Hace un mes, reaccioné en esta columna a la posibilidad de existencia de vida inteligente en otros planetas y su visita a el nuestro. Revisamos las condiciones físicas y biológicas necesarias para que las historias de ONVI y FANI sean, al menos algunas, verdaderas. Pero, los extraterrestres tienen otra dimensión, no solo ciencias físicas y naturales, sino de ciencias sociales o filosóficas.
Más allá si existen los seres de otros planetas y si las naves, abducciones o encuentros de primer, segundo y tercer tipos son reales, estos fenómenos tienen una relevancia social. Las personas y sociedades hemos respondido de modo distinto a la existencia de extraterrestres y, al igual que los seres mitológicos y monstruos, los hemos usado como reflejo de nuestras inseguridades y vacilaciones de los tiempos.
El ser humano es un ser solo, homo solus. Nos encontramos que no existe otro animal o ser racional como nosotros, con el cual podamos entablar diálogos, pesquisas intelectuales, comercio o relaciones artísticas o románticas. Estamos rodeados de bestias, en la tierra, los mares y el cielo, pero ninguna otra persona no humana. Y si añadimos nuestro cuasi natural desprecio hacia nuestros congéneres humanos, que denominamos «el otro», los humanos añoramos otros seres racionales. Esta sería una de las razones por las que en nuestras leyendas, mitos y religiones hablan de un sin fin de seres fantásticos racionales con los cuales podemos dialogar, combatir o comerciar.
Sin embargo, la ilustración y la ciencia moderna vinieron a matar a la gran mayoría de estos seres. Al mismo tiempo, el proceso de secularización en sociedad mató a Dios y lo divino por la razón científica e ilustrada dejándonos huérfanos. Fue entonces que las historias de extraterrestres, visitantes de otros mundos tomó fuerza. Estos nuevos seres fantásticos estaban llenos de elementos mágicos o místicos, alineados con el nuevo discurso tenían conocimientos científicos y tecnología mucho más avanzada que la humana y las diferencias anatómicas entre ellos y nosotros tendrían una explicación evolutiva.
Los extraterrestres son los nuevos trolls, hadas y duendes. Los grises, reptilianos, hombrecillos verdes y los tradicionales marcianos vienen a ocupar un lugar no solo en nuestras historias de fantasía o ciencia ficción, sino dentro de las posibilidades reales de, al fin, romper nuestra soledad. Sabemos que los elfos no existen, pero sigue siendo posible que en las lunas de Júpiter haya vida inteligente.
Por otro lado, hay una constante en cuanto a los avistamientos de ONVI o FANI. Si bien es un fenómeno que ocurre con regularidad, se suele intensificar en épocas de ansiedad social. Por ejemplo, el inicio de la Guerra Fría y la carrera espacial (con el lanzamiento del satélite Sputnik), trajo un nuevo interés en los seres extraterrestres, platillos voladores y la ciencia ficción. En esta columna ya hemos narrado la impresión que tuvo en su generación el primer satélite soviético. La amenaza de una invasión Comunista y la «terrible» transformación de la sociedad libre y burguesa en una donde se diluye la identidad fue representada en un aumento en avistamientos de platillos voladores y películas como Invasion of the Body Snatchers de 1956. Sin olvidar The Day the Earth Stood Still de 1951.
Estos dos puntos no abren una de las características culturales más importantes de los aliens y sus visitas: son un reflejo de lo que somos. Proyectamos nuestras filias y fobias, nuestros pecados y añoranzas, en estos seres fabulosos y asombrosos (astonishing) que usamos para entendernos y hablar de aquello que es difícil hablar sin recurrir a las metáforas. Algunas veces los pensamos como conquistadores imperialistas (Guerra de los Mundos), mesías (El Regreso de los Dioses), sociedades utópicas (Crónicas Marcianas), salvadores (Superman), comunistas (The Blob, 1958; además de la ya mencionada Invasion of the Body Snatchers), colonizadores (Independence Day, 1996) o sociedades multirraciales con conflictos de tolerancia y gobernabilidad (Star Wars).
La posibilidad de vida no terrestre humana abre algunos temas para la reflexión filosófica. Si la vida inteligente —racional— se presentó en otros planetas: ¿cuál es el origen de su racionalidad? ¿Es una razón compatible con la nuestra? ¿Podríamos tener una conversación con ellos? ¿Compartiríamos con ellos los principios de la lógica, matemáticas y física? ¿De las otras ciencias? ¿Tendrían intereses artísticos como nosotros? ¿Hay una estética universal?¿De dónde viene la razón, de compartir el logos del universo, de la intervención divina, de la evolución por selección natural? ¿Epistemología diversa?
Si pudiéramos traducir, ¿disfrutarían a Homero, a Shakespeare, a Cervantes y a Dante? ¿Seguirían existiendo los clásicos de la literatura?
Frente a los seres sentientes de otros planetas: ¿tenemos responsabilidad de respetar su vida, opiniones y propiedades? ¿Existen los derechos «extraterrestres»? ¿Hay que traer un nuevo término que sustituya «derecho humano» para que incluya a los seres sentientes de otro planeta; quizás «derechos naturales»? ¿Podemos formar Estados con estos seres? ¿Nuestras leyes tendrían jurisdicción sobre ellos? ¿Pueden ser ciudadanos de nuestros Estados?
Si no hay posibilidad de reproducción: ¿puede existir amor erótico entre ellos y nosotros? ¿matrimonios interplanetarios? O, ¿podemos formar amistades virtuosas como las que describe Aristóteles?
De existir los seres racionales extraterrestres, los filósofos tendríamos que repensar la epistemología, la metafísica, la lógica, la filosofía social y la ética.
Por último, la teología tampoco la tendría fácil. Si son racionales: ¿son hijos de Dios, creados a su imagen y semejanza? ¿Tendrían pecado? ¿Cristo murió también por su salvación? ¿Los podríamos bautizar?