta el nivel más alto de este mundo, y ha logrado gracias a su capacidad mental, producto de su cerebro más evolucionado que el de los restantes animales, y sus experiencias a través de miles de años, un conocimiento que ha dado lugar a infinidad de creaciones materiales, artísticas e incluso hasta espirituales. Fue así como se convirtió en el ser superior de la creación para los religiosos y de la evolución animal para los científicos.
Definitivamente el progreso ha sido mucho mayor que el retroceso y muy positivo en muchos sentidos, pues ha ayudado a mejorar la calidad de vida de millones de personas, aunque esas conquistas no han estado exentas de riesgos, ya que el ascenso del humano a través del tiempo, pasando por todas las etapas de la evolutivas culturales hasta lograr su estado actual de organización social, ha estado lleno de éxitos y fracasos, subidas y caídas, como lo muestra la Historia y lo expone desde el punto religioso la Biblia. Este cambio social es un fenómeno que, como señaló Charles Darwin, se dio debido al proceso de la evolución en la Tierra, por selección natural y por mutaciones genéticas, conocidas luego y debidas a sus estudios sobe la herencia de Gregorio Mendel.
La Biblia, en el Antiguo Testamento, señala en el libro primero Genesis 1, 26-28:
Entonces dijo Dios. Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias,
en toda la tierra y en el mundo animal que se arrastre sobre tierra.
Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios los creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra y sojuzgadla.
El hombre aceptando ese mandato, comenzó a aprovechar la tierra. Con el tiempo, se le olvidó que su supervivencia y sus logros habían sido posibles gracias al uso racional de los recursos naturales de ésta. Su inteligencia, producto de la evolución a través de miles de años y de un cerebro privilegiado y diferente al de los otros, lo hizo no un dios, sino únicamente el ser superior de esa evolución. Lamentablemente, su conducta, desde la antigüedad, ha sido la de un irrespeto total por la naturaleza, ya que él se cree, por tradición religiosa, como citamos, e histórica por sus conquistas, dueño de la creación y con derecho a explotar los recursos de la tierra en forma desmedida; usando como trabajadores de la misma a seres humanos esclavizados por guerras de conquista con sus vecinos, no solo con el objetivo de llenar sus necesidades básicas, sino además, con eminentes fines utilitarios. Y en la actualidad, gracias a los avances en el campo de la genética, está tratando de crear vida, buscando incluso convertirse en un dios.
Pero el hombre no ha aprendido aún que las leyes de la evolución de los seres y las demás leyes naturales están vigentes y no pueden ser subestimadas ni trastornadas impunemente. Los graves cambios climáticos que el mundo está sufriendo son una muestra de ello. La explotación masiva de los recursos naturales, junto con la deforestación y el abuso en la explotación del petróleo y sus derivados, más la contaminación masiva de ríos y mares, entre ostros problemas, hará que a un corto o largo o plazo la naturaleza nos pase la cuenta con más intensidad que actualmente.
Por ello, en el futuro, el ser humano debe valorar los descubrimientos nuevos y el uso que haga incluso de los ya existentes mediante nuevas tecnologías, con sus pros y contras, y definir si su utilidad es vital para la supervivencia, según los peligros que su creación puede provocar.
Analizar las causas de la violencia en el mundo a través de los siglos parece confirmar que la especie humana es esencialmente guerrera, insensible incluso a los sufrimientos y muertes de sus congéneres, lo que nos hace creer que el ser humano persiste en ser “el más implacable enemigo de sí mismo”. En la antigüedad la población no era tratada como sujetos, sino como simples objetos, explotados por los reyes, la nobleza y los religiosos.
Además, usualmente, cuando una cultura superior en algunos aspectos descubría a una considerada de menor desarrollo (con sus miembros considerados “bárbaros”) veía en ella la oportunidad de obtener (mediante un enfrentamiento armado) riquezas y mano de obra barata, esclavizando a los derrotados, lo que terminaba por la imposición de una cultura por la otra. Esto era lo común en la antigüedad desde que aparecieron hace 6 mil años las ciudades-Estados sumerias, peleando entre ellas, seguidas luego por las babilonias, y las griegas, los nórdicos, los ingleses en la India, los franceses en África y Asia, los norteamericanos en la conquista y colonización de esa nación, los españoles con la conquista y destrucción de dos desarrolladas culturas, la azteca en México y la Inca en el Perú.
Las luchas entre pueblos y naciones ha sido la norma a través de los siglos hasta llegar a las dos Guerras Mundiales, con pérdida de cientos de millones de personas. Y las actuales de Rusia contra Ucrania y Israel contra los palestinos de Gaza (disque para destruir a los terroristas de Hamas), y los peligros de un enfrentamiento general en Europa o en una lucha por la isla de Taiwán entre China y los Estados Unidos, o el riesgo de una Corea del Norte siempre agresiva.
Y ni qué decir de la violencia urbana que afecta a todos los países, acompañada en muchos casos por el narcotráfico, ambos graves y universales problemas.
Muchos pensadores de épocas pasadas y del presente se encuentran preocupados porque, al parecer, los conocimientos adquiridos mediante el gran desarrollo cultural moderno están en contraposición con la sabiduría humana, en cuanto a conceptos morales y a la conducta ética que debe tener cada persona. Además, el avance de los conocimientos científicos y de los procesos de información, computación y de la inteligencia artificial, está llegando a tal grado de progreso que estamos dejando en manos de ordenadores el control vital de todo tipo de máquinas y de servicios en nuestra moderna sociedad. Todo ello incluido el abuso de los descubrimientos científicos no controlados como los de la Inteligencia Artificial (IA), en cuanto a los efectos colaterales nocivos, está generando puntos débiles en la cultura y puede llevarnos al derrumbamiento de la civilización.
Por esa razón en la actualidad muchos comienzan a pedir “una justificación social de la ciencia”, pues la repercusión de sus descubrimientos (una vez creada la tecnología adecuada para aplicarla en las actividades de la vida) si resulta acertada contribuye al crecimiento y desarrollo humano, pero de lo contrario puede repercutir negativamente en el progreso y poner en peligro muchos de los logros obtenidos hasta el momento e incluso provocar un holocausto mundial como sucede con el tipo de armas que ha creado.
Les corresponde ahora a los seres civilizados de nuestro mundo (a ratos parece que no existen éstos), gracias a su formación cultural y espiritual, decidir si los beneficios que un descubrimiento depara a una persona, o a un grupo, una empresa transnacional o una nación, están por encima del bienestar de algunos o todos los seres humanos, y en realidad de todos los seres de la Tierra (hemos eliminados miles de diferentes razas y especies de animales), ya que de eso depende que la humanidad busque y logre una meta o una finalidad superior, actitud indispensable para la supervivencia humana.
Bibliografía
Jaramillo, Juan. (1991). La aventura humana. San José, Editorial Universidad de Costa Rica.
Jaramillo, Juan. (1995). Las paradojas de la ciencia. San José, Editorial Universidad de Costa Rica.
Jaramillo, Juan. (2009). La cultura contra el mundo. San José, Editorial Universidad Estatal a Distancia.
Jaramillo, Juan. (2011). La conducta animal del ser humano. San José, Editorial Universidad de Costa Rica.
Rousseau, Jean Jaques. (2008). Las Confesiones. Barcelona, Alianza Editorial.