Tuve que abandonar Venezuela, mi país natal, en busca de libertad para pensar y para actuar con base en mi conciencia. También para evitar ser una víctima más de un régimen al que poco o nada le importa la gente, a menos que pueda usarla para mantenerse en el poder. Los demás sobramos. Y aquí está la primera contradicción de este tipo de regímenes que se definen como progresistas o progres, ya que lo que hacen porque, dicen ellos, aman a su pueblo y lo quieren liberar del yugo de la derecha imperialista… bla-bla-bla.
La misma autodenominación de progresista es una de las contradicciones más evidentes. Según el Gran Diccionario de la Lengua Española, el progresismo es una «doctrina política y social que defiende las ideas avanzadas, en especial aquellas que propugnan el estado del bienestar, el desarrollo cultural, la defensa de los derechos civiles y un cierto reparto de la riqueza». De esta definición solo concuerdo con el final, ya que ciertamente en mi país han distribuido la riqueza entre la élite gobernante y sus cómplices. De resto, nada de progreso, solo retroceso en una tierra de gracia que tiene los recursos necesarios para garantizar el estado de bienestar de su población.
Al tornarse insuficiente la tradicional bandera de la lucha de clases entre los patronos y los trabajadores, una de las nuevas banderas de estos progres es el cuidado de la naturaleza y de sus recursos. Son notables sus ataques a cualquier gobierno, con una ideología distinta a la suya, para proteger la capa de ozono, a los animales en vías de extinción o cualquier otra causa con la que puedan hacer ruido y sembrar odio. Señalan con el dedo acusador a los causantes del cambio climático, pero no tienen ojos para ver ni palabras para denunciar el ecocídio que se está produciendo en la amazonía venezolana para extraer los recursos que allí subyacen en beneficio propio y de sus cómplices, nacionales o foráneos.
El combate a la corrupción es otra de las banderas progre y debería ser de todos los ciudadanos. Sin embargo, cuando llegan al poder, este flagelo alcanza sus máximos niveles. Ejemplos sobran y hace poco Brasil eligió a un presidente que previamente había sido condenado por múltiples casos de corrupción. En Venezuela, Cuba, Nicaragua, por citar tres casos emblemáticos, los niveles de riqueza de los gobernantes y sus cómplices, producto de la corrupción galopante, no tienen parangón. Para ellos, la corrupción es detestable solo cuando no participan de sus frutos.
Esto pasa en mi país y veo con preocupación como, con base en contradicciones, han penetrado democracias sólidas, con sus defectos, pero democracias al fin. Para ellos, la democracia consiste en servirse de los votos, mediante el engaño, para llegar al poder y luego implementar mecanismos para no soltarlo. Su estrategia es la violencia y la mentira, y de allí surgen las contradicciones que muchos no perciben porque solo escuchan lo que quieren escuchar, una vez han caído en la dialéctica progre.
Un ejemplo de estas contradicciones es el llamado «lenguaje inclusivo». Ellos aprendieron que el lenguaje es generativo, es decir, precede a los comportamientos, y descubrieron el gran potencial que conlleva destruirlo, cambiando el nombre a todo lo que se les pone por delante e inventando lo que llamaron el lenguaje inclusivo. El gran logro de este invento ha sido el de generar odio hacia quienes no lo usamos. El lenguaje no discrimina. Lo hacen las personas. Es a esas personas a quienes debemos combatir porque son sus acciones, no el lenguaje, las que excluyen. La gran contradicción acá reside en la exclusión que hacen los progres de cualquiera que no comulga con sus preceptos. Estos si merecen ser excluidos, mediante el asesinato, la pérdida de derechos ciudadanos y la migración que provocan sus políticas.
Otra gran contradicción la representan los movimientos de protesta en contra de los gobiernos, en su mayoría legítimas sin importar quiénes se encuentran en el poder. Cuando los progres no están, son válidas, son un derecho y este derecho incluso les da licencia para destruir bienes públicos y privados. Ejemplos sobran, sobre todo en la sufrida Latinoamérica y últimamente en EE. UU. Otra cosa es cuando ellos están en el poder. Entonces, las protestas pasan a ser traición a la patria por decir lo menos y es lícito reprimirlas, llegando al punto de producir víctimas mortales sin ningún tipo de remordimiento. La tortura y el asesinato pasan a ser el arma en contra de quien protesta y las organizaciones internacionales de DDHH que deberían actuar, si lo hacen, tardan demasiado, así les pongan los muertos enfrente de sus caras. Otro cuento es cuando hay violaciones a los derechos humanos en regímenes contrarios a su ideología.
Parte de esta dinámica de protestas la representan los escraches. Quizás su génesis la podemos encontrar en la arenga del psicópata asesino conocido como el Che Guevara, ejemplo del hombre nuevo de acuerdo con muchos dirigentes progres:
El odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar. Nuestros soldados tienen que ser así; un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal. Hay que llevar la guerra hasta donde el enemigo la lleve: a su casa, a sus lugares de diversión; hacerla total. Hay que impedirle tener un minuto de tranquilidad, un minuto de sosiego fuera de sus cuarteles, y aún dentro de los mismos: atacarlo donde quiera que se encuentre; hacerlo sentir una fiera acosada por cada lugar que transite. Entonces su moral irá decayendo.
