De lo uno a lo otro es el gran tema de la metafísica. Todo el trabajo de la razón humana tiende a la eliminación del segundo término. Lo otro no existe: tal es la fe racional, la incurable creencia de la razón humana. Identidad = realidad, como si a fin de cuentas, todo hubiera de ser, absoluta y necesariamente, uno y lo mismo. Pero lo otro no se deja eliminar: subsiste, persiste; es el hueso duro de roer en que la razón se deja los dientes. Abel Martín, con fe poética, no menos humana que la racional, creía en lo otro, en «la esencial heterogeneidad del ser», como si dijéramos en la incurable otredad que padece lo uno”.
(Antonio Machado)
Desde que comencé a dar clases en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Rosario, hace unos años, he estado preguntando a mis estudiantes de primer año sobre su interés en estudiar la carrera. Me llama la atención que cada año, desde el inicio de la cursada, aparezca en sus respuestas un ideal de justicia asociado a una mirada jusnaturalista de los derechos humanos.
Según este enfoque, los derechos humanos son inherentes a la naturaleza humana e independientes de las leyes y normas creadas por los seres humanos. Los jusnaturalistas argumentan que estos derechos son universales, eternos e inalienables, lo que significa que no pueden ser arrebatados ni transferidos.
Este enfoque, sumado al positivista, que circunscribe el derecho a la norma positiva (para los positivistas la única fuente válida del derecho es la norma escrita), termina por socavar la fuerza del derecho como herramienta para la liberación de los pueblos, promoviendo el statu quo y la mera reproducción de reglas jurídicas.
Me animo a decir que somos muy pocos los educadores que incorporamos a la currícula lecturas críticas, que entienden al derecho como una herramienta de transformación social que puede influir en la distribución del poder y la justicia.
El jurista norteamericano Duncan Kennedy en su obra “La enseñanza del Derecho como forma de acción política”, sostiene que la forma tradicional como el derecho es enseñado, encubre el carácter ideológico de las diferentes doctrinas. Kennedy propone politizar el aula, una propuesta a la que adhiero. Esta idea se implementa mediante la articulación de la enseñanza teórica de los contenidos curriculares utilizando casos reales e hipotéticos, lo que permite que los estudiantes adopten posturas desde diferentes perspectivas.
Politizar en este sentido implica fomentar la toma de conciencia por parte de los estudiantes del contenido político del Derecho, el cual se encuentra oculto bajo una falsa “racionalidad” y “lógica”, eludiendo el carácter aparentemente neutral de las instituciones jurídicas y devolvéndolas al terreno de la historia y la realidad social.
Con esta visión en mente, en agosto de 2021, fundamos el Centro de Estudios Jurídicos y Sociales Latinoamericano CEJUSOL, en colaboración con un grupo de compañeros docentes e investigadores. Nuestro objetivo es investigar, enseñar, sistematizar y difundir problemáticas del derecho desde una perspectiva situada en Latinoamérica, con un marco teórico vinculado a la Filosofía de la Liberación, el Giro Decolonial y el Pensamiento Nuestro-americano.
Pensar desde el Sur implica construir un relato propio, retomando nuestras raíces y caracterizando la naturaleza de las contradicciones que sacuden nuestra contemporaneidad. Esto requiere una lectura situada, geopolítica, que nos permita ver cómo la región está inscripta en un orden global y en un sistema mundo.
El Sur es el locus de enunciación, en palabras de Walter Mignolo, desde el cual cuestionamos el colonialismo como forma de sociabilidad basada en la naturalización de la inferioridad étnico-cultural y ontológica del Otro, persistente desde la independencia política de las colonias europeas.
En este marco, las denominadas Epistemologías del Sur promueven la pluriversalidad decolonial frente al universalismo abstracto que se traduce en racismo epistemológico, recuperando saberes en las experiencias de resistencia de los grupos sociales víctimas de la injusticia, la opresión, la violencia de género y la destrucción de la naturaleza.
Dichos aprendizajes son la expresión de la lucha por la dignidad, transformando a los sujetos ausentes en sujetos emergentes, en términos de Boaventura de Sousa Santos. Señalando así la necesidad de una transformación radical capaz de recrear e imaginar escenarios civilizatorios alternativos al capitalismo, reconociendo otras narrativas de la dignidad y otras concepciones del mundo, que abran nuevos horizontes emancipatorios.
Este giro u opción decolonial construye unas genealogías de pensamientos desde situaciones históricamente invisibilizadas, menospreciadas, emergentes, mostrando la diversidad de liberaciones posibles. La fortaleza de las cosmovisiones ancestrales, estas memorias, que sobrevivieron sincretizadas, ocultas, disimuladas, transmitidas oralmente, son la prueba de su autenticidad y enraizamiento en la comprensión de la realidad de los grupos humanos más despreciados por la soberbia de los dominadores.
Coincidimos con el jurista mexicano Alejandro Rosillo en la necesidad de fundamentar los derechos humanos desde las praxis de liberación en cuanto ésta se realiza por una comunidad de víctimas, desde una subjetividad intersubjetiva, ejerciendo el derecho a generar derechos.
Proponemos entonces repensar el alcance y efectivización de los Derechos Humanos en un escenario de aparición de nuevos movimientos sociales (profundicé en este aspecto en el capítulo “Derechos Humanos y prácticas emancipatorias” junto a Gabriela Nogués y Marianela Pierobón pag. 117-129 en “Derechos Humanos desde América Latina: discusiones y estrategias actuales”, compilado por Marcelo Andrés Maisonnave; Constanza Estepa. - 1a ed. - Rosario: UNR Editora. 2020. Libro digital, PDF Archivo Digital: descarga y online. ISBN 978-987-702-391-6) donde las experiencias de resistencia y lucha pueden tornarse en fuentes del derecho. Por tanto, estas prácticas viabilizan la creación y reinvención de derechos, contando con capacidad de conmover el orden establecido y reconfigurar las relaciones de poder.
De acuerdo con el filósofo español David Sánchez Rubio, la globalización hegemónica impone una visión conservadora de derechos humanos, cuyo fin es otorgar seguridad jurídica al libre mercado. Frente a tal escenario, se hace necesario profundizar en una visión liberadora que parta desde las diversas subjetividades emergentes en movimientos sociales o en opciones comunitarias. Esta visión evita y se opone al solipsismo normativo y al formalismo, para abordar derechos humanos desde las diversas parcelas de la realidad histórica donde inciden.
Parafraseando a Oscar Arnulfo de la Torre de Lara, podemos decir que en nuestra región existe una contradicción intrínseca entre un derecho que nace del Estado y otro derecho que nace del pueblo ––como pluralismo jurídico y epistemológico contrahegemónico––.
Esta disputa inscrita en nuestra realidad revela la distancia entre las estructuras coloniales que se han impuesto a contrapelo de la condición cultural y las que se han mantenido vivas como expresión de formas propias de pensamiento y comportamiento. Este conflicto tiene sus bases en una contienda histórica, producto del orden colonial subsistente pero que, a pesar del despojo y la desigualdad histórica imperante, el descontento y la acción popular son capaces de crear prácticas colectivas, para la reapropiación de sus contextos y sus mundos de vida.
Resulta entonces imperioso repensar una fundamentación de los Derechos Humanos desde la alteridad, partiendo del encuentro con el Otro, desde una subjetividad abierta a la interculturalidad y en el marco de una ética de la solidaridad para la construcción de una juridicidad alternativa generada en la praxis de la liberación y al fragor de las luchas sociales. Nuestro querido José Martí decía con contundencia:
(…) De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace, ganémosla a pensamiento.
(José Martí, 1895)