En 1969, John Lennon escribió la canción Give peace a chance o «Demos una oportunidad a la paz», con un mensaje muy simple, dirigido a quienes se protegen en religiones, movimientos, a los que promueven la revolución, a personajes de la intelectualidad, a ministros, obispos, rabinos y también a Naciones Unidas. «Todo lo que decimos es demos una oportunidad a la Paz»; fue cantada por millones de jóvenes en muchas partes del mundo.
El año anterior a la composición de Lennon, en enero de 1968, las fuerzas vietnamitas habían aprovechado las celebraciones del año lunar chino para lanzar la llamada Ofensiva del Tet, la cual, durante 15 días, sometieron a un ataque sin tregua en campos, puertos y ciudades, a las fuerzas militares de Estados Unidos que habían invadido la parte sur de Vietnam y posteriormente expandieron la guerra a los países vecinos de Laos y Camboya.
En esas dos semanas, y pese la gigantesca superioridad militar de Estados Unidos, el gobierno del presidente Richard Nixon y sus asesores militares, perdieron la guerra por el efecto psicológico que provocó en los Estados Unidos ver cada día en los noticieros de la televisión la muerte de sus hijos y la llegada de cadáveres en bolsas de plástico. La guerra continuó hasta 1974, con más de dos millones de víctimas, pero fueron esas dos semanas las que políticamente definieron la mayor derrota de Washington en un conflicto bélico.
Lo mismo había sucedido con los franceses, que desde 1946 se enfrentaron con los vietnamitas hasta la batalla final de Dien Bien Phu, en 1954, que puso término a 100 años de ocupación colonial. Una historia similar fue lo que le ocurrió a la Unión Soviética con la invasión de Afganistán, entre 1978 y1982, donde la inmensa superioridad militar soviética enfrentó a un pueblo decidido a mantener su identidad e independencia y terminó humillando a una potencia. Estos ejemplos muestran que no basta el poderío militar para someter a pueblos que luchan por la independencia y mantener su dignidad.
Nuevamente el mundo observa con impotencia la pérdida de vidas de personas mayores, jóvenes, mujeres y niños: ucranianos, rusos, israelíes, palestinos, yemenitas, sirios, kurdos, iraquíes y tantos otros. Rusia y Ucrania llevan dos años en un conflicto que nos recuerda los horrores de la guerra de trincheras de la Primera Guerra Mundial, donde los únicos vencedores son la muerte, la destrucción y naturalmente la maquinaria de guerra de la OTAN y de Rusia, que producen día y noche armas para mantener el conflicto. Más dinero para armas, menos para salud, educación, ciencia y cultura. El número de víctimas alcanza cifras que desconocemos, pero que seguramente en el futuro cercano nos llevarán a preguntarnos cómo pudo ocurrir aquello y dónde estaban los organismos encargados de mantener la paz en el mundo.
Por otro lado, estamos siendo testigos de un verdadero genocidio del pueblo palestino en la Franja de Gaza, donde el Estado de Israel busca eliminar al grupo terrorista de Hamas, responsable del asesinato de más 1.200 personas y rescatar a más de 100 rehenes que, luego de casi cinco meses de guerra y más de 30 mil víctimas, continúan en poder de las milicias de Hamas.
Cientos o miles de jóvenes soldados israelíes también han caído en este drama y horror del cual nos informamos casi en directo por las cadenas de televisión y las redes sociales. Por lo menos dos tercios de las víctimas son niños y mujeres palestinas. Esta guerra no tendrá vencedores, solo derrotados y se prolongará hasta que se constituya un Estado Palestino que dé cumplimiento a las resoluciones de la abrumadora mayoría de los países que conforman las Naciones Unidas.
No es ya aceptable para la comunidad internacional que durante 75 años se mantenga la negativa de Israel al mandato establecido en 1948 y que el mundo deba aceptar esta imposición que ha provocado guerras, muertes e inestabilidad, junto al drama de una diáspora repartida por el mundo. Israel, una potencia militar y económica, con el respaldo abierto de los Estados Unidos y de las principales potencias europeas, se ha saltado todas las normas establecidas por el derecho internacional y busca expulsar a los palestinos de Gaza. El gobierno del primer ministro, Benjamin Netanjahu, parece no darse cuenta de que pese a todo su poderío militar ya ha perdido la guerra a nivel político ante la opinión pública mundial y probablemente también de su país.
La pregunta que es cada vez más recurrente es para qué sirve entonces Naciones Unidas o qué podemos hacer los ciudadanos aparte de expresar nuestra indignación y entregar declaraciones de solidaridad. Un soldado caído es de por si un drama para el que muere y su familia, no importa si es ucraniano, ruso, israelí o palestino. Debemos impulsar, aunque parezca utópico e idealista, un gran movimiento por la paz y el desarme a nivel planetario y exigir a los organismos internacionales y en especial al Consejo de Seguridad que cumpla con las obligaciones establecidas en la Carta de Naciones Unidas.
Se deben movilizar las grandes personalidades de la humanidad: los políticos decentes, intelectuales, artistas, escritores, premios nobeles, ambientalistas, científicos, deportistas, mujeres y hombres de bien, es decir, todos aquellos en quienes reconocemos un valor especial por sus contribuciones a una vida mejor. La única arma que tenemos los ciudadanos es el voto, que también puede ser muy poderoso. No es solo la vida de quienes están en guerras las que peligran hoy, es la de todo el planeta amenazado por el daño que estamos efectuando a la naturaleza al no respetar sus ciclos de vida.
John Lennon remeció las conciencias de millones de jóvenes con una canción en 1969. La adolescente sueca Greta Thunberg en 2019 hizo lo mismo en Naciones Unidas al reclamar acciones concretas por el medio ambiente. Debemos nuevamente darle una oportunidad a la paz, exigiendo a los políticos decentes que aún existen y a los gobiernos, la limitación inmediata al gasto militar, retomar los acuerdos de desarme, frenar los intereses de la industria de armamentos, y aumentar de verdad la protección del medio ambiente antes de que sea demasiado tarde. Nunca se sabe qué chispa puede dar origen al fuego. La escalada bélica va peligrosamente en aumento y la humanidad podría enfrentarse a una tercera guerra mundial que, también, podría ser la última.