Lejanos están ya esos años sesenta en los que una cerveza y un hotdog bastaban para arreglar el mundo, al menos entre discursivos estudiantes universitarios.

El puerto de Valparaíso tiene esa magia que hace de sus habitantes, ya sea verdaderos marinos o bien soñadores navegantes del verbo o de la imagen. La Perla del Pacífico tiene los suyos y probablemente también sea el caso de otros puertos por el mundo. Marsella, Burdeos, El Pireo, Nagasaki, El Callao, La Habana, Liverpool, Boston, Cádiz, Barcelona, Rotterdam, Amberes o Hamburgo, deben ser verdaderos yacimientos de historias, mitos y leyendas. Otras tantas habrán naufragado en el olvido…

De marinos de agua dulce el mundo está lleno, como escritores, celestes navegantes al embrujo de las musas, como Neruda, sus versos, sus mascarones de proa y sus casas frente al mar… o avezados piratas de la forma y el color, como Pollock, Dalí y Picasso, iconoclastas todos, que desafiaron al mundo con su arte visionario e incomprendido… hasta que el público terminó por apropiárselos y alzarlos a la inmortalidad.

Pero capitanes de barcos de papel, como los barquitos de nuestra infancia, capaces de arriesgar la vida por su convicción de lo imposible, de esos, en mi bagaje de cosas insólitas, solo conocí uno… Se llamaba Hugo, Hugo Avendaño, y quiero recordarlo aquí con afecto. Ya no sé si era colombiano o ecuatoriano. Era bajito, fornido, lenguaraz e irreductible en las discusiones, de esas que fatigan y consumen botellas, para no llegar a nada… salvo una migraña al despertar de la mañana siguiente.

A mediados de los años sesenta, nuestra Escuela de Arquitectura1 compartía pisos diferentes de un mismo edificio con la Escuela de Economía en la simbólica calle Blanco2. Hugo era estudiante de Economía y nosotros, bueno, le dábamos a la tinta china, el papel hilado3, las maquetas y la acuarela.

Los días viernes, el trabajo en arquitectura paraba al mediodía. Las tardes eran libres y nos ocupábamos de «rayar» (bosquejar), poner en orden los útiles, algunos se iban al cine, para juntarnos al caer el sol… «El ciego sol, la sed y la fatiga»4 (nos empujaba hacia el barrio del puerto (barrio chino le llaman algunos) donde podíamos seguir arreglando el mundo, libres de la urgencia del trabajo semanal.

Hugo, gran amistoso, se deleitaba entre nosotros. Quizás nuestra compañía le evitaba el tedio de los becarios en tierra ajena, aunque la presencia de nuestras interesantes colegas de estudios no estaba ajena a su sensibilidad. El «síndrome de la azafata» nunca está ausente, aunque sea sin aviones…

Algo celebrábamos esa noche en el sótano de nuestra vieja escuela que era muy acogedor con sus arcos de ladrillo y el clima de intimidad, ya tradicional de nuestras fiestas, probablemente una entrega de proyectos al despertar de la primavera. Hubo buena comida y bien regada. Pasada la medianoche, se despertó la creatividad y alguien propuso que construyéramos un gran barco de papel, de esos que los niños hacen doblando una hoja de diario, origami le llaman a esa técnica en Japón.

Tan solo que este barco iba a ser gigante, para lo cual sacrificamos una resma de papel hilado. Habremos usado unas cincuenta hojas en formato doble página tabloide y, por supuesto, abundante cola Uhu. Fue un trabajo fácil para los expertos maquetistas.

Terminada la obra, y las últimas botellas, partimos con la nave llevada en alto, con esmero, por la imaginaria tripulación. Hugo exultaba de contento y el trayecto hasta el puerto estuvo salpicado de bromas y sanos comentarios con los noctámbulos transeúntes que, extrañados al ver el artefacto, y creyendo en el ambiente carnavalesco nos alentaban sin saber hacia dónde íbamos. Nosotros tampoco, y lo habitual era ir al Bar Roland que funcionaba toda la noche, junto al American Bar, toda la noche, en ese ambiente de marinos gringos, sílfides de la noche, bohemios criollos, borrachines y malandras de todo tipo.

