El 8 de mayo, como cada año, los rusos conmemoraron una vez más la victoria en la Gran Guerra contra el nazismo y el fascismo, el fin de la llamada Segunda Guerra Mundial. Un hecho histórico que liberó a Europa.
Pero no fue solo Rusia la que recordó el fin de aquella guerra y rodeado solo de gendarmes (o sea sin presencia popular en la avenida de los Campos Elíseos, clausurada hasta para los atónitos turistas), el presidente francés Emmanuel Macron aprovechó para sumarse al carro de los vencedores (de hace 78 años), olvidando que Francia estaba ocupada cuando la liberaron.
Hoy Ucrania es escenario de otra guerra, pergeñada, respaldada y financiada por lo que llaman «Occidente» (léase Estados Unidos más la belicista Organización del Atlántico Norte, la OTAN, y el respaldo de la Unión Europea). Nadie duda que el riesgo es planetario. ¿Se atreverán a ir por la Tercera Guerra Mundial, a sabiendas de que eso puede significar el fin de todo y de todos?
Michel de Nôtre-Dame, Nostradamus, escribió en 1555 un libro llamado «Las profecías», en el que también vaticinó una Tercera Guerra Mundial en 2023. Dentro de las 942 predicciones que hizo, afirmó que habrá «siete meses de una gran guerra y gente muerta por el mal». Craig Hamilton-Parker, conocido como el nuevo Nostradamus anunció que la Tercera Guerra Mundial se iniciará durante este año y tendrá su origen en Taiwán.
Según el vidente, «la guerra comenzará tras una colisión entre aviones o submarinos que desencadenará la lucha. Más aún, aseguró que el combate no quedará en esa zona geográfica, sino que se extenderá hacia Rusia y Estados Unidos. Rusia se pondrá al lado de China para convertirse en un Estado que va en contra de todas las normas. Será el país que incitará a China a ir a la guerra», señaló.
Ucrania fue considerada durante mucho tiempo el país más libre del espacio postsoviético… hasta hace diez años, pero todo cambió espectacularmente desde las manifestaciones y disturbios del Euromaidán de 2014. El régimen oligárquico de extrema derecha que asumió el poder con una ideología nacionalista comenzó a perseguir a sus oponentes utilizando métodos terroristas.
El ejemplo más trágico fue el asesinato por parte del régimen gobernante de Kiev contra oponentes ideológicos, en Odessa el 2 de mayo de 2014, cuando militantes nacionalistas con la plena connivencia y asistencia de las autoridades impidieron las actividades antifascistas prendiendo fuego al edificio: más de 40 personas murieron.
Desde Rusia con temor
El intento de asesinato contra Vladimir Putin con drones, en el propio patio interno del Kremlin, llevó la guerra a una Moscú moderna que aparentaba no tener nada que ver con lo que sucedía en Ucrania: la guerra estaba bastante lejos. Ahora, los rusos necesitan darle un golpe final al conflicto, lo que demandará movilizar más reservas y generar más tensiones dentro de la sociedad, la elite y la burocracia rusa. Para Rusia esta es una guerra existencial, que no puede perder.
Pero esta guerra también marcará la supervivencia o no de un sistema de dominación mundial unipolar que se resquebraja a la vista de todos, y cuyos líderes están dispuestos a todo para mantenerlo, incluso a costa de destruir Ucrania y, de paso, todo el planeta. Por eso la pregunta de si estamos listos para la tercera guerra, que según los datos hace rato que se pasea por el mundo.
En Gran Bretaña, con nuevo rey, el silencio de la intelectualidad liberal es el silencio de la intimidación. La norma no escrita para sobrevivir en la profesión de periodista o docente universitario es evitar los asuntos de Estado como Ucrania e Israel, si se quiere conservar el trabajo. Lo que le sucedió al exlíder laborista Jeremy Corbyn en 2019 se repite en los campus universitarios, donde los opositores al apartheid de Israel son acusados falsamente de antisemitas, para desprestigiarlos.
Cuando ocurrió el atentado del 11-S, la fabricación de nuevas «amenazas» en la «frontera de Estados Unidos» remató la desorientación política de aquellos que, veinte años antes, habrían formado una vehemente oposición en ese país sin nombre real. Desde entonces, Estados Unidos ha entrado en guerra con el mundo.
