El presidente demócrata Joe Biden y el más que probable candidato republicano Donald Trump, llevaron a cabo sendos actos de campaña electoral en el sureño estado de Texas para declamar en su exagerada preocupación en torno a los problemas migratorios que ocupan una centralidad en la consideración pública de los estadounidenses y también la precampaña presidencial de este año.
El creciente éxodo de migrantes, procedentes sobre todo de países caribeños y centroamericanos, es uno de los puntos centrales de las campañas electorales de Estados Unidos, pero también de México.
Los discursos de Trump reflejan la tradición supremacista tanto en términos raciales, difundiendo la presunción de razas inferiores y superiores para justificar la sobrevivencia del más apto y evitar la mezcla de la sangre con seres más débiles, y también apelando al lema aislacionista de Make America Great Again, que expresa la necesidad de superar el formato actual de la globalización, que pone en evidencia la supremacía china para beneficiarse de la desindustrialización estadounidense y aprovechar los conocimientos científico-tecnológicos derivados de las inversiones.
Trump se centró en construir un muro de 725 kilómetros de barreras a lo largo de la frontera de 3.145 kilómetros con México durante su primer mandato y que ahora se comprometió a cerrar las brechas en el muro fronterizo si es reelegido. Asimismo, anunció que implementaría prohibiciones de viaje a personas de ciertos países (Gaza, Libia, Somalia, Siria, Yemen y «cualquier otro lugar que amenace nuestra seguridad») o con ciertas ideologías, ampliando la política avalada por la Corte Suprema en 2018.
Trump se centró en el conflicto en Gaza y dijo que prohibiría la entrada de inmigrantes que apoyan al grupo militante islamista Hamás y enviaría agentes de deportación a las protestas pro-palestinas. En junio dijo que también buscará bloquear la entrada de comunistas, marxistas y socialistas a EE. UU.
Su objetivo es deportar a millones de personas que viven ilegalmente en el país cada año, mediante redadas a gran escala y creando campos para retenerlos mientras esperan su expulsión, con fondos militares para pagar el esfuerzo de deportación, informó el New York Times en noviembre.
El ultraderechista exmandatario dijo en mayo que buscaría poner fin a la ciudadanía automática para los hijos nacidos en Estados Unidos de inmigrantes que viven en el país irregularmente, una idea con la que coqueteó cuando era presidente, lo que iría en contra de la interpretación de larga data de una enmienda a la Constitución y probablemente desencadenaría impugnaciones legales.
Durante su primer mandato, redujo en gran medida el número de refugiados permitidos en Estados Unidos desde el extranjero y criticó la decisión de Biden de aumentar las admisiones. Ahora prometió poner fin a los programas de parole (libertad condicional) de Biden que han permitido a cientos de miles de inmigrantes con patrocinadores estadounidenses ingresar a Estados Unidos y obtener permisos de trabajo, incluidos ucranianos y afganos. Calificó los programas de Biden como un «abuso escandaloso de la autoridad de libertad condicional».
Asimismo, en una reunión en CNN se negó a descartar la reanudación de su polémica política de «tolerancia cero» que llevó a que miles de niños y padres migrantes fueran separados en la frontera con México en 2018. Defendió las separaciones diciendo a Univisión que «impidió que cientos de miles de personas vinieran».
¿Invasión de migrantes?
Aduciendo un supuesto riesgo de que Estados Unidos sea invadido por migrantes, 15 gobernadores republicanos se reunieron en Texas para repudiar la política migratoria federal. La reunión fue precedida por una fuerte campaña periodística desde Washington para desacreditar al gobierno mexicano de Andrés Manuel López Obrador con falsas acusaciones de estar aliado al narcotráfico.
López Obrador le presentó a Joe Biden, 10 propuestas sobre temas migratorios, entre las que recomendó no construir muros y regularizar a los mexicanos que llevan años viviendo en EE. UU.: solicitó al Gobierno y Congreso estadounidense aprobar un presupuesto de 20.000 millones de dólares anuales para apoyar a países pobres de América Latina y El Caribe, «donde sus pueblos por necesidad se ven obligados a emigrar» y suspender sanciones a Venezuela para aminorar los flujos migratorios.
Mientras, el aún presidente Joe Biden responsabilizó a Trump de descarrilar un proyecto de ley bipartidista para la seguridad limítrofe. En esta puja, el presidente de la Cámara Baja -la figura más poderosa del gobierno después del presidente y vicepresidente-, el republicano Mike Johnson, señaló que «Somos Estados Unidos. México hará lo que nosotros digamos», tras argumentar que Biden no quiere ejercer su poder y obligar a México a que actúe para frenar el flujo migratorio en la frontera.
Añadió que Biden no necesita leyes adicionales para controlar y hasta cerrar la frontera y señaló que la solución es reinstalar el programa «Quédate en México», que reduciría el flujo en 70 por ciento, cifra que no tiene asidero real, porque los analistas estadounidenses que la estudiaron, la última vez que esa medida estuvo vigente, concluyeron que no estuvo nada cercano a ese impacto.