Es impresionante la posición respecto a los escraches del líder fundador del partido Podemos en España. Solo citaré frases dichas al estar en la oposición (antes) y luego, al ocupar altos cargos en el gobierno socialista (después). Sean ustedes los jueces.
Antes: «Los escraches no son más que el jarabe democrático que aplican los de abajo a los de arriba… no son más que la expresión de la democracia cuando se hace digna de los de abajo». «Y eso es lo que han conseguido los escraches. En una palabra, democratizar los espacios políticos». «Pero creo que hay que naturalizar en una democracia avanzada cualquiera que tenga una presencia pública en cualquier… empresa pública o en la política pues lógicamente está sometido tanto a la crítica como al insulto».
Después: «La derecha ya no nos señala ni siquiera como rivales ideológicos, como rojos. Me llaman rata, me llaman chepudo. Van directamente al ataque personal. Esto hace un daño enorme a la democracia».
Por cierto, hablando del Che Guevara, muy conocida fue su posición ante los homosexuales, a quienes despreciaba por no ser el modelo del hombre nuevo que necesitaba la revolución, llegando a confinarlos en campos de concentración. No sé qué pensar cuando veo a integrantes de los movimientos LGTBI, promovidos y/o apoyados en muchos casos por los progres, luciendo con orgullo prendas de vestir o portando pancartas con la figura de este personaje siniestro.
Caso aparte es la llamada «ideología de género» otra de sus banderas. Ellos supuestamente luchan por todo lo que atenta en contra de la naturaleza, pero, contradictoriamente, promueven acciones que van en contra de la naturaleza misma de la persona. Cada adulto es libre de hacer lo que quiera con su cuerpo, eso es inobjetable, pero promover acciones en contra de la naturaleza en niños es criminal. Ya muchas legislaciones progres lo admiten y es terrible el daño que se le está haciendo a seres humanos que apenas comienzan su recorrido por la vida, y no tienen la capacidad de tomar decisiones que afectarán toda su existencia. Es innegable que esto, unido a otras iniciativas, van en contra del concepto de la familia, que siempre ha sido la base de la sociedad. Ya en España se está promoviendo una legislación progre en la que cualquier tipo de unión, incluso aquella donde el protagonista es una sola persona, es considerado como familia. Contempla 16 tipos de familia. Conclusión: si todo es familia nada es familia.
Y esto nos lleva a un tema más escabroso como lo es la pederastia. El foco de los progres, y de la prensa en general, está concentrado en los abusos cometidos por algunos sacerdotes. Poco se habla del resto. Esta conducta es reprobable venga de quien venga y debe ser sancionada ejemplarmente. En estudios recientes de la organización Save the Children y la Fundación ANAR, con datos de casos en España, se muestran cifras sorprendentes: el 49.5% de los casos suceden en el entorno familiar. Los abusos cometidos por sacerdotes representan el 0.2% del total de los casos. Sin embargo, el foco sigue estando en la iglesia católica. La gran contradicción acá nos la presenta la ministra de Igualdad de España cuando dice textualmente:
Todos los niños, las niñas, les niñés de este país tienen derecho a conocer su propio cuerpo, a saber que ningún adulto puede tocar su cuerpo si ellos no lo quieren y que eso es una forma de violencia. Tienen derecho a conocer que pueden amar o tener relaciones sexuales con quien les dé la gana, basadas, eso sí, en el consentimiento.
Es evidente que la gran mayoría de los casos de pederastia han sido hechos, mediante el engaño y la manipulación, bajo consentimiento de la víctima. Estas declaraciones parecen tener el indudable propósito de blanquear la pederastia si los victimarios lograron convencer a sus víctimas, niños incapaces de tomar decisiones trascendentales sensatas, para lograr su consentimiento. Y esto incluiría a los sacerdotes, para consternación de la señora ministra.
Hay muchas más contradicciones que tomarían demasiadas páginas. La conducta de los gobernantes progres es totalmente contraria a la que pregonan cuando son candidatos. Las promesas solo sirven para ganar adeptos. Después, señalarán a otros para cargarles la culpa de sus desatinos. Las cosas que dicen que nunca harían son hechas sin ningún tipo de vergüenza si eso los beneficia.
Aquellas personas que conservamos los valores tradicionales de la familia, la honestidad, la solidaridad, no podemos permanecer calladas. Lo menos que podemos hacer es, en primer lugar, dar el ejemplo de nuestros valores con nuestro comportamiento. Luego, apoyar cualquier iniciativa de participación ciudadana, dentro de las posibilidades de cada uno, que enfrente a los movimientos que atentan contra nuestros valores. No hacerlo, significaría que nosotros, también, somos contradictorios.