El pasado 1 de abril de 2024, el Ejército de Defensa de Israel (FDI) habría ejecutado un ataque contra un edificio anexo al consulado iraní en Damasco (Siria) que se cobraría la vida de al menos seis funcionarios de las fuerzas Quds, grupo afiliado a la Guardia Revolucionaria de Irán (GRI) apoyado principalmente de conflictos asimétricos en países como Siria, Líbano, Irak, Yemen y milicias palestinas.
Durante el ataque murieron los enlaces iraníes en Siria y Líbano, Mohammad Reza Zahedi y Mohamed Hadi Haji-Rahimi. Zahedi fue un alto comandante de la GRI, mientras que Haji Rahimi era el segundo en línea de liderazgo en este mismo rol. Ambos son las figuras iraníes más importantes asesinadas en los últimos años después de la muerte de Qasem Soleimani en enero de 2020 en un ataque del ejército estadounidense en Irak.
Con la muerte de ambas figuras se ha dado el primer ataque directo de Israel contra objetivos militares iraníes a lo largo de su historia de confrontaciones que data de 1979 con la Revolución Islámica en Irán. Con dicha acción también se cortó momentáneamente las conexiones entre iraníes y sus proxis en la zona del Levante Mediterráneo.
Para Irán el acto fue una “línea roja” que Israel decidió cruzar, por lo que el gobierno de Teherán amenazó con una acción de represalia. El pasado 13 de abril, las fuerzas iraníes lanzaron al menos trescientos proyectiles entre misiles crucero, misiles balísticos y drones suicidas contra territorio israelí, lo cual fue advertido con antelación y se anticiparon los lanzamientos neutralizándolos tanto en el aire, a través de las fuerzas aéreas israelíes y con el apoyo de las fuerzas británicas, francesas y estadounidenses, así como en el uso de sistemas de defensa tierra-aire, tanto en territorio israelí como en Jordania.
También pasará a la historia como la primera vez que de manera frontal Irán decide atacar territorio israelí, aunque el ataque fue advertido y previsto con mucha antelación, lo que podría incluso señalarse como un ataque “simbólico”, en particular porque no existió por parte de Irán una coordinación con otras fuerzas cercanas que le pudieran dar soporte al ataque. Si bien en un inicio se señaló la posibilidad de que se tratara de acciones para saturar los sistemas de defensa y luego se dieran lanzamientos de cohetes o misiles desde Líbano contra Israel, al final todo se quedó en el lanzamiento masivo de proyectiles, con la advertencia que en caso de una respuesta, la represalia sería mucho mayor.
Para los diferentes analistas, Israel debe responder al ataque. La forma en la que lo haga es quizás el factor que genera dudas porque es comprensible que un mal movimiento puede lanzar a la región en una escalada sin precedentes desde la invasión estadounidense en Irak. Por otro lado, no responder podría ser visto como una muestra de debilidad frente a una región donde los guiños de poder generan una sensación de “respeto”.
Sin embargo, más allá de concentrar esfuerzos en los futuros escenarios de este enfrentamiento que podría escalar desde el momento en que se escribió este artículo hasta que fuera publicado, el análisis tiene como enfoque principal mencionar que la única variable que se ha experimentado en los últimos años con respecto a los enfrentamientos entre israelíes e iraníes es la frontalidad de los últimos ataques, ya que choques han mantenido durante años desde el campo diplomático y a través del apoyo de grupos irregulares iraníes contra Israel, tal y como ha pasado durante años por medio de Hezbollah, Hamas, Yihad Islámica e incluso las guerrillas hutíes de Yemen.
Incluso, las fuerzas iraníes han realizado ataques transnacionales por medio de estos grupos irregulares, como el ataque en el aeropuerto de Burgas o el ataque contra la Embajada de Israel y la AMIA en Argentina, entre otros ejemplos, por lo que desde hace años hay acciones militares de Irán por medio de sus fuerzas irregulares en diferentes partes del mundo.
De igual manera, Israel ha realizado operaciones especiales contra objetivos iraníes por medio del uso de espías y también han echado mano del brazo ejecutor de la inteligencia israelí, Kidon Mossad, para operar contra objetivos persas incluso dentro del mismo territorio de Irán, como fue el caso del asesinato de Mohsen Fajrizadeh, “padre” del programa nuclear iraní asesinado en noviembre de 2020 por medio de unos gatilleros mientras conducía su automóvil por una carretera; en este caso Israel no aceptó ni rechazó.
También, en el 2018, se dio el robo de información por parte de espías israelíes que secuestraron documentos iraníes clasificados sobre su programa nuclear, lo cual fue considerado por el primer ministro Netanyahu como un gran golpe a las intenciones nucleares de Teherán y presentado frente a la prensa para señalar el peligro que implica el régimen con sus intenciones de desarrollo atómico para uso balístico.
De más está indicar que en otro ámbito donde hay una constante de choques entre israelíes e iraníes es en el ciberespionaje y la ciberguerra, donde las fronteras se hacen más porosas y los riesgos de una afectación a la población puede ser importante. Por ejemplo, cuando se atacan plantas desalinizadoras de agua o controles portuarios, así como las bases de datos de bancos o de hospitales; en consecuencia, en materia de relaciones, el conflicto entre Teherán y Jerusalén es una constante.
Para los intereses de otros actores de la región, principalmente del mundo árabe e incluso Turquía, las tensas relaciones de Israel con Irán son funcionales. Los odios acumulados durante la historia, más la competencia tanto por el dominio de territorios como el control de los lugares sagrados islámicos, les ha mantenido una constante de disputas directas e indirectas.
Por esta razón, en un eventual enfrentamiento entre israelíes e iraníes, el desgaste llegaría a ser tal que se podrían aprovechar los enemigos regionales para tomar más control y empoderarse; por esto, si bien en la época actual se habla de un apoyo hacia posiciones israelíes, lo cierto es que cualquier debilitamiento profundo en la estructura iraní sin un control de daños podría dirigir tensiones hacia Israel como siguiente enemigo a controlar o atacar por parte de países árabes que quieren ser los señores de la región. Cualquier acuerdo firmado hasta ahora para pacificar o bajar tensiones podría verse como una tregua (hudna) que tiene validez mientras el poder de un enemigo sea superior.
Es verdad que para lograr un poco de estabilidad en Medio Oriente parece imperativo lograr desarticular el gobierno teocrático de Irán e impulsar la existencia de un gobierno menos entrometido en la situación interna de los países donde, por medio de las mencionadas organizaciones irregulares que apoya, ha generado tensiones y violencia a lo largo de las décadas.
Pero, como dice el refrán, “ni tanto que queme al santo, ni poco para que no le alumbre”. No se puede derrocar un régimen y balcanizar la situación social porque la solución podría ser más contraproducente si no se toman las medidas convenientes o no se transfiere el poder a fuerzas moderadas que existen en el país y buscan protagonismo desde hace varios años.
Cualquier acto de venganza por parte de Israel contra Irán por el ataque del 13 de abril debe pasar por el filtro de los riesgos y las amenazas, no solo en la respuesta y la escalada, sino en la posibilidad de que gesten un desequilibrio innecesario en una región candente como esta.