Pero el destino quiso otra cosa. Al pasar ante la Cripta de los Héroes de Iquique5, alguien gritó a voz en cuello… «¡un barco tiene que navegar!» … y, por supuesto, fue la voz de orden. Torcimos rumbo y nos dirigimos al embarcadero de donde unos botes a remos servían toda la noche al retorno de los tripulantes que se recogían a sus barcos, y también a los obreros que hacían trabajo nocturno a bordo de las naves mercantes.

Hablamos con un botero para embarcarnos, éramos unos seis o siete, y este respondió, indicando al MP que rondaba… «si él los autoriza, no hay problema en hacer una vuelta por la bahía» … El MP era un seco marinero de guardia, armado, cuya función era vigilar al personal militar que regresaba a sus naves de guerra, a veces bastante mareados por las olas de alcohol consumido en cafés y cabarets.

Lo abordamos y nos respondió severo… «Ustedes han bebido y embarcar es peligroso». Argumentamos que veníamos de una fiesta en nuestra Escuela y que nada había que temer, iba a ser solo un paseo para poner el barco de papel en el agua y verlo navegar. Creo que la idea agradó al marino y nos autorizó, pero a condición de que no hubiera escándalo… «Procedan» dijo, en su lacónico lenguaje náutico. Y procedimos…

El botero nos puso en dos filas simétricas en su embarcación y Hugo, el más entusiasta, fue el último en embarcar con otro convive que le ayudó a poner el barco en el agua. El botero nos dio un cordel para remolcar el barquito, y partimos en la noche estrellada en gira por la bahía con una reluciente nave que reflejaba la plateada luz de la luna.

¡Qué poética noche!

Alguien sacó de su chaquetón, la última botella que corrió de mano en mano para celebrar el momento. El botero nos miraba sin extrañarse, pero con un aire de andar transportando una banda de locos rematados…

Súbitamente Hugo se puso de pie (lo que el botero nos había prohibido) y en breve y airada arenga dijo… «¡un barco tiene que tener un capitán!» … y acto seguido, en menos de un segundo, dio un salto y fue a caer en medio del barquito que, por supuesto, no esperaba tan robusto oficial… Hugo pasó directo al agua y se sumergió dejando un reguero de burbujas en el mar.

Estupor y frío silencio de todos nosotros y el botero, con sangre fría, determinado, rápido como el rayo, dijo… «que nadie se mueva… y Uds. dos (señalando a dos de la borda por donde saltó Hugo) pasen al otro lado porque va a aflorar dentro de algunos instantes» (…) «¡que nadie se mueva, lo voy a agarrar!» reiteró.

Al cabo de algunos eternos segundos, afloró Hugo rebufando y aleteando como salen las ballenas a la superficie del mar… Con sus manazas que parecían tortas de hierro, el botero lo cogió por el cuello de la chaqueta y le asestó una soberbia bofetada… lo dejó K.O. al instante y luego nos pidió ayuda para retenerlo e izarlo.

Agregó unas breves palabras… «si no lo aturdo, en la desesperación se iba a aferrar enloquecido, nos volcaba la embarcación y naufragábamos todos… ¡un hombre en peligro de muerte saca una fuerza colosal!». Acto seguido, remó con todas sus fuerzas para alcanzar el embarcadero donde nos esperaban dos MP con una mirada de desaprobación, pero en silencio. Sentamos al heroico Hugo en la escalinata de piedra y después de sacudirlo y quitarle la ropa mojada comenzó a despabilarse, atónito, sin saber muy bien dónde estaba.

El mismo MP del comienzo nos dijo sereno pero firme… «faltaron a su palabra señores, no puedo arrestarlos, pero tengo la obligación de llamar a la policía. El hombre (Hugo) podría tener secuelas y debo cumplir con mi deber».

Sabiendo que nada puede molestar más a un marino que escuchar justificaciones y palabrerías, solo le dijimos que, si nos dejaba partir, metíamos a Hugo en un taxi que lo llevaría a su domicilio. El mismo Hugo, algo repuesto del alcohol por la fuerte impresión y la inmersión en aguas frías, dijo al MP que se sentía bien y que se iba de inmediato a casa. El marino respondió: «Afirmativa, llamen al taxi y aclaren»6.

