Estoy convencido de que vivimos una sucesión de ciclos. La vida no es una constante para nadie. Por más que haya gente que se lo proponga, la eterna monotonía es imposible de conseguir.
En mi caso, no es que intente huir de ella, es imposible tenerla. A veces desearía algo de tranquilidad, pero nunca una calculada y constante secuencia de sucesos controlados y aburridos. Y como decía antes, por más que alguien lo desee, no creo que pueda conseguirlo.
Aunque este artículo se publicará algunas semanas después de que lo escriba, seguramente será en verano y de eso es lo que quiero hablar hoy (refiriéndome el día de publicación). Estamos en verano y es una temporada que, para los que tenemos estaciones más o menos marcadas, es tan diferenciada de las otras tres que hay que hacerle caso. El verano (sea austral o boreal) es la época en la que toca relajarse un poco porque el clima así lo exige. En las zonas tropicales o en el ecuador no lo entenderán, porque ahí las estaciones son diferentes (lluvia o monzón y estación seca), pero para el resto de los habitantes de la Tierra (hasta los que viven cerca de los polos) el verano significa que hay más fuera de las casas y menos encierro.
Vivo en Pamplona actualmente y el verano no empieza el solsticio, sino el seis de julio. La víspera de San Fermín aquí es completamente emocional. Es tan emocional que sobrepasa las individualidades a tal extremo que, aunque no hayas nacido aquí o no sientas la fiesta como tuya, con solo salir a la calle a pasear, a andar en bicicleta o a votar por correo, con solo eso te transformas. Porque pocas horas antes de que se lance el petardo (txupinazo) a las doce del mediodía, todo el mundo está preparado para la fiesta. La gente va por la calle de blanco y rojo y hay mesas con almuerzos de txistorra, huevos fritos y lomo casi en todos los bares de todos los barrios de la ciudad de Pamplona. No hay excepciones, los autobuses empiezan a abarrotarse para llegar a tiempo a la Plaza del Castillo, también para comprimir a la humanidad que se congrega en la diminuta Plaza del Ayuntamiento. Es el inicio de nueve días de locura que transforman a la ciudad y a las personas.
Son emociones que se viven una vez al año, en barrios determinados, en mesas específicas montadas en calles con un nombre particular. En pancartas que hondean movidas por personas que cantan cánticos que se repiten todos los años, pero no durante el resto del año. Las peñas tienen sus rutinas preparadas muy parecidas a las del año anterior y a las de hace cincuenta años; los toros saldrán por los corrales el día siete y así hasta el catorce, recorrerán su camino habitual hasta la plaza de toros puntuales a las ocho de la mañana y los corredores desafiarán a los morlacos a riesgo de su propia vida. Nosotros nos levantamos a verlos y algunos a correr; todo eso es una emoción de temporada y no puede ni nunca sucederá en invierno o en otoño ni menos en primavera.
En verano me iré al pueblo y escribiré, compondré y trabajaré desde allí. Muchos se irán a la playa o a visitar a sus familiares. La mayoría de nosotros visitamos a nuestras familias o nos vamos a vacacionar en verano y pocos lo hacen en otra época del año. Porque es cuando esta sociedad nos permite parar, cuando nosotros nos permitimos parar y aunque no paremos del todo, el ambiente alrededor de nosotros es otro. Es de relax, hay estrés, siempre hay estrés, pero no está permitido seguir el mismo ritmo que el resto del año.
El calor condiciona, el ambiente condiciona y, en mi opinión, nosotros mismos tenemos que condicionarnos también. Es lo que os decía antes de los ciclos. La monotonía, la constante presión sobre nuestros hombros y nuestra espalda genera un desgaste que acorta la vida. No tengo dudas. El que no es capaz de cambiar el ritmo de una manera u otra, tiene o tendrá un problema tarde o temprano.
Así pues, yo me veo cambiando al Per de verano boreal, trabajando, sí, pero también leyendo más, componiendo canciones, escribiendo y revisando alguna que otra novela y disfrutando de la gente que me rodea y de la naturaleza, que la vida son cuatro días y si no fuera por las fiestas de San Juan o los Sanfermines, nos olvidaríamos de que no todo el año es igual.
El cambio climático puede que nos empiece a confundir un poco, pero en julio es verano en el hemisferio norte y en enero en el sur, de eso nunca tendré dudas y procuraré disfrutarlos (uno o el otro, o los dos) siempre que pueda.
Abrazo a todos y feliz verano boreal.