Johnson señaló que le reiteró ese planteo a Biden en la Casa Blanca, pero él contestó que no podía hacerlo. «Le respondí que eso no era cierto. Él dijo, ‘pues México no quiere eso’. Le insistí, señor presidente, somos Estados Unidos, México hará lo que nosotros digamos», añadió.
El «Quédate en México», fue implementado por Trump: los solicitantes de asilo en EE. UU. son obligados a permanecer del lado mexicano mientras sus peticiones son evaluadas. Biden lo suspendió como contrario a las normas estadunidenses sobre refugiados y México ha declarado que no lo aceptará de nuevo. Trump, en sus discursos, cuenta cómo amenazó a México con aranceles para obligar a su gobierno a aceptar «Quédate en México» y con mover unas 28 mil tropas a su frontera sur.
Jeffrey Sachs, director del Centro para el Desarrollo Sostenible de la Universidad de Columbia, señala que la política exterior de Estados Unidos ha sido hackeada por el gran capital y recuerda que, en los últimos 20 años, todos los grandes objetivos de la política exterior de Estados Unidos han fracasado, empezando con Afganistán, y finalizando con Ucrania, sin citar su apoyo al genocidio de Israel contra el pueblo palestino.
Biden insiste en un acuerdo bipartidista sobre seguridad fronteriza, «que sería una victoria para el pueblo estadounidense», ha dicho, destacando que le daría la capacidad de «cerrar temporalmente la frontera», algo que se activaría cuando el número de cruces ilegales superase ciertos umbrales. Esa iniciativa es prueba de que los republicanos han logrado obligar al presidente a ceder a sus exigencias de tomar medidas extremas, incluyendo cierres de la frontera para abordar la supuesta crisis migratoria, contemplando medidas impulsadas por Trump cuando era presidente.
Los migrantes son –para Trump y sus seguidores– un peligro vital: el terror de la sustitución de la población blanca por hordas de tez oscura, escenificando un remake de John Wayne con el retorno al mito fundacional de los cowboys del far west rodeados por alienígenas identificados como integrantes de tribus salvajes.
Los republicanos se atienen ahora a una narrativa de que el problema de la frontera sur es que Biden ha sido demasiado deferente con México y no está obligando al mandatario mexicano, Andrés Manuel López Obrador, a reimponer medidas como «Quédate en México», tal como lo logró Trump. Ese mensaje ahora se repite en el Congreso, así como en la frontera y en actos de campaña a través del país.
Es el mismo telón de fondo que se usa para justificar hoy el desprecio a los inmigrantes actuales y su reducción en campos de aislamiento o en reservas similares a campos de concentración. Obviamente el debate entre demócratas y republicanos no es sobre cómo resolver el problema, sino de cómo usarlo en el teatro electoral. Los inmigrantes y sus experiencias son sólo partes secundarias del reparto en esta obra.
En época de elecciones, Trump ofreció en Texas un discurso incendiario, pleno de falsedades y mensajes xenófobos y ultraderechistas. No extrañó a nadie, acostumbra a hacerlo.
Crisis migratorias
Es desde América Latina y el Caribe que proviene gran parte de quienes migran al norte en busca de un trabajo y la posibilidad de brindarle seguridad a sus hijos, sea en formato de residencia o de remesas futuras. Los que migran huyen de sus países, donde las políticas oligárquicas domésticas, alentadas desde Washington, al igual que las políticas represivas que financian las trasnacionales, que EEUU protege y apoya, para quedarse con las riquezas de los países del sur del continente.
Emigran porque están condenados a una pobreza estructural, al ya muy restringido acceso a la tierra, la depredación ambiental, la violencia promovida por el narcotráfico y por llamada guerra al narcotráfico de la DEA, y por la proliferación de conflictos armados, instaurados y alimentados por quienes buscan controlar de los recursos naturales estratégicos.
La migración es también consecuencia de las intervenciones unilaterales no sólo de EE. UU. en Latinoamérica sino de los países occidentales -por ejemplo, en África- donde las bautizaron con el nombre de revoluciones de colores, que tratan de impedir los modelos soberanistas de asociación, asociados a países emergentes como los BRICS.
Las crisis migratorias –que también se observan en África– son el resultado de las intervenciones unilaterales de Occidente que en ocasiones llevan el título de revoluciones de colores. Dichas injerencias pretenden impedir los modelos soberanistas que se resisten al control otantista, o del G7, y que se identifican como posibles socios de las nuevas potencias emergentes ligadas a los BRICS.
El nuevo entorno neoproteccionista, acompañado de un progresivo debilitamiento del globalismo y una ampliada amenaza de conflictos híbridos y proxy estimulados por Washington y la Unión Europea prolongará el flujo migratorio, avivará los discursos negacionistas en torno a la crisis ambiental y ampliará los debates paranoicos sobre la sustitución de las poblaciones autóctonas por bárbaros sudacas, islámicos o negros.
Detrás de esta andanada reaccionaria se puede observar el gran temor «eufemizado» de Occidente: su incremental pérdida de influencia y –sobre todo– su asumida impotencia para controlar u orientar el orden global. El aislacionismo ambicionado por los republicanos trumpistas y la pretensión de una reindustrialización son las expresiones del fracaso de la globalización asimétrica.