Nuestra nave ya no era más que una mancha blanca de papel flotando en las mansas aguas de la bahía, y nuestro capitán que, probablemente, nunca había puesto un pie en un barco, tuvo su bautismo náutico en la gloriosa rada de Valparaíso. Por cierto, ni el MP ni tampoco el botero, pudieron darle el certificado y la medalla correspondiente.

Donde quiera que se encuentre, Hugo debe recordar aún este episodio que le pudo costar la vida. Partió en su taxi y nosotros nos fuimos al Bar Roland para reponernos de la insólita aventura y comentar lo ocurrido.

La sabiduría del botero y el aporte de la ciencia

¡Un hombre en peligro de muerte saca una fuerza colosal! Algunos años después, ya joven profesor de urbanismo en la misma Escuela preparaba un cursillo de introducción a la cibernética teórica, aplicada a los sistemas urbanos, lo que hoy se llamaría Introducción a la Dinámica de Sistemas. Entre los autores de base estudié los trabajos del Prof. Dr. Henri Laborit7. Allí descubrí las bases del fenómeno llamado efecto ago-antagónico y comprendí lo que el botero conocía por experiencia, a saber, que la materia viviente, ante el peligro de muerte, despliega potenciales que le permiten un sobresalto o pulsión de supervivencia, desarrollar y concentrar una fuerza inhabitual, casi sobrehumana, para mantenerse en vida.

Ago-antagonismo societal

Mi objetivo, en esos años, era aplicar el concepto ago-antagónico a la sociología urbana, es decir, a los efectos reactivos que producen en un grupo víctima, las acciones de otros que tienden a destruirlo. Descubrir los trabajos de Laborit fue uno de mis mayores hallazgos. El incidente protagonizado por Hugo cobró otra dimensión, pasó a ser una experiencia vivida, casi de laboratorio, para ilustrar el fenómeno de la potencialidad latente en todo ser humano; el profesor ya en 1966 lo explicaba claramente, en su obra Del Sol al Hombre8. Potencialidad que la educación o si se prefiere, la cultura, no siempre nos prepara a poner en acción.

Una vieja máxima que enseñan en las escuelas de policía, dice más o menos:

No desenfunde nunca su arma, si no está seguro de que va a tirar, porque si es solo una amenaza, la reacción del que se siente apuntado, puede serle fatal a Ud.

El fondo del principio es que la materia viviente, amenazada de destrucción, reacciona con una virulenta pulsión de supervivencia, desproporcionada en relación al estímulo primero que la amenaza, para neutralizarlo. Es lo que hace que, al cabo de un cierto tiempo, el efecto de las vacunas se ve sobrepasado por la reacción de los virus que remontan con mayor vitalidad la amenaza de destrucción.

Este mismo efecto explica la paradoja del referéndum que fracasó en Chile debido a las anárquicas reivindicaciones, desmesuradas, que generaron la rotunda negativa en las urnas, incomprensible en relación al período precedente de vigorosa protesta popular, pero ago-antagónicas por parte de las clases medias y populares que sobreviven hoy gracias al crédito accesible generalizado, las que presintieron, intuitivamente, las reformas radicales como un riesgo de muerte.

La diferencia con el principio de acción y reacción de la Física clásica se encuentra en el multiplicador impredictible de la reactividad en la materia viviente y pensante, fenómeno que socialmente no es lineal sino individual y grupal. Se trata entonces de sistemas complejos o indeterminados... imposibles de manejar con la lógica corriente. Los trabajos del Profesor Henri Laborit son una buena base para entrar en el tema conflictual, en particular su obra Eloge de la Fuite9.

En 1967 introduje los conceptos de H. Laborit en los cursos de Urbanismo en Valparaíso, en el marco de la Introducción a la Ecología Urbana que desarrollé. Ya en el exilio, pude conocerlo en 2002 en la Feria del Libro de Bruselas y le resumí todo esto. Se emocionó porque en esos años sus teorías en Francia estaban en pleno desarrollo; era Cirujano y Neurofisiólogo de la Marina Francesa y los círculos científicos consagrados lo combatieron con saña. Sin embargo, sus trabajos casi le valieron el Premio Nobel que no obtuvo, pero en cambio, siendo uno de los pioneros de la neurociencia, introdujo innovaciones en la práctica quirúrgica que le permitieron llegar incluso, a operar sin anestesia, solamente manejando la cupla ago-antagónica entre el rechazo inflamatorio y una droga de síntesis que él mismo contribuyó a inventar, llamada Clorpromazina10.

