La música causa un efecto especial en mí y en todos nosotros. Nos golpea emocionalmente. La música tiene una fuerza evocativa, que no se puede evadir ni ignorar. Muchas de mis vivencias personales tienen su soundtrack particular y de la banda sonora puedo hacer resurgir lo vivido. Escuchando Serrat, recuerdo mi vida en Concepción. Los Jaivas me llevan a Valparaíso, Leonard Cohen, a mis primeros años en Copenhagen. Dido, a los viajes con mi hija. La canción de Midnight Cowboy a paseos en coche por California y Florida.
La música, la memoria personal y el lenguaje están tan fuertemente vinculados el uno con el otro que se confunden y uno lleva al otro de un modo inmediato. Cuando niño, una palabra bastaba para hacerme recitar un verso y ahora unas pocas notas son suficientes para hacerme revivir una canción.
Por un tiempo escuché música clásica de manera casi obsesionada. Entre otros, me apasionaba Beethoven, Bach, Vivaldi, Liszt, Mendelssohn, Tchaikovsky, Borodin, Debussy, Ravel y cada uno de ellos, me trasportaba emocionalmente, sumergiéndome en estados de ánimo que eran predecibles. Tampoco podía dejar de moverme al ritmo de la música y tantas veces me tenía que levantar del sillón para poder continuar escuchando. El réquiem de Mozart me llenaba de ansia y rabia y me ponía a cantar incontroladamente «o patrone, o patrone o patron son tutti morti».
La música me encerraba en mí mismo y me permitía descubrirme. Era un viaje retrospectivo cargado de emociones y sentimientos. Me acuerdo claramente que una vez me sorprendí cantando a voz alta Penélope en la estación de San Felipe y me sucede aún, cuando estoy en una estación de trenes, empiezo a murmurar: Penélope con su bolso de piel marrón y sus zapatitos de tacón.... Que hubiera sido de nosotros sin la música. No seríamos los mismos y esta historia del soundtrack que acompaña nuestra vida personal es más seria de lo que parece.
Teorías neuropsicológicas recientes explican estos fenómenos diciendo que las neuronas se organizan creando circuitos que están conectados entre ellos (obviamente). Los impulsos auditivos encuentran una receptividad mayor, ya que estamos predispuestos a ellos como parte de una pre-programación genética-neuronal para aprender el lenguaje materno y orientarnos por los ruidos. Siendo así, facilitan la creación o el reforzamiento de los circuitos asociados distinguiendo claramente muchos detalles y variedades en relación a controles interactivos y esto determina una cierta prioridad multimodal o sensorial en relación a otros circuitos.
La música es un estímulo auditivo complejo que tiene intensidad, ritmo, tono y esto favorece su reconocimiento, dándole un nivel de integración alto. Por otra parte, los impulsos auditivos pasan directamente a la corteza y al sistema límbico, formado por varias estructuras cerebrales que gestionan respuestas fisiológicas ante estímulos emocionales y este sistema está también vinculado con los recuerdos (especialmente los de tipo personal). Estos «circuitos» de memorias personales quedan estrechamente conectados a los «circuitos musicales» de modo tal que cuando se activan los últimos, se activan también los primeros, causando una cascada de efectos que determinan la vivacidad del recuerdo con todas las experiencias subjetivas asociadas y siempre conectados a la música.
Esta sería la carga evocativa. En otras palabras, la calidad, relevancia e intensidad de circuitos activados. Una cosa similar sucede con el olfato. Una explicación simple que habría que contextualizarla en una secuencia de procesos paralelos y jerárquicos y esto complica las cosas. Sobre todo, porque se influencian mutuamente a través de estimulación anticipada e inhibición. Pero la validez de la teoría a un nivel explicativo «de conexiones neuronales» se conserva. Los problemas que quedan abiertos son: la contextualización y la conciencia (entre muchos otros), que alteran por mediación el resultado de la conexión, como hacen por ejemplo los estados de ánimo.
Por el momento, podemos disfrutar relajadamente de la música, dejando que ella nos envuelva en un manto de recuerdos y asociaciones y nos permita descubrir aspectos de nuestro «ser íntimo» que quizás hemos olvidado. Nuestra intimidad, recuerdos y asociaciones, la encontramos debajo de este manto mágico, que algunos llaman el inconsciente y que, en cierta medida, nos define como personas, pues determina nuestras reacciones emotivas y asociaciones editando nuestro contenido mental y su connotación. A través de la música viajamos en el espacio de los sentimientos y a menudo el sentimiento determina la música que escuchamos, como la canción que reservamos para los días tristes o los días de lluvia.
No es en vano que el cine le conceda a la música un rol fundamental y que nos recordemos de las películas vistas cada vez que escuchamos su música. Uno de los aspectos que consolida y define grupos sociales, subgrupos y generaciones es la música que escuchan y por esto pienso que sea más que oportuno tener un repertorio musical compartido en familia y sobre todo los hijos, pues con la música se trasmiten sentimientos y valores.