En mis conversaciones políticas, así como en las que veo y leo de diferentes fuentes, he visto que a menudo surge el tema de si ya está acabado o agotado el sistema democrático y, por ende, deberíamos como sociedad civil, como ciudadanos y como país, migrar o buscar un sistema político de gobierno más adecuado y que responda a los tiempos actuales, y que, sobre todo, responda verdaderamente a los intereses de la mayoría; que, es como se sobreentiende y por definición, debe ser una democracia: el gobierno de la mayoría; el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.
No, como actualmente es: un gobierno electo por una minoría, que trabaja y sirve a los intereses de una minoría, y en el que, una minoría política y partidista gobierno intercambia de puestos y cargos en el gabinete y la administración pública del Estado-nación; cada vez que, el gobierno-administración, cambia de partido político. Esto, generalmente, en un modelo bipartidista mayoritario de elección popular para el presidente, los diputados o los congresistas y senadores y los alcaldes o munícipes; no así, para los jueces supremos o magistrados de las Cortes Supremas de Justicia que no entiendo por qué son electos o por el poder ejecutivo o por el poder legislativo.
La obvia y contundente razón por la que, cada vez menos gente, menos ciudadanos creen en el sistema democrático como la mejor forma de gobierno es porque cada vez más ciudadanos reclaman a su gobierno acciones contundentes contra hechos que los indignan, que afectan su calidad vida, que atentan contra su salud, seguridad social y económica, que atentan contra el medio ambiente, que afectan su trabajo, que restan garantías, que anulan derechos… y largo etcétera. Y su gobierno, no hace nada o, más bien, se hace de la vista gorda y no atiende sus reclamos.
Pero lo que más indigna a la gente y la ciudadanía es que el gobierno sí atiende los reclamos de los grupos de poder: económico, político, empresarial y comercial que reclaman mezquinos intereses propios. Y son justamente esos mezquinos intereses: económicos, políticos, empresariales y comerciales privados los que hacen que los intereses particulares y de los ciudadanos se vean afectados en favor de los privados. Todos conocemos algún caso en el que el gobierno local o el nacional haya favorecido descaradamente a una empresa, a un político, a un proponente de un gran negocio, en contra de los intereses ciudadanos, el ambiente, la salud o el pueblo mismo.
Así las cosas, los argumentos en contra del actual sistema democrático como la mejor forma de gobierno parecen ser contundentes. No obstante, yo no pienso igual. Yo no creo que el sistema democrático como mejor forma de gobierno esté agotado o que haya que cambiarlo. Lo que está agotado, sin duda alguna, ¡es su representatividad!
Me explico: en un país o nación en donde el presidente, los diputados o los congresistas y senadores y los alcaldes o munícipes son electos a través de un sistema de representación político-partidista en la que, el ciudadano-elector, delega su derecho constitucional en los representantes de un partido político, de hecho y de facto está delegando también su voluntad y su garantía de ejercer efectivamente ese derecho en el partido político. ¿Por qué? Porque su voto es indirecto, no es él o ella quien decide, sino la representación. Y ¿qué ocurre con la representación en la mayoría de los países y naciones que la aplican para elegir a su presidente, diputados o congresistas y senadores y alcaldes o munícipes? Que al final, de manera tácita, no es pueblo quien elige, sino el partido político. A través de sus representantes. Y ¿a quién representan los representantes? Al partido político. No al pueblo, no al soberano, no al elector. Entonces, al final de cuentas, es el partido político que decide, no usted. Y si el partido político es quien decide, una vez que está en el gobierno, ¿a quién responde? Ciertamente no es a usted. Es a quien lo puso en el poder. Y justamente quien lo puso en el poder fueron esos grupos de poder: económico, político, empresarial, comercial, etcétera que antes mencionábamos.
¿Qué hacer entonces? Ciertamente no renunciar a la democracia como forma de gobierno, sino renunciar a delegar nuestra elección en la representatividad de un partido político. Y volver a asegurar de que sea nuestra como reza «del pueblo, por el pueblo y para el pueblo». ¿Cómo? Simple, cambiando el esquema democrático de democracia representativa a democracia participativa. Y cambiando el sistema de elección popular de representación partidista a representación popular. Suena fácil, pero créame, es realmente difícil hacerlo y lograrlo. Hay muchos y mezquinos intereses por delante. Pero como dice el dicho, «no hay peor intento que, el que no se hace».