En sus obras publicadas, Henri Laborit vulgarizó sus investigaciones de laboratorio en etología y las conectó, vía el pensamiento sistémico, con diversas disciplinas, siendo un tenaz defensor de la transdisciplinariedad.

Extraña proyección de un hecho casi banal, una fiesta estudiantil, que me llevó muy lejos en mi formación. Lo cierto es que, entre unas copas de vino, entre amigos, jamás se me hubiera ocurrido esperar tanto.

El teatro conflictual bélico

En el contexto actual, de golpes y contragolpes bélicos, y de penuria progresiva, valdría la pena estudiar de cerca estos efectos fisiológicos comportamentales y aplicarlos a la sociología de los conflictos entre dos sistemas que, en el contexto general socioeconómico, son complementarios y no necesariamente excluyentes. Es el caso de las duplas «centralismo y regionalismo», o de la falsa dicotomía «Oriente y Occidente», para un mismo fenómeno que es la redistribución de potenciales en un mercado interdependiente donde, por razones ideológicas (atavismo de la guerra fría), ambos sectores tienden a cometer el error de excluirse uno al otro, aunque son recíprocamente necesarios, (el gas ruso, los microcomponentes chinos de la electrónica fina o las industrias automovilística y farmacéuticas euroamericanas, p.ej.).

Asfixiar la Ucrania, o en el otro sentido, lanzar una ofensiva de misiles en profundidad sobre Moscú, puede reproducir -mutatis mutandis- el ingenuo salto de Hugo sobre el barco de papel, es decir, un salto en el vacío, provocando un colosal efecto ago-antagónico, de uno u otro lado, con las consecuencias presentidas de destrucción generalizada. Porque es una guerra fratricida donde no habrá vencedores ni vencidos, sino cientos de millones de inocentes inútilmente sacrificados, después de quemar en el frente, buena parte de la riqueza acumulada por Europa desde el Plan Marshall, en una guerra por procuración a beneficio de terceros que la dirigen sin exponerse.

Notas

1 Universidad de Chile Sede Regional Valparaíso. Area de Arte y Tecnología. Departamento de Arquitectura y Urbanismo.
2 La calle Blanco en Valparaíso, lleva ese nombre en honor a Manuel Blanco Encalada, marino y patriota republicano formador de la Armada Nacional.de Chile.
3 El papel hilado es blanco, espeso, casi acartonado; se usaba en los ejercicios de trazado a tinta china.
4 El ciego sol, la sed y la fatiga, verso del poema Castilla de Manuel Machado.
5 Monumento a los héroes del Combate Naval de Iquique (1879) en la Plaza Sotomayor de Valparaíso.
6 Aclarar: descampar, partir de inmediato, en la jerga marinera. Sinónimo idem: «hacerse humo».
7 El Prof. Laborit fue un cirujano y neurofisiólogo especialista de la biología del comportamiento.
8 Del Sol al Hombre, Henri Laborit. Nueva colección Labor N°1. 1ª Ed. 1966, pp. 114-115.
9 Eloge de la Fuite. A la luz de sus investigaciones fisiológicas sobre el cerebro humano. Henri Laborit aportó luces sobre el mundo sociocultural, de libre arbitrio, político y jerárquico. Una nueva trama de comprensión de las relaciones humanas, indispensable a toda emancipación del sistema social y económico actual. Su célebre experiencia sobre una rata llevó a Alain Resnais a hacer un exitoso film: Mon Oncle d’Amérique (1980). Laborit aparece a lo largo del mismo para explicar las reacciones de los personajes.
1o Esa historia me toca de cerca porque en 1968 tuvie un accidente en moto con un colega y me lesioné la hipófisis. El neurocirujano Dr. Mario Contreras del Hospital Van Buren de Valparaíso, me arregló el problema, precisamente, con la Clorpromazina.