En un encuentro de la Red de Formación Ambiental para América Latina y el Caribe del Programa de las Naciones Unidas por el Medio Ambiente (PNUMA) realizado hace más de dos décadas atrás, los representantes de los países acordaron elaborar un Manifiesto que decía, entre otras cosas, lo siguiente: «La crisis ambiental es una crisis de civilización... es la crisis de un modelo económico, tecnológico y cultural que ha depredado a la naturaleza y negado a las culturas alternas... el resultado de una visión mecanicista del mundo que, ignorando los límites biofísicos de la naturaleza está acelerando el calentamiento global del planeta... es una crisis moral de instituciones políticas, de aparatos jurídicos de dominación, de relaciones sociales injustas y de una racionalidad instrumental en conflicto con la trama de la vida» (Leff et al. 2002).
La claridad de esas definiciones ha sido un faro para entender que la crisis ambiental deriva de una crisis civilizatoria, y, por lo tanto, para revertir la crisis ambiental es preciso cambiar el modelo de desarrollo imperante en el mundo. Posteriores informes del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC) y la Plataforma Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios de los Ecosistemas (IPBES), aunque más tímidamente, también ponen el foco en la urgencia de modificar las «lógicas» del desarrollo actual. Lo que no deja de sorprender, es que, a pesar del alto consenso de los expertos y el visto bueno por parte de los organismos internacionales, prácticamente nada se ha modificado de aquello que bien señalaban Leff y colaboradores. Por el contrario, se profundizaron algunos de los síntomas más alarmantes de la crisis ambiental y civilizatoria que estamos atravesando.
En tal sentido, el cambio climático global tal vez sea la mayor amenaza inminente que enfrenta la humanidad. A pesar de ello, ya van más de 25 «cumbres» para abordar la problemática (desde la primera de Kioto en 1997) y, sin embargo, el incremento en la liberación de gases de efecto invernadero nunca cesó. De hecho, en plena pandemia de COVID-19, cuando se suponía que el aislamiento obligatorio de miles de millones de personas en el mundo podría implicar menos impactos ambientales, se batieron los récords de liberación de gases de efecto invernadero. A partir de ello, uno de los últimos reportes del IPCC concluye que el siglo de aumento de las emisiones debe terminar antes de 2025 para mantener el calentamiento global por debajo de 1,5 °C, más allá de lo cual los impactos severos aumentarán aún más y dañarán a miles de millones de personas. El documento deja en claro también que los límites para vencer el cambio climático no son científicos o tecnológicos sino políticos y económicos, y que la resistencia al cambio la dan principalmente las grandes empresas y países industrializados.
¿Qué podemos hacer ante la crisis ambiental y civilizatoria?
El término «eco-ansiedad» describe la creciente angustia que muchas personas sienten al ser testigos de cómo el futuro de la tierra está en peligro. Sin embargo, de nada sirve quedarse en ese estado si no somos capaces de comprender que el «desarrollo» y la «calidad de vida» que siempre hemos creído nos hacía bien, en realidad nos autodestruye. En el libro Réquiem para una especie (2011), el Profesor Clive Hamilton plantea que parte del problema que impide que se produzca un cambio de modelo de desarrollo es que la sociedad no ha hecho el duelo civilizatorio necesario para construir otro futuro posible. Es decir, ante una amenaza extrema como el cambio climático global, algunas personas se deprimen, otras lo niegan, y hasta algunas fantasean con falsas soluciones, cuando en realidad, como todo proceso doloroso, lo que deberíamos hacer es el duelo del estilo de vida que llevamos. Solo aceptando que somos parte (al reproducir muchos de sus mecanismos) de un sistema depredador de la naturaleza (que también aliena a los seres humanos), seremos capaces de cambiar de actitud. Esa actitud deberá ser proactiva, y capaz tanto de modificar nuestros hábitos de vida, como de organizarnos para presionar a los poderes económicos y políticos, quienes deben producir las necesarias transformaciones en las matrices productivas y energéticas.
Es importante que entendamos que no hay soluciones mágicas, y definitivamente hay que abandonar las posiciones negacionistas, ilusorias o depresivas ante la crisis ambiental. Cada uno de nosotros debe ponerse en acción, individual y colectivamente. Aquí agrego algunas de las tantas propuestas que se promuevan desde las organizaciones socioambientales, la única y última esperanza de salvar la vida en la tierra:
- Consumir menos (solo lo necesario para el buen vivir).
- Consumir productos locales, agroecológicos, de pequeños productores y campesinos.
- Combatir todos los tipos de obsolescencia (programada, funcional, planificada, percibida, etc.).
- Pensar localmente para actuar globalmente (al revés de cómo lo plantean, para que las acciones que realicemos lleguen mucho más allá). Cambiar hábitos de vida es un buen comienzo (consumir menos carne, por ejemplo, o ver cómo puedo hacer para que mi comunidad reduzca la acumulación de basura).
- Involucrarse, participar, ejercer todas las acciones que mitiguen los impactos ambientales (reducir, reciclar, reutilizar, tener tu propia huerta, utilizar lo menos posible los medios de movilidad que consumen combustibles fósiles, crear reservas, proteger las que están, sumarse a organizaciones socioambientales, reforestar, restaurar ecosistemas, combatir todas las fuentes de destrucción de la naturaleza, entre muchas otras cosas más que se pueden y deben hacer).
- Dejar de apoyar espacios políticos que siguen fomentando el extractivismo y la expoliación de los recursos naturales.
- Organizar comunidades autosuficientes en materia de producción de alimentos y servicios básicos.
Cada vez más y más personas se suman a la gesta por salvar el planeta, y ello debe traducirse también en una cada vez más constante presión hacia los grupos de poder detrás de la destrucción ambiental. El desafío es enorme, y el esfuerzo que nos requerirá también, pero no hay otra salida, o actuamos ahora o callemos para siempre.
Referencias
Leff, Enrique, C. Galano, and F. Calderón. (2002). Manifiesto por la vida. Por una ética para la sustentabilidad. Simposio sobre ética y desarrollo sustentable. PNUMA.
Hamilton, C. (2011). Réquiem para una especie.