Según un informe en gran medida ignorado y elaborado por Médicos por la Responsabilidad Social, Médicos por la Supervivencia Global y Médicos Internacionales para la Prevención de la Guerra Nuclear –estos últimos galardonados con el Premio Nobel–, el número de muertos en la «guerra contra el terror» de Estados Unidos en Afganistán, Irak y Pakistán fue de «al menos» 1.3 millones. Un millón al menos en Irak, el cinco por ciento de la población. Pero de eso no se habla.
Esta escalofriante cifra no incluye los muertos de las guerras dirigidas, financiadas, asesoradas y alimentadas por Estados Unidos en Yemen, Libia, Siria, Somalia lo que llevaría la cifra de muertos a más de dos millones de personas, diez veces más que la que el público, los expertos y los responsables de la toma de decisiones conocen y es propagada por los medios de comunicación y las principales ONG «humanitarias».
Si los periodistas hubiéramos hecho nuestro trabajo, si hubiéramos cuestionado e investigado la propaganda en lugar de difundirla, un millón de hombres, mujeres y niños iraquíes podrían estar vivos hoy, millones podrían no haber huido de sus hogares; la guerra sectaria entre suníes y chiíes podría no haber estallado, y el Estado Islámico podría no haber existido. Especulaciones de escritorio, dirá usted, especulaciones.
El «excepcionalismo» imperial
Uno de los hilos conductores en la vida política estadounidense es un extremismo sectario que se acerca al fascismo. Fue durante los dos mandatos de Barack Obama cuando la política exterior estadounidense coqueteó seriamente con el fascismo. Pero de esto casi nunca se informó y quien recibió las críticas fue Donald Trump.
«Creo en el excepcionalismo estadounidense con cada parte de mi ser», dijo Obama, que expandió su pasatiempo favorito, los bombardeos, y los escuadrones de la muerte conocidos como «operaciones especiales» como ningún otro presidente lo había hecho desde la primera Guerra Fría. En 2016 Obama lanzó 26.171 bombas, a un promedio de 72 por día, bombardeando a los más pobres y a la gente de su color (quizá él se veía blanco en el espejo): en Afganistán, Libia, Yemen, Somalia, Siria, Irak, Pakistán.
The New York Times señaló que cada martes Obama seleccionaba personalmente quienes morirían por el fuego infernal de los misiles disparados desde drones. Lindsey Graham, senador republicano, calculó que los drones de Obama mataron a 4.700 personas. «A veces se alcanza a gente inocente y lo odio», dijo, «pero hemos acabado con algunos miembros muy importantes de Al Qaeda». Ni siquiera eso era cierto.
En 2011, Obama declaró a los medios que el presidente libio Muamar Gadafi planeaba un «genocidio» contra su propio pueblo. Obviamente era mentira y lo cierto era la inminente derrota de los islamistas fanáticos por las fuerzas gubernamentales libias. Había que destruir a Gadafi y junto a él a los planes para un renacimiento del panafricanismo independiente, un banco africano y una moneda africana, financiados por el petróleo libio.
Gadafi fue presentado como un enemigo del colonialismo occidental en África, donde Libia era el segundo Estado más moderno. La OTAN, junto a Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, lanzó «apenas» 9.700 misiones de combate contra Libia, entre ellas unas 3.500 contra infraestructuras y objetivos civiles, informó la ONU. Se utilizaron ojivas de uranio; se bombardearon Misurata y Sirte. La Cruz Roja identificó fosas comunes, y Unicef alertó de que «la mayoría de los niños asesinados eran menores de diez años».
El 14 de septiembre de 2016, el Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara de los Comunes de Londres informó de la conclusión de un estudio de un año sobre el ataque de la OTAN a Libia que describió como un «conjunto de mentiras», incluida la historia de la masacre de Bengasi. Cuando a Hillary Clinton, secretaria de Estado de Obama, le dijeron que Gadafi había sido capturado por los insurrectos y sodomizado con un cuchillo, se rio y dijo a la cámara: «¡Vinimos, vimos, murió!».
EEUU amplió con Obama las operaciones secretas de las «fuerzas especiales» a 138 países, es decir, al 70% de la población mundial. El primer presidente afroamericano inició lo que equivalía a una invasión de África a gran escala. El mismo año de la invasión a Libia (2011), Obama anunció el «pivote hacia Asia» enviando a casi dos tercios de las fuerzas navales de su país a la región a Asia-Pacífico para «hacer frente a la amenaza de China», que obviamente no existía.
Pero sí existía una amenaza para China por parte de Washington, en las 400 bases militares estadounidenses que formaban un arco a lo largo del borde del corazón industrial de China. Asimismo, Obama colocó misiles en Europa del Este apuntando a Rusia y quizá por ello recibió el Premio Nobel de la Paz, mientras incrementaba el gasto en cabezas nucleares.
Obama y su administración sabían perfectamente que el golpe contra el Gobierno de Ucrania -su secretaria de Estado adjunta, Victoria Nuland, fue enviada a supervisar en 2014- provocaría una respuesta rusa y probablemente ocasionaría una guerra. Y así ha sido.
No se debe olvidar la guerra en Vietnam, cuando la propaganda decía que un Vietnam victorioso extendería su enfermedad comunista al resto de Asia, permitiría que el Gran Peligro Amarillo del norte se extendiera, y que los países caerían como «fichas de dominó». El Vietnam de Ho Chi Minh salió victorioso y nada de lo anterior ocurrió, a pesar del precio que pagaron: tres millones de muertos, además de los mutilados, los deformes, los adictos, los envenenados, los perdidos.
La guerra de Hunter
Era cuestión de tiempo que revivieran los negocios de Hunter Biden, el hijo del presidente estadounidense, en Ucrania. El diario The New York Times, reveló que Hunter saldó a finales de 2020 las deudas fiscales de más de un millón de dólares por las que aún tiene una causa pendiente, como parte de una investigación de mayor calado sobre sus negocios en Asia y en Europa, pero sobre todo, en Ucrania, mientras su padre era vicepresidente.
Hunter protagonizó uno de los escándalos de la campaña que llevó a su padre a la Casa Blanca, por su vinculación laboral con una empresa energética ucrania, de nombre Burisma, que llegó a pagarle 50.000 dólares mensuales. Formó parte de su junta directiva durante cinco años, y aceptó el puesto en 2014, cuando su padre era el número dos de Barack Obama.
Fue con la Administración de Obama cuando comenzó una investigación fiscal que en 2018 se convirtió en penal para dilucidar si cometió crímenes como fraude de impuestos o lavado de dinero o si ejerció lobby en Washington para una firma extranjera de un modo ilícito. El NYT señala que su comportamiento de aquellos años está en el origen del primer proceso de destitución de Donald Trump en 2019.
Aquel juicio político, del que este salió indemne, trató de dilucidar si el magnate y varios altos cargos de su Gobierno presionaron a dirigentes ucranios (sobre todo al presidente Volodímir Zelenski) para que investigaran las actividades de Hunter Biden.
En octubre, pocas semanas antes de la cita electoral, el culebrón recibió la visita de un personaje inesperado: un portátil Mac Book Pro que nunca recogió de una tienda de reparación de computadores en Wilmington, de cuyo disco duro hizo una copia el dueño del establecimiento y entregó al entorno de Trump cuando cayó en que era de quien era, había 103.000 mensajes de texto, 154.000 correos electrónicos, en los que se refería a su padre como «the big guy» (el tipo importante).
Obviamente, su invocación le abría puertas a los negocios, aun cuando a buena parte de la prensa estadounidense le pareció más interesante las más de dos mil fotografías, demasiadas de ellas de contenido sexual.
Jen Psaki, la portavoz de Biden en la Casa Blanca, respondió así a la pregunta sobre el computador de Hunter Biden. «No es un miembro del Gobierno estadounidense», pero olvidó recordar que es de la familia del presidente.
Un periodista francés preguntó a la canciller Catherine Colonna si la guerra en Ucrania era contra el comunismo, contra el peligro ruso-chino o sólo otra guerra de negocios. Está esperando que le contesten.
Hoy la pregunta que muchos se hacen es si ¿se atreverán a ir por la Tercera Guerra Mundial, a sabiendas de que eso puede significar el fin de todo y de todos? Lo que no dicen es que la guerra nunca paró y se intensificó durante el mandato del «demócrata»
Barak Obama, para dejarle la decisión a un cada vez más avejentado Joe Biden… o los siempre listos asesores militares y las empresas armamentistas.