El cambio climático es uno de los problemas más apremiantes al que se enfrentan actualmente nuestras sociedades. Aunque usualmente se considera como un problema ambiental, en realidad se trata de un problema creado por la influencia significativa del ser humano sobre el medio ambiente, tanto a nivel global como a nivel del contexto de cada cual.
El término «Antropoceno» define esta influencia humana. Básicamente, describe cómo en la actual era, lo artificial tiene más peso que lo natural. Un estudio para la revista Nature Climate Change revela como, desde principios de esta década, lo fabricado por la humanidad (masa antropogénica) superó el peso estimado de todos los seres vivos del planeta (biomasa). Un dato espeluznante es el que nos indica cómo la masa de plásticos existente en el planeta duplica ya la masa de todos los animales terrestres y acuáticos.
Conforme con las convicciones de algunos relevantes geólogos, hemos entrado en una nueva era geológica, el Antropoceno, que sucede al Holoceno —el periodo cálido tras la última glaciación— y que se caracteriza por el impacto de los humanos sobre la Tierra; que se inicia con la Revolución industrial, durante la segunda mitad del siglo XVIII y que se desarrolla gracias al crecimiento explosivo de la población mundial y la multiplicación de la producción y del consumismo.
El acrecentamiento de la masa antropogénica en detrimento de la biomasa tiene efectos perniciosos que ya estamos padeciendo en mayor o menor medida en distintos lugares de nuestro planeta: cambio climático, desforestación y pérdida de la biodiversidad impactan negativamente sobre la salud de nuestro mundo y sobre la salud de todos los que habitamos en él, incluidos los problemas de salud mental.
Minimizar el impacto del Antropoceno pasa por realizar una transición justa hacia la descarbonización de la economía, a través del impulso de las energías renovables y las redes inteligentes, así como de la electrificación de los transportes públicos y privados. La economía circular (reutilizar, reparar, reciclar), la producción y el consumo responsable, así como la protección de la biodiversidad y los recursos hídricos, son acciones ineludibles para la salud del planeta y de todos los seres que lo habitamos.
Percepción del cambio climático
Lo vemos todos los días. El cambio climático es objeto de una gran variabilidad en cuanto al a manera de ser percibido. En general, la gente considera el cambio climático como algo real, lo identifican como algo negativo y reconocen su causalidad humana, relacionándolo directamente con la quema de combustibles fósiles y la emisión de gases de efecto invernadero. Paradójicamente, aunque el cambio climático es considerado como un problema a escala mundial, es menos perceptible a una escala local, donde aún existe una pobre concienciación de este.
Pese a esta realidad en los entornos más cercanos, los diferentes estudios sobre este problema indican que un 80% de las personas que han participado en los mismos, reconocen el impacto que sobre la salud y la calidad de vida de la población está teniendo el cambio climático. Por avanzar un dato sobre lo que analizaremos más abajo, las olas de calor (como las que estamos padeciendo últimamente, cortas pero muy intensas) favorecen los trastornos del estado de ánimo y del comportamiento, como la depresión o la agresividad.
El cambio climático es, también, objeto de falsas creencias y de negacionismo. A pesar del aumento de la información y la concienciación sobre este enorme problema, persisten falsos conocimientos, como que el cambio climático es consecuencia del agujero en la capa de ozono o la lluvia ácida. Más inverosímil aún es que, habiendo consenso científico sobre la existencia de una crisis medioambiental, todavía hay personas que se resisten a creerlo.
Desde hace más de una década, varios estudios y teorías han tratado de identificar los procesos psicológicos que subyacen en el negacionismo climático. En este sentido, quiero comentarles, aunque sea sucintamente, la visión del psicólogo canadiense Robert Gifford sobre lo que a propósito del negacionismo climático él denomina «dragones de la inacción».
La teoría de Gifford tiene que ver con las barreras cognitivas, en concreto con cinco claves por las que el individuo excluye sistemáticamente las actitudes y comportamientos proambientales, como son: el conocimiento limitado del problema, la perspectiva ideológica excluyente, la desconfianza hacia los expertos y las autoridades, los efectos del costo hundido (costos del pasado no recuperables), los conflictos entre pensamiento y comportamiento que amenaza la integridad ética del individuo (disonancia cognitiva ante las evidencias científicas) y, finalmente, los comportamientos inadecuados posteriores a la negación. En definitiva, en lugar de aceptar el comportamiento como nocivo, se opta por la negación del cambio climático y la evidencia científica en la que se sustenta. Autoflagelación emocional para no enfrentarse a las decisiones equivocadas.
Para desmentir estas falsas controversias y combatir estas barreras y sesgos cognitivos, se ha de reforzar la comunicación de la información basada en la evidencia de la implicación humana en esta deriva ambiental en la que nos jugamos la salud física y mental.
La salud en juego
El cambio climático mata. Conforme con los datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), las olas de calor mataron el año pasado en Europa a unas 60,000 personas. El aumento de las temperaturas en muchas partes del planeta es un riesgo para la salud que crece día a día. Las olas de calor son uno de los efectos más mortíferos del cambio climático.
En el espectro de la salud mental observamos como el calor extremo se relaciona con diferentes problemas de salud mental, como fatiga mental, tendencias agresivas y tasas más altas de suicidio. Diferentes estudios indican que las temperaturas muy altas influyen claramente en los cambios de humor de la persona, ansiedades, autolesiones y aumento del consumo de sustancias tóxicas. Existe comorbilidad entre los trastornos mentales producidos por las altas temperaturas y la aparición de esquizofrenias.
De igual manera, sabemos que una subida extrema de las temperaturas dispara las recaídas temporales en personas con trastorno bipolar y que mayores exposiciones a la luz solar en días muy calurosos elevan el riesgo de episodios maniacos. Un estudio publicado en la revista científica JAMA Psychiatry, en febrero de 2019, relaciona el calor intenso y prolongado con la muerte de personas con esquizofrenia y otros padecimientos mentales.
No es sencillo estudiar los efectos del calor sobre el cerebro humano, especialmente cuando hay calor extremo. En los laboratorios, podemos conocer datos que experimentalmente nos revelan qué mecanismos aplica el cerebro, y el resto del cuerpo, para soportar un nivel de calor elevado durante unos minutos, incluso durante algunas horas, pero no es posible hacer un estudio durante días, semanas o meses. Las exposiciones prolongadas al calor son, justamente, las que afectan peligrosamente a la salud de la persona a todos los niveles.
Una de las consecuencias más problemáticas y peligrosas para la salud mental de la exposición continuada al calor, como ocurre en olas de calor que duran días o semanas, es su impacto negativo sobre el descanso y el sueño. Las noches calurosas afectan significativamente al sueño, reducen la segregación de melatonina (hormona iniciadora del sueño). Dormir mal y, sobre todo, padecer insomnio exacerba síntomas de estrés, ansiedad y depresión.
Sabemos, tenemos datos fehacientes de ello, que temperaturas por encima de los 30 grados centígrados ya propician las visitas a las salas de emergencia por afectaciones severas del estado de ánimo y brotes psicóticos. El lenguaje depresivo, las ideaciones suicidas y la disminución del bienestar mental, aumentan en términos generales; en las personas con trastornos mentales y/o consumo de antidepresivos, las dificultades en la capacidad de sus cuerpos para regular la temperatura, aumenta considerablemente estos riesgos.
Recientes investigaciones (Obradovich & Paulus. Instituto Max Planck, 2018), han corroborado que los efectos negativos sobre la salud mental de las altas temperaturas son mayores en personas con bajos ingresos y en las mujeres, estableciendo como población muy vulnerable al cambio climático. La combinación de estos datos estableció que el efecto negativo del calor sobre la salud mental en las mujeres con ingresos bajos es el doble del sufrido por los varones de ingresos altos.
Pero, el cambio climático no se caracteriza exclusivamente por las olas de calor. Cuando las temperaturas se desploman, lo que ocurre en nuestros cuerpos va más allá de los mecanismos fisiológicos. El frío también tiene un efecto en nuestra manera de sentir, de pensar y de comportarnos.
En los humanos, los efectos psicológicos del frío tienen un efecto muy llamativo sobre la conducta, aumenta la tendencia a mostrarnos más desconfiados, o, si lo prefieren, a tener un carácter menos amigable. Y también disminuye nuestra capacidad para ser creativos; todo aquello que tiene que ver con el pensamiento lateral y las maneras no convencionales de razonar, parecen quedar congeladas.
El frío extremo, y también las inundaciones, incendios forestales y otros cataclismos propiciados por el cambio climático, tienen una influencia destacada en la aparición de trastornos psicológicos y psiquiátricos, como la depresión mayor. Esta alteración mental, que tiene mayor prevalencia sobre los meses de invierno más que sobre cualquier otra época del año, aumenta exponencialmente cuando el frío se vuelve insoportable durante prolongados periodos de tiempo.
La salud mental como prioridad en las medidas contra el cambio climático
Para la OMS (Organización Mundial de la Salud) está claro y meridiano: el cambio climático plantea graves riesgos para la salud mental y el bienestar. Desde este organismo internacional, se insta a los distintos gobiernos a que tomen las medidas necesarias de apoyo a la salud mental en respuesta a la crisis climática.
El impacto del cambio climático en la salud de millones de personas es algo a lo que debemos enfrentarnos sin más dilación. Debemos preparar a los servicios sanitarios para afrontar lo mejor posible el aumento de trastornos mentales debidos a los cambios ambientales y psicosociales. Para alcanzar este objetivo, la OMS propone cinco enfoques importantes para que los gobiernos aborden los efectos del cambio climático sobre la salud mental.
- Integrar las consideraciones climáticas en los programas de salud mental.
- Integrar el apoyo a la salud mental con la acción climática.
- Basarse en compromisos mundiales.
- Elaborar enfoques basados en la comunidad para reducir las vulnerabilidades y…
- Reducir el importante déficit de financiación que existe para el apoyo a la salud mental y psicosocial.
El cambio climático nos amenaza con preocupaciones, traumas y duelos, ansiedades, desesperación y depresión. A medida que las personas comprendemos que el cambio climático es un fenómeno real que amenaza literalmente nuestras vidas, podemos aportar nuestro granito de arena para forzar a que nuestros políticos adopten las medidas necesarias para afrontar los retos que nos plantea, a nivel de la salud, el cambio climático del que todos, al menos, tenemos una cierta responsabilidad.