Esta es una historia real que supera cualquier ficción, porque la realidad en algunas ocasiones es más auténtica y espeluznante, que la peor pesadilla que podemos imaginar.
El 13 de octubre de 1972, un avión de las Fuerzas Aéreas de Uruguay se estrelló en la cordillera de los Andes. En él viajaban 45 pasajeros, entre los que se incluían 19 miembros de un equipo de rugby de Montevideo.
El mal tiempo y las fuertes rachas de viento hicieron que el avión no pudiera ascender a la altitud necesaria para sobrevolar la cordillera, y los pilotos eligieran volar más bajo buscando una ruta a través de las montañas, pero finalmente terminaron chocando con ellas.
Tras el accidente sobrevivieron 16 personas. Los supervivientes fueron rescatados pasados dos meses del accidente, lo que constituye la historia del milagro de los Andes.
Durante el tiempo que estuvieron perdidos, tuvieron que soportar condiciones de extrema dureza: superar el frío intenso, el hambre, la carencia de medios para subsistir, el miedo… Ellos solos, frente a la inmensidad de un infierno de nieve.
Para su propia supervivencia idearon un código, unas regla y leyes en que debían basar su convivencia, la llamada sociedad de la montaña.
Ellos se encontraban aislados, fuera de toda civilización. Pero comprendieron la necesidad de unirse formando una sociedad, en la que existieran una serie de normas de comportamiento comunes para todos los miembros, unos objetivos a cumplir, unos criterios compartidos, y un liderazgo para alcanzar un fin que en este caso era el milagro de seguir vivos.
El hecho de ser hombres jóvenes que tenían los mismos ideales, además de la disciplina de ser deportistas, muchos eran exalumnos del colegio irlandés de los Hermanos Cristianos en Montevideo, por lo que la fe, también tuvo mucho que ver en su fortaleza anímica para resistir.
Fue la creencia en una fuerza superior que los sostenía y que encontraron en las profundidades inconfesables de su alma, cuando tuvieron la conciencia de que no estaban realmente solos y fue en la intensidad de la belleza de las montañas nevadas y el silencio, donde sintieron como nunca habían sentido la presencia de Dios.
La unión y el planteamiento de cómo actuar cada día, sin lamentar el pasado, ni angustiarse por el futuro, hizo que cada día fuera un peldaño más, para ir subiendo a la cima de su salvación. Cuando comenzó esta verdadera odisea, no podían imaginar la magnitud de la tragedia, ni los días que tenían que trascurrir, en medio de la nieve.
En los momentos más angustiosos, deseaban en el fondo de sus corazones que no fuera verdad todo lo que había pasado. Eran demasiado jóvenes para poder valorar los estragos del aislamiento en medio de la nada.
Trascurrieron muchas semanas, días y horas que se harían una eternidad en el inabarcable desierto blanco. De ahora en adelante, solo se tenían que concentrar en el momento que estaban viviendo y anclados en ese instante, desarrollar unas raíces tan hondas que les aferraran a la vida de manera que nada ni nadie pudiera debilitar sus fuerzas.
No se podían permitir el lujo de soñar con un porvenir previsible de regreso a sus hogares, su vida anterior estaba cada vez más deshabitada y lejana porque el tiempo iba desgastando los recuerdos como un limero. Ahora su hogar estaba allí, en los restos del fuselaje del avión siniestrado, que adaptaron para guarnecerse de los temporales y en los fuertes lazos de unión que crearon entre ellos.
No tendrían una chimenea chispeante y cálida para reunirse alrededor, pero quedaba el calor de la amistad, los ojos encendidos de emoción de las miradas que se entrecruzaban los unos con los otros. Esa sería de ahora en adelante la fuerza y el calor que les uniría a la vida para seguir luchando.
Al llegar la noche, se abrazaban para protegerse del frio, en aquellos momentos de intensa emoción, sus corazones temblaban y latían al mismo ritmo porque albergaban el mismo deseo de seguir con vida. Y al llegar el día, era el comienzo de una nueva batalla para sobrevivir, sus ojos fijos en la montaña y su pensamiento forjando idea para salir de allí.
Tras escuchar por radio, que la operación de rescate había sido suspendida los supervivientes intentaron varias expediciones para encontrar ayuda. La última expedición fue el 12 de diciembre, comenzaron a escalar hacia el oeste, intentando llegar a Chile, con la fortuna de que al noveno día de caminata encontraron a un arriero chileno, al que le contaron quienes eran. Al día siguiente, 22 de diciembre de 1972, fueron